Hoy hace 20 años, el 21 de agosto de 1999, el profesor Pedro Josías Buitrago estaba tomando y conversando con un compadre. Era sábado por la noche. Las calles del corregimiento de La Gabarra, jurisdicción de Tibú (Norte de Santander), estaban llenas de gente. Ese día bajaban las personas del campo a divertirse cuando un joven gritó: ¡Váyanse para la casa que llegaron unos camionados, no sabemos si de guerrilla o paramilitares, pero vienen muy armados! Buitrago recuerda que corrió hacia su casa, guardó unas sillas que tenía y se guardó con su esposa, en silencio. Apenas entraron a la casa, se fue la luz.
Tenían razón en estar asustados. Tibú, y la región del Catatumbo, había albergado al frente 33 de las Farc desde los años 80, y desde el 29 de mayo de 1999 supieron que paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) movilizados desde Córdoba, Urabá, Chocó y Cesar iban avanzando hacia La Gabarra. Desde ese día se habían presentado combates con las Farc. Sin embargo, no se esperaban que ese día ocurriera una masacre. Menos, que el retén del Ejército que estaba antes de llegar al pueblo fuera removido, ni que el Ejército se quedara en su base, al otro lado del río, y no fuera a socorrerlos.
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“Nosotros pensábamos que era la guerrilla, pero en la noche después de eso no se escuchaba ni el ruido de una mosca. Todo el mundo guardado”, recuerda Buitrago. “A las cinco de la mañana fue cuando le dije a la señora mía: voy a ver qué pasó. Me fui para el centro y cuando llegué... no, qué cosa tan tremenda. Cuando llegué al parque ya eran cinco muertos tirados en un andén. En una residencia, donde supuestamente iban miembros de la guerrilla los fines de semana, había otro poco de muertos. Empezamos a caminar de un lado para otro”.
Como él, muchas personas empezaron a salir de sus casas, a reconocer a sus muertos y a acompañarse en medio de tanto dolor. Llegaron las autoridades y empezaron los levantamientos de los cuerpos. En medio de esa confusión, de la gente llorando y mirando, no dejaban que los carros avanzaran. En eso, el Ejército hizo tiros al aire y la gente salió despavorida. De nuevo, todos a sus casas. De nuevo, el terror. El 22 de agosto se contaron 35 víctimas mortales. Luego, 38. Hoy, todavía no se sabe porque hay un número indeterminado de desaparecidos. Dicen que durante la noche del 21 de agosto sacaban personas, lista en mano, de los billares y cantinas, los asesinaban y los lanzaban al río. También dicen que los paramilitares subieron personas y cuerpos a sus carros y se los llevaron. Mucha gente no se atrevió a denunciar porque la masacre de La Gabarra marcó el inicio del control paramilitar en el Catatumbo.
¿Por qué se ensañaron con el Catatumbo?
El 15 de agosto, durante el encuentro Hablemos de Verdad, en Cúcuta, Elizabeth Pabón, representante legal de la Asociación de Campesinos del Catatumbo, le hizo una pregunta a Jorge Iván Laverde, excomandante paramilitar del frente Fronteras de las Auc, conocido en la guerra como ´El Iguano´: ¿Por qué se ensañaron con el Catatumbo?
¿Por qué iban detrás de esas tierras fronterizas de campesinos? Laverde, que no tuvo participación directa en este episodio, dijo: “Siempre se dijo que ese era el corredor de las Farc. Y también estaban los grupos con los que combatíamos en otras partes del país. Como era un fortín de ellos por más de 30 años se decidió entrar a combatirlos allí. El objetivo también era quitarles esas finanzas y financiar otros bloques”. Es decir, el narcotráfico.
Sin embargo, lo que pasó después de la masacre fue el despojo. En 1999, Tibú registró 11.665 desplazados, según el Registro Único de Víctimas. Más de 10 veces de lo que había registrado el año anterior. Y a pesar de que Laverde negó el interés en despojarlos la gente aún tiene esa pregunta.
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Pabón, por ejemplo, no estuvo presente el día de la masacre. Se había desplazado dos días antes, con sus hijas, por temor. Sus hermanos, primos y tíos, en cambio, se quedaron. “Mi hermano se dio cuenta porque en el lugar donde él estaba sacaron a unos muchachos. Él hermano se metió en un tanque elevado, lleno de agua. A mi otro hermano lo consiguieron en la calle, pero él era menor de edad, tenía 14 años. Y el otro hermano estaba en la casa”. Eso, no obstante, no significó sobrevivir. Dos de ellos fueron desaparecidos el año siguiente, el 2000, por acción paramilitar.
En esos años lo tuvieron todo. Laverde recalca que tenían la colaboración, casi total, de la Fuerza Pública. De hecho, por esta masacre fue condenado a 40 años de prisión el mayor Luis Fernando Campuzano Vásquez, quien para entonces era teniente y comandante del Batallón Contraguerrilla nº 46.
