No he podido parar de pensar en ti. Es que yo me miro al espejo y te veo, tenemos cosas tan parecidas: piernas, brazos, pelo, vagina, corazón. Pero ¿cuántas manos eran las que te torturaban esa noche? ¿lo recuerdas? ¿cuántas voces? Unas voces así, de esas mismas que te acecharon, las escuché yo el otro día que me bajaba del bus; unos hombres en un callejón oscuro me miraban y me miraban. Sentí miedo, pero tenía que bajarme y caminar para llegar la casa. Entonces, regresaste a mi mente, de nuevo tu denuncia empezó a resonar en mi cabeza.”
“Me acordé de las cosas que no alcanzaba a entender o no alcanzaste a decir, cosas que aún me ponen a temblar. Tus palabras se me escapan, pero las sentía vivas. Denunciaste cómo fue que te vendaron la cara, te tiraron al piso y yo sé que el pánico te circundaba por el cuerpo como a mí esa noche. Me decías que te quitaron la ropa, te tiraron al suelo, te golpearon más y más la cara. “¡Hagámosle de todo!” – dijeron esos tipos, seguramente entre risas- y por eso yo te pensaba tanto mientras me bajaba del bus acercándome al callejón o las voces. Tu denuncia reclamaba que eran cuatro, cuatro voces las que escuchaste, cuatro manos que sentías por tu piel antes de que te desmayaras del dolor (…)”.
La “negrita” es una mujer de Nariño sin nombre ni rostro en este relato, por respeto a su dignidad y voluntad. Ella, un día que permanecerá indefinido, participó en una jornada de denuncia colectiva por abuso sexual, donde había casi 60 mujeres de este departamento que también sufrieron algún tipo de violencia sexual durante el conflicto armado. Cada una relató con detalles lo ocurrido ante funcionarios de la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo.
La Red de Mujeres Víctimas y Profesionales, una asociación que trabaja por los derechos de mujeres violentadas sexualmente, las impulsó a denunciar unidas, como una manera de ser escuchadas ante el Estado y la sociedad, y de hacerles saber que no están solas. Son jornadas que realizan en nueve regiones del país.
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La denuncia de la mujer nariñense cayó en las manos de María Fernanda Buitrago, estudiante de Antropología y Literatura de la Universidad de los Andes e integrante del Grupo Las Troyanas, un colectivo conformado por 13 mujeres y 3 hombres de esta universidad que recoge las denuncias de violencia sexual que salen estas jornadas para convertirlas en historias literarias.
Con el apoyo de la Red de Mujeres, su aliada desde que nacieron como iniciativa estudiantil en 2015, Las Troyanas transforman las denuncias en cuentos, poemas, relatos y caligramas. Son expresiones literarias que no replican el momento del abuso sexual, sino que interpretan las secuelas: la relación de las mujeres con su cuerpo tras la violencia, la maternidad, la vergüenza que sienten de contar lo que les ocurrió, sus silencios y cómo enfrentan la estigmatización de la sociedad.
“A veces las mujeres creen que poner la denuncia les va a cambiar la vida y lastimosamente no es así. Es un proceso emocional y por eso consideramos que Las Troyanas pueden ser importantes, porque si bien no es un tema que se discute en la mesa del desayuno, sí es necesario crear los canales para que se conozca lo que está ocurriendo. Si no se habla de esto, ¿cómo se va a sanar?”, afirma María Díaz, estudiante de Ciencia Política y Psicología, que entró a hacer parte de Las Troyanas hace año y medio.
El colectivo nació en el segundo semestre de 2015 gracias a Lucía Gallón, una estudiante en ese entonces de Filosofía y Literatura que conoció las jornadas de denuncias colectivas y quiso abrirles un canal de escucha más allá de las víctimas, el Estado y la academia. Quería que personas de todas las edades entendieran lo que han vivido estas mujeres a partir de la narración y la empatía. En marzo de 2018, Las Troyanas se convirtieron oficialmente en fundación.
El colectivo adoptó como nombre el título de la tragedia griega escrita por Eurípides, un relato que cuenta lo que quedó de Troya después de la guerra a partir de la vida de las mujeres. Esto mismo hace este grupo de estudiantes: relatar la guerra en Colombia desde la violencia sexual hacia las mujeres, no como víctimas sino como seres humanos resilientes.
Pie de foto: "Relatos del Cauca" cuenta con postales ilustradas donde están escritos los cuentos o poemas.
Las Troyanas han realizado dos viajes a distintas regiones del país, como Antioquia, Cauca, Bolívar y Nariño, para realizar talleres con mujeres. Las publicaciones “Visiblemente”, “Relatos de Antioquia” y “Relatos del Cauca” son el resultado de estos viajes, que han podido sacar con el apoyo de la Red de Mujeres.
