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Leamos los testimonios de la verdad dentro de la Comisión de la Verdad

Fragmento de “Un florero que se rompe. Relatos de exintegrantes de la Comisión de la Verdad de Colombia”, un ejercicio narrativo para entender la trascendencia de la guerra que nos tocó.

ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

17 de septiembre de 2024 - 11:00 a. m.
El proceso de memoria histórica de la Comisión de la Verdad ahora es contado por quienes oyeron los testimonios de las víctimas del conflicto armado en Colombia. Este ejercicio se suma a los procesos de narrativa "Experiencias de Resistencia y Convivencia", como este realizado en Tumaco.
Foto: El Espectador - Gustavo Torrijos

Introducción

Eliana Hernández, Carolina Gutiérrez Torres y Daniel Marín López

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“Esto es un secreto de familia”, nos dijo AF al terminar el primer taller de escritura y, desde ese momento, la frase nos quedó dando vueltas. Un secreto de familia: una información que todo el mundo sabe pero nadie se atreve a nombrar, una verdad encubierta, un silencio que se siente pesado, un tabú que no se puede romper.

Reunimos a ocho personas que trabajaron en la Comisión de la Verdad de Co­lombia y les propusimos hablar de las emociones que quedaron alojadas en sus cuerpos después de su paso por esa institución. Muy rápido empezaron a emerger dolores enquistados, denuncias de abusos laborales, así como las huellas de un trauma que se enfrentó en silencio y soledad. Y, claro, también experiencias gratas y hermosas. Al mismo tiempo que encontrábamos un dolor profundo surgía un deseo, igual de potente, de poner fin al silencio. Durante cuatro sesiones –doce horas– lxs acompañamos a nombrar esas emociones, y a registrar ese proceso en la escritura.

Cerca de 800 personas trabajaron durante tres años y siete meses en la ela­boración del documento más completo y exhaustivo que existe en Colombia sobre la guerra: el Informe Final “Hay futuro si hay verdad”, que vio la luz el 28 de junio de 2022. Este documento hacía parte de los compromisos que el Gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC-EP pactaron cuando firma­ron un acuerdo de paz en 2016. Allí se concertó crear un sistema de justicia transicional que les permitiera a las 10 millones de víctimas de la guerra gozar de sus derechos a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición. Dentro de ese sistema estaba la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad – CEV: un grupo de personas que debía realizar una investigación a profundi­dad para ayudarle al país a comprender lo ocurrido en más de medio siglo de guerra y recomendarle caminos para superar la violencia.

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Gracias a ese Informe Final hoy sabemos que el conflicto armado ha dejado unos 450.000 muertos en Colombia, que el desplazamiento fue la forma de violencia más extendida y que las mujeres negras fueron el grupo poblacio­nal más afectado. ¿Y qué sabemos de las personas que llegaron a esos hallaz­gos? ¿Qué pasó con las vidas de quienes dedicaron esos años a escuchar, a contrastar información, a sumergirse en archivos y expedientes judiciales, a reconstruir casos, a consolar a las familias de las víctimas cuando se quebra­ban, a acompañar a los responsables a responder por el daño causado?

Los escritos de este fanzine son un intento colectivo por responder estas pre­guntas. Podríamos decir, simplemente, que se trató de un taller de escritura creativa para exintegrantes de la Comisión de la Verdad. Sin embargo, para las cuatro personas que creamos esta metodología –una poeta, un abogado, una periodista y un sociólogo–, fue más bien un espacio de experimentación que nos permitió hacer realidad un anhelo: fusionar métodos y saberes. Las ocho personas que aceptaron nuestra invitación hicieron el ejercicio de organizar en palabras su experiencia en la Comisión de la Verdad, guiadas por la escritora bogotana Eliana Hernández. Nos convocaba la escritura. Y los medios para llegar a ella fueron la respiración, el diálogo, la lectura, la escucha y la experimentación.

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Escribimos para alojar a los muchos otros que nos habitan, y para crear un espacio en el que eso que se resiste, o que ni siquiera conocemos, pueda manifestarse. Abrir estos espacios de creación requiere reconocer que la escritura también es un acto de escucha profunda. ¿Cómo narrar –y así, darle sentido– a lo que vivimos? ¿Cómo librarnos de esa idea de “escribir bien” y ver la escritura, y el espacio en blanco en la hoja, como un campo infinito de posibilidades? ¿Cómo desterrar el lenguaje burocrático o, ya que lo conoce­mos muy bien, cómo usarlo para decir otra cosa?

Portada del libro 'Un florero que se rompe', escrito por extrabajadores de la Comisión de la Verdad.
Foto: Cortesía

Después de una de las sesiones, la poeta sudafricana Stacy Hardy, que nos acompañaba, nos ofreció una respuesta hermosa –quizás incompleta– a lo que estaba surgiendo de nuestros encuentros. Este espacio nos estaba mos­trando que la transición habita también allí, en los cuerpos de las personas que trabajaron por ella, en quienes experimentaron estos sentimientos que afloraron durante y después de los procesos de justicia transicional. Por eso queremos pensar que este espacio fue una respiración en conjunto hacia un sentir complejo que resignifica –o invita a resignificar– todo el proyecto tran­sicional. Es, también, un llamado a romper el florero de los silencios para que ese tránsito sea justo y cuidadoso con quienes lo están haciendo realidad.

(* El incidente del florero de Llorente ocasionó el levantamiento del pueblo neo­granadino frente a la dominación española y las revueltas que culminarían en la independencia de Colombia).

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UNO DE LOS TESTIMONIOS DEL LIBRO

Cuatro semanas después de que comenzó el encierro, recibí la oferta de trabajar en la Comisión de la Verdad. Fue un salvavidas angustiante, pero salvavidas al fin. Navegando sobre las pequeñas y grandes muertes, estaba a punto de penetrar en las más terribles, las que han empedrado nuestra historia. Las cosas no siem­pre salen bien porque el mundo no es justo, y la gente seguirá muriendo por el virus y por cosas peores, pensaba entonces, adentrándome en esa otra oscuridad sin entender lo que estaba por mostrarse.

El hilo de todo esto es no haber entendido, no entender nunca, el presente de las cosas. O su magnitud en el presente. Es un saber rotundo aquel de que en el presente absoluto no hay luz ni sombra. En el presente absoluto las cosas son, aparecen, pero el tono de la oscuridad es poco claro. La consciencia de ello, la densidad de la negrura, sólo viene después.

Sara Malagón

* Este libro está disponible para descarga pública en este enlace: https://es.scribd.com/document/761173251/Un-florero-que-se-rompe-relatos-de-exintegrantes-de-la-Comision-de-la-Verdad-de-Colombia

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