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Marta Rodríguez está a punto de cumplir noventa años pero el ímpetu le alcanza todavía para trabajar en la que será su próxima producción: una película sobre la generación de los hippies, que está haciendo junto a Fernando Restrepo. Mientras tanto, avanza con ayuda de Susana Restrepo y todo el equipo de la Fundación Cine Documental / Investigación Social en otra película sobre su propia obra y trayectoria, basada en los diarios de campo que lleva desde la década del sesenta.
Leyenda viva del cine, no hace mucho Rodríguez anduvo de gira por las montañas del Cauca, allí junto a Jorge Silva había grabado a finales de los años 70 la que algunos consideran su obra cumbre: Nuestra voz de tierra, memoria y futuro, un documental que es el testimonio fascinante de los primeros años del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) y el germen del movimiento indígena en Colombia.
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Considerada una de las pioneras del género documental en América latina, su carrera, que suma títulos como La sinfónica de los Andes, La hoja sagrada o Testigos de un etnocidio, comenzó junto a su esposo Jorge Silva a mediados de la década de 1960 con la filmación de Chircales, un documental en riguroso blanco y negro que retrata las duras condiciones de trabajo en las ladrilleras o “chircales” del sur de Bogotá de aquella época.
Allí familias enteras de campesinos desplazados por la violencia terminaban sometidas a la explotación inhumana, entre ellos incluso los niños más pequeños. Premiada en festivales de Leipzig, México, Oberhausen y Tampere, Chircales devino en un clásico del cine de denuncia en América latina.
Para homenajear a Marta Rodríguez por sus 90 años de vida (que se cumplen en diciembre) el Festival Internacional de Cine por los Derechos Humanos, que se realiza en Bogotá y más de 30 municipios del país entre el 10 y el 17 de agosto, preparó una proyección especial de Chircales este jueves 10 de agosto en el Teatro México, acompañada por una intervención en vivo de la Orquesta Filarmónica de Mujeres de Bogotá, con una adaptación especial de la música que fue realizada por el compositor Santiago Lozano.
La dirección del montaje estará a cargo de Paola Ávila, quien se reconoce como una admiradora del trabajo de Rodríguez, a través del cuál “puede ver una verdad que de otra forma no podría, muchas cosas crudas de una realidad que no viví y me hacen poner los pies sobre la tierra: despertar sobre el país en que nací”.
“Esas imágenes de niños de tres y cuatro años cargando ladrillos son desgarradoras”, agrega Ávila, explicando que el trabajo de musicalización de Lozano logra compenetrar con aquel sentimiento de denuncia. “Es muy fuerte que la interpretación sea por una orquesta filarmónica de mujeres”, concluye Ávila, “hablando a nombre de toda la orquesta digo que lo sentimos como un honor al hacer parte de este homenaje”.
De acuerdo con Felipe Colmenares, miembro de la Fundación Cine Documental y asesor de Marta Rodríguez, esta intervención “se propone una versión de la música que sólo será escuchada durante esa proyección”.
Colombia+20 conversó con ella sobre su obra, su trayectoria y su legado.
¿Cómo fue el trabajo de acoplar la película Chircales con la Filarmónica?
La película está como siempre estuvo, no se le ha hecho ningún tipo de cambio. Lo interesante es la parte musical, estuvimos la semana pasada con las músicas que están haciendo una búsqueda muy creativa y solidaria, es lo que se va a presentar.
Jorge Silva y usted llegaron al sur de Bogotá de la mano del sacerdote Camilo Torres, cuénteme eso…
Cuando Camilo regresó de estudiar sociología en Bélgica era maestro nuestro [en la Universidad Nacional] y creó un grupo de trabajo que se llamó Muniproc, Movimiento Universitario de Promoción Comunal. Sacamos una casa en ese barrio, en Tunjuelito, donde nosotros prestábamos servicios a la comunidad. Como yo soy maestra, abrí una escuelita dominical para alfabetizar niños, me llegaron los niños que trabajaban en las ladrilleras, ahí conocí el problema de los chircales porque eran niños que llegaban muy maltratados, con sus manos inflamadas porque tenían que cargar ladrillos muy pesados. Decido hacer una película viendo la situación tan alarmante que tenían los niños y me fui a estudiar cine a Francia, me demoré cuatro años.
¿Regresó y qué pasó después?
Era 1966, creo, y aquí no había productoras, no había equipos, el cine era muy pobre. Estaba la televisión que había traído Gustavo Rojas Pinilla, allá tenían cámaras Bolex, con las que yo aprendí a filmar. Hicimos un arreglo para que nos prestaran cámaras y laboratorios en blanco y negro, con ese apoyo, que fue vital, empezamos. Conocí a Jorge Silva, mi marido, que era un fotógrafo muy bueno, así empezamos el proyecto y estuvimos cinco años haciendo Chircales.
En ese lapso Camilo Torres se va para la guerrilla del ELN y muere en su primer combate, ¿qué significó ese hecho para ustedes?
Fue un desgarramiento muy enorme porque Camilo era nuestra guía, nuestro maestro. Verlo tan joven y con el proyecto del Frente Unido del Pueblo que él creó, eso quedó apenas en un ensayo, porque la gente se dispersó. Fue un golpe demasiado fuerte. Por eso hice el documental “Camilo: el amor eficaz”, porque siempre he querido tenerlo presente.