Los años de silencio
Después de la masacre, los catatumberos y catatumberas conocieron un nuevo orden armado. Antes, eran las Farc las que habitaban su territorio. Desde ese momento, todas las decisiones pasaban por las manos de los paramilitares. El profesor Buitrago recuerda que no podían salir a la calle de noche. “Mataban mucha gente, era como una cacería de conejos. Estaban dando vueltas en carro y el que daba la papaya, lo mataban”.
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Pero para él, como docente, hubo unas afectaciones particulares. “Los profesores salíamos de la escuela abiertos (de uno en uno), ni siquiera dos, porque donde iban dos o tres de una vez les caían los paramilitares y se los llevaban. Decían “Estos están planeando algo, son guerrilleros”. A los niños los sacábamos del colegio y las escuelas y corran para su casita, y luego corran de la casita al colegio”. Y no solo eso, los profes se fueron. “Se fueron como 90 de los 100 que trabajábamos en la zona de La Gabarra. En ese entonces estaba el colegio y las escuelas del pueblo y como 45 veredas que tenían escuela y profesor. Nos quedamos prácticamente 10 profesores”, dice.
Es decir, más de 400 estudiantes de primaria para diez profesores. El bachillerato tuvo que cerrar porque no daban abasto. Buitrago recuerda que conformaron una comisión de padres de familia para pedir que les enviaran maestros nombrados y que, cuando llegaron a la Secretaría de Educación, le gritaron “paraco, paraco”, por haberse quedado. A ese nivel de fracturas comunitarias llegó la guerra.
El colegio volvió a abrirse al año siguiente, en 2000, hasta grado noveno. En 2001, hasta décimo y solo hasta 2003 se volvieron a graduar bachilleres en La Gabarra. Un grupo de menos de 15 personas.
Todo el tiempo hubo tensión. El grupo armado que fuera veía enemigos en la población civil, que estaba en la mitad. Y no se detuvieron las acciones bélicas que los afectaron. Emiro del Carmen Ropero, conocido como Rubén Zamora, comandante del frente 33 de las Farc, dijo: “Nosotros tratamos de evitar eso, pero obvio que se producía el asalto a un campamento guerrillero y alrededor había población civil que se estaba refugiando de la ofensiva paramilitar y militar. Y muchas veces sucedieron ataques nuestros a las estructuras paramilitares donde también había población civil que resultó afectada”. Eso y la estigmatización que pesaba sobre cada uno de los habitantes de esta región cobró muchas vidas de personas inocentes.
Entre 1999 y 2006, cuando se desmovilizaron los últimos frentes de las Auc, en el Catatumbo hubo casi 100 mil desplazados, 832 asesinatos selectivos y 599 muertos en masacres.
Para recordarlos
Hoy, cuando se cumplen 20 años de esta tragedia, la comunidad se reúne para recordar a sus víctimas. Desde las organizaciones del territorio, como la Asociación Campesina del Catatumbo (Ascamcat) piden que no se pase la página sin honrar la memoria de los que cayeron ahí. Desde el domingo 18 de agosto la comunidad viene haciendo memoria. Ese día se reunieron más de 600 personas para recordar no solo a las víctimas de esta masacre, sino a todas las del Catatumbo. El Comité de Integración Social del Catatumbo (Cisca) y la Asociación Minga, entre otras, llamaron a varias comunidades de la región para nombrar y recordar estos sucesos en cartas.
“Señor don José Vargas: para saludarlo y saber que estás bien y que siempre estás con nosotros, que el silencio ni la distancia sea motivo de olvido. Siempre te recordaremos y siempre estarás con nosotros. Tu amigo y compañero, Isidro Balaguera”, es una de las misivas.
Además, se recogieron perfiles y los familiares fueron a ver las fotos de los suyos. Algunos tuvieron que ponerles los nombres, otros llevaron las fotos. Y también hubo espacio para recordar la resistencia. Por ejemplo, las caravanas por la vida que hicieron en 2003, en pleno control paramilitar, llevando arte y cultura para que pudieran entrar las ayudas humanitarias a la población.
Hoy, la Comisión de la Verdad también estará con ellos. El comisionado Saúl Franco, encargado de la verdad en esta región, explica que ya han estado escuchando a las víctimas, familiares y responsables, para entender por qué pasó lo que pasó. Pero no solo eso.
“Si no entendemos qué fue exactamente lo que pasó, quiénes fueron los actores y las víctimas principales, qué consecuencias eso tuvo sobre la vida de las personas: combatientes y víctimas, y por qué pasó eso... si no tenemos una claridad, no lo podemos transformar. Como médico sé que, si uno no hace un buen diagnóstico, no puede hacer un buen tratamiento. Nosotros debemos ayudarle al país a esclarecer las rutas hacia futuro para que eso pare y no se repita”.