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Las memorias que las víctimas de Aracataca, Mallama y Orito construyeron en Bogotá

Pobladores de esos tres municipios se encontraron en la capital para construir un mosaico de la memoria que cuente las afectaciones que paramilitares, guerrillas y Ejército Nacional causaron en sus territorios. Hoy piden que se reconozca que fueron víctimas del conflicto y que los responsables digan la verdad.

Redacción Colombia +20
02 de julio de 2021 - 04:18 p. m.
El Centro Nacional de Memoria Histórica reunió en Bogotá a tres comunidades de víctimas de Putumayo, Nariño y Magdalena para construir un gran mosaico de la memoria.
El Centro Nacional de Memoria Histórica reunió en Bogotá a tres comunidades de víctimas de Putumayo, Nariño y Magdalena para construir un gran mosaico de la memoria.
Foto: Daniel Sarmiento CNMH

El carro en el que se movían los paramilitares cuando patrullaban la Sierra Nevada de Santa Marta lo conocían como la ‘paloma de la muerte’ o como ‘los ángeles de Satanás’. “Cuando uno veía esos carros por la zona, ya uno sabía que era presencia de ellos, que a alguien iban a asesinar, que en alguna casa se iban a meter o que iban a hacer todo lo que a ellos les daba la gana”. El testimonio es de Mónica Amaris, una pobladora de la Sierra que vio de cerca a los hombres que en su momento comandó el temido jefe paramilitar Hernán Giraldo y que hoy es una sobreviviente del paso de la guerra por ese territorio.

También vio a los guerrilleros del frente 19 de las Farc que un día subieron hasta su finca y le exigieron que pusiera a uno de sus hijos para las filas insurgentes. Como se negó tuvo que abandonar la finca, coger a sus ocho hijos y bajarse para Aracataca a empezar de cero. A Mónica Amaris la obligaron a desplazarse tres veces. En la última de ellas, con quien sería su hija menor en el vientre.

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La historia la cuenta desde Bogotá, mientras recorre los telares que ella y otras mujeres de Aracataca han hilado en el último año para construir la memoria de lo que les dejó la guerra en su territorio. Los hechos pasaron hace casi 20 años, pero han permanecido en el silencio, a la sombra de la fama del pueblo que Gabriel García Márquez haría mundialmente conocido como ‘Macondo’. Y que han empezado a contar juntándose en organizaciones como la Fundación de Desplazados de Aracataca (Fundesar), de la que Mónica es hoy la representante.

A Bogotá llegaron para un encuentro convocado por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) junto con víctimas del conflicto en Mallama (Nariño) y Orito (Putumayo), que también han sido acompañadas por ese centro en sus procesos de construcción de memoria durante los últimos meses. Vinieron a construir un gran mosaico de la memoria que fuera el telón para encontrarse con otras víctimas de regiones distantes del país, pero con dolores y reclamos similares.

“Son las víctimas que hoy dicen ‘somos sobrevivientes del conflicto armado, podemos narrar nuestras memorias a través de lenguajes expresivos y el arte es uno de ellos’. Unos han pintado, otros han tejido. Esta es una manera no solo de construir memoria histórica sino también de sanación, de elaboración del duelo. Aquí hay un componente psicosocial muy alto dentro del proceso de reparación integral a las víctimas del conflicto”, explica Jenny Lopera, directora técnica de construcción de memoria del CNMH.

Como las mujeres de Aracataca, también la comunidad indígena del resguardo del Gran Mallama, en Nariño, pidió que se reconociera que son víctimas del conflicto. Así lo afirma la exgobernadora del resguardo Ana Pastora Belalcázar y quien es hoy la coordinadora de la Mesa de Víctimas del municipio. Reclama que su municipio no quedó priorizado en los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) que creó el Acuerdo de Paz para los municipios más afectados por la guerra, pese a que Ricaurte o Santa Bárbara sí quedaron contemplados. Tampoco quedó Mallama dentro del caso 002 que abrió la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) para estudiar las afectaciones de la guerra en tres municipios de la zona del Pacífico y frontera nariñense.