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Lo que viene ahora es la publicación de Nariño, de la cual hace parte el relato “Negrita bella” de Maria Fernanda Buitrago. Sin embargo, no han conseguido la totalidad de los recursos para publicar estas historias. A finales de 2018 organizaron bazares, vendieron postres y stickers, y aprovecharon su participación como conferencistas en la Fiesta de Libro en Medellín y la Feria del Libro en Bogotá para financiar esta publicación, que todavía sigue represada.
El año pasado publicaron cerca de 2000 cartillas en total, las cuales usan para los talleres que realizan con mujeres víctimas de explotación sexual, estudiantes de colegios de Bogotá y en jornadas de denuncias colectivas.
Paula Rincón, actual coordinadora de Las Troyanas y estudiante próxima a graduarse de Ciencia Política y Filosofía a sus 21 años, describe que varios de estos talleres consisten en hacer una cartografía del cuerpo femenino, para mirar el sentido que ahora le dan a su cabello, su boca, su vagina o sus senos después del abuso sexual.
“Varias nos contaban que no volvieron a tener la misma relación con su cabello porque para se les convirtió en una huella de la violación. Otras, usaron este hecho para darle otro sentido a sus vidas. Veían sus bocas el mecanismo para contar lo que les sucedió y decir sin miedo lo que piensan. Igual sucedía con la vagina: antes no se miraba, no se tocaba y tras el hecho victimizante fue una presencia incómoda, pero con el proceso, fueron más conscientes de esa parte de su cuerpo y aceptaron su vínculo con la sexualidad”, señala.
Las historias que Paula ha escrito sobre dos indígenas embera y dos mujeres nariñenses han tenido que ver con la relación de las madres con sus hijos o hijas. Le conmovía escucharles decir como sus hijos, a pesar de ser el fruto de una violación y los dilemas que les generó en su momento, en la actualidad son el motor por el que viven, hablan y luchan.
“Ver a la juventud involucrada en esto es muy importante. Es muestra de que están tomando conciencia y cambiando imaginarios. Sus relatos me transportan a la historia de estas mujeres, no al mero acto de violencia sexual de manera morbosa, sino literaria. Cuando las mujeres leen sus historias escritas ahí se sienten felices. Es una manera de hacer memoria a través de sus cuerpos”, resalta Angela María Escobar, una de las voceras y representante legal de la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales.
En 2018, la Red recogió más de 700 casos documentados de violencia sexual, que entregaron el pasado agosto como informes a la Sala de Reconocimiento de Verdad de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), a la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos y a la Comisión de la Verdad. A eso se le suma que un grupo de integrantes de la Red de Mujeres fueron las que trabajaron en la creación de los moldes de ‘Fragmentos’, el contramonumento hecho por Doris Salcedo con las armas fundidas que dejaron las Farc.
La labor de las Troyanas ha trascendido de las esferas académicas y los círculos de discusión de estas mujeres. Sus familias y amigos también se han involucrado con este proceso, eliminando de su conciencia el imaginario de que el abusador es un “monstruo”, “enfermo de la cabeza” o “desadaptado”, sino que fueron hombres comunes y corrientes, guerrilleros, soldados o paramilitares, que en medio de la guerra usaron los cuerpos de las mujeres para sembrar terror, para “marcarlas” como si fueran de su propiedad.
De hecho, en una ocasión Maria y algunas de sus compañeras fueron invitadas al ETCR de Icononzo, Tolima, por uno de los exguerrilleros que coordinan este espacio de reincorporación.
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Maria cuenta que la experiencia fue enriquecedora tanto para ella como para los exguerrilleros, a pesar de la incomodidad de los siete hombres y mujeres allí presentes al escuchar el relato de una mujer del Cauca abusada sexualmente por un guerrillero. “Nos decían que ellos ya no eran así, que en los estatutos de las Farc se condenaba esto y eran conscientes de que la violencia sexual no debe ocurrir, pero les explicamos que no íbamos a señalarlos sino a mostrarles un proceso de construcción de memoria. Al final del taller, ellos hicieron un fanzine que terminó siendo una invitación a la comunidad para no perder la esperanza en el proceso de paz”, sostuvo.
Tanto ella como Paula aseguran que cuando una mujer denuncia se enfrenta a una forma de reparación unidireccional por parte del Estado, donde no existe su reconocimiento individual. "Con estos relatos hemos podido conocer los detalles de sus vidas, cómo se han empoderado y cómo han surgido liderazgos regionales”, dice Maria. “Si nosotras, como sociedad civil, podemos contribuir a que la reparación llegue al reconocimiento de ellas mismas, seguiremos abriendo los canales para que cada vez sea más fácil”.