El ELN está en un proceso de diálogos 59 años después de su fundación, ¿cree que conservan esas ideas originales de Camilo Torres y el “amor eficaz” hacia los pobres? ¿Cómo ve la paz con ellos?
Bien difícil y complicada. Sus directivos son gente muy metida en la guerra, siempre prometen, nunca cumplen. Yo no les tengo mucha fe a esos señores elenos porque han sido muy guerreristas, vienen ocupando muchas zonas, aislando a la gente, no están por una paz duradera, están es por la toma del poder. Pablo Beltrán, su jefe, es una persona muy guerrerista, muy obstinado en su lucha por dominar, por imponerse, así es muy difícil. Han prometido, esperemos que por una vez en la vida cumplan, vamos a darles una oportunidad.
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¿Qué pasó con los niños protagonistas de Chircales? ¿Qué fue de la vida de ellos?
Siempre sigo con las personas que hago mis películas. Algunos de ellos fueron a la Universidad, tienen su casa propia, porque cuando hicimos la película fue un éxito y le fue muy bien, entonces logramos hacer una casa para ellos y los hijos van a la Universidad, hay uno que está estudiando medicina. Yo estoy siempre en contacto con ellos, somos como familia después de tantos años.
Chircales se considera un clásico del cine documental en el mundo. Mientras grababa al sur de Bogotá en condiciones tan precarias, ¿imaginó que iba a llegar tan lejos?
Al principio Jorge y yo pensamos que trabajábamos solos, pero en el año 1968 hubo el Festival de Mérida en Venezuela y allá fuimos con Chircales y me encontré que era un movimiento latinoamericano, que estaba Bolivia, que estaba Chile, que estaba Argentina con el maestro Fernando Birri, estaban Jorge Sanjinés, Miguel Littin, ya éramos una gran familia. Allá me puse en contacto con todos los cineastas de América latina que estaban mostrando las realidades, por ejemplo las dictaduras del Cono Sur. Éramos como hermanos y sigue siendo un movimiento muy importante, aunque muchos están falleciendo, estamos perdiendo a muchos.
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Después vinieron producciones como Campesinos, que aborda las luchas agrarias, Nuestra voz de tierra, sobre el movimiento indígena, o Amor, mujeres y flores, una denuncia a la explotación de las obreras en los cultivos de flores de la Sabana de Bogotá. ¿Siempre quiso hacer denuncia social? ¿Fue decisión o producto de las circunstancias?
Yo tenía una vocación de servir a los oprimidos y a los explotados y a la gente que estaba entregando su vida para que esas situaciones cambiaran, quería acompañarlos y ahí he estado presente hasta ahora, hemos seguido distribuyendo nuestras películas, haciendo foros. Seguimos, eso no se acaba nunca.
Eso por lo que usted ha luchado toda su vida, casi la mitad del siglo pasado y lo que va de este siglo, al fin se concreta: por primera vez hay un gobierno de izquierda en Colombia, ¿cómo ve a Gustavo Petro?
Pues contentos, porque tenemos a alguien que nos ha demostrado durante muchísimos años que es una persona comprometida y honesta. Está luchando porque las cosas cambien y realmente nos sentimos muy favorecidos por su gobierno.
¿Deja algo a las nuevas generaciones?
Ahí está mi obra que es lo que yo les dejo de herencia. También he escrito unas memorias, escribo porque soy antropóloga. Ahora estoy trabajando en un proyecto sobre los hippies, que fue una generación muy interesante, los miraron como unos mechudos que sólo traían problemas, pero había poetas, había escritores y lo que fue su aporte a la música con el rock and roll. Estamos haciendo también una memoria mía como documentalista con mis diarios de campo, de todo lo que he trajinado por Colombia, en el Cauca, en el Tolima, en la Sierra Nevada...
Le cuento una anécdota: en 2008 asistí una proyección de Nuestra voz de tierra, memoria y futuro en un resguardo indígena de las montañas del Huila. Habían pasado treinta años de los hechos que narra esa película y la gente aún se veía reflejada en ella, ¿cómo se siente con eso?
Completamente satisfecha. Hace dos años fuimos al Cauca y a cada resguardo le dimos un paquete con los documentales. Ellos los utilizan mucho para formar a la gente, a los jóvenes, a los niños, a los mayores, para que recuerden y ellos tienen ya toda la colección.
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¿Qué responde a quienes critican eso que llaman “arte comprometido”?
Que no me interesan. Es gente egoísta y envidiosa. Eso no me concierne.
¿Alguna opinión sobre los jóvenes documentalistas y cineastas colombianos?
Yo voy mucho a la Cinemateca de Bogotá. Resulta que hay unos nuevos valores como Laura Mora, la que hizo Matar a Jesús y Los reyes del mundo. Pienso que es gente con un grandísimo talento.
¿Qué que cree que hubiera pensado el sacerdote Camilo Torres de Chircales?
Él no alcanzó a verla. Desgraciadamente a él le quitaron la vida antes de acabarla. Creo que le hubiera encantado, hubiese quedado en la memoria, porque él tuvo gran participación, era mi profesor en la Universidad y era quien nos estaba guiando en ese trabajo que hacíamos. Creo que estaría muy satisfecho.
¿Chircales sigue vigente hoy como testimonio y obra de arte?
Me la siguen pidiendo con mucha frecuencia. Y pues ahí sigue caminando, no se ha olvidado.