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Por el contrario, los tapetes de la memoria de Mallama que elaboraron diez organizaciones del territorio sí dan testimonio de la crueldad del conflicto en el resguardo: un territorio atravesado por el oleoducto transandino que desde el Putumayo va a dar a Tumaco y que en Mallama se acostumbraron a verlo explotar por los grupos armados, mientras derramaba el crudo en el río Guabo contaminando sus aguas. Otro de esos tapetes cuenta del día en que el Ejército y la guerrilla “se encendieron a plomo” en la parcialidad de San Miguel, con una escuela, en pleno horario escolar, en medio de las balas.

O también el flagelo del que fue víctima la misma Ana Pastora Belalcázar: el secuestro, el 19 de octubre de 2010, cuando era la gobernadora del cabildo. Lo representaron con cadenas y hombres con fusil, que se llevaban a pobladores para el monte y luego llamaban a pedir la extorsión. Algunos nunca volvieron, como el esposo de Esperanza Rosero quien corrió buscando el dinero que le exigieron y pese a que reunió una parte, a su marido nunca lo soltaron. Eso sigue pasando hoy, cinco años después de la firma de la paz, según las mujeres de Mallama. Incluso, dicen, el secuestro y la extorsión se han recrudecido de la mano del avance del Eln en el territorio. Aún así, la comunidad avanza en la construcción de su informe para la JEP, en donde recogerán sus afectaciones.

El oleoducto trasandino que atraviesa Mallama es el mismo que nace en Orito. De allí llegó la otra comunidad de víctimas que participó en la construcción del mosaico de la memoria. Lo que allí pasó lo resume muy bien Octavio Correa, representante de las víctimas: “En la vereda mía, Siberia, un día salía la guerrilla y ponía “muerte a los paramilitares”; y al otro día los paramilitares salían y ponían “muerte a la guerrilla”. Y nosotros en el medio, ni con uno ni con otro”.

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Pero así no lo entendieron los armados, que se metieron con la población civil. Correa cuenta que en acciones que desempeñaron conjuntamente los paramilitares del Frente Sur Putumayo y el Ejército arremetieron contra pobladores que señalaban de guerrilleros por usar botas de caucho, por tener el pelo largo, por no cargar su documento de identidad o, simplemente, “porque les miraban cara de guerrillero”. Según un cálculo que tira al aire, “si mataron 1.000 personas, 10 eran guerrilleros. Los demás eran campesinos, gente inocente que no tuvo nada que ver”.

Por cuenta de esa arremetida, a principios de la década del 2000, su vereda quedó vacía. Las familias se desplazaron. “Uno no olvida eso de la noche a la mañana, porque usted viendo la gente correr, las madres con los niños en brazos corriendo, porque venían los paramilitares. Es una cosa muy verraca, tener que dejar uno la familia botada; yo perdí la casa, perdí la finca, perdí dos hermanos, perdí a un primo, perdí a mi mamá”.

En el encuentro, el director general del CNMH, Darío Acevedo, hizo un llamado: la memoria se construye para sanar y no para alimentar el odio. “Cuando uno hace este tipo de trabajos se apacigua, deja de lado la venganza, el odio. Eso sí debe quedar claro: nosotros no hacemos los trabajos de memoria para instigar o azuzar el odio. El odio y la venganza no tienen razón de ser cuando hay sistemas de justicia. La justicia es la que nos inhibe de tener que vengar a los deudos y en eso tenemos que confiar”.

Así lo reafirmaron las víctimas. Aunque aún esperan justicia sobre los responsables de la guerra en su territorio, sostienen que es más valiosa la verdad y reconocimiento de lo que les pasó. “Así como tuvieron la verraquera y los pantalones para llegar a nuestras fincas y decirnos ‘nos los llevamos’, pues tengan la misma verraquera de sentarse frente a nosotros y decirnos ‘yo lo hice’”, pide Mónica Amaris, de Aracataca. Y enseguida aclara: “Ese perdón que ellos están trayendo y llegándole a las víctimas no suena muy convencido, porque de boca pueden decir ‘perdóneme’, pero tienen que reconocer de verdad lo que ellos hicieron. No solamente es de boca, sino es sentirlo en el corazón”.

Es un reclamo similar al que apenas una semana atrás elevaba Íngrid Betancourt ante los antiguos miembros del secretariado de las Farc en la Comisión de la Verdad. Las víctimas han dado el paso necesario y están dispuestas a escuchar con el corazón abierto a sus victimarios. Es el turno de ellos.

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