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Marina Gallego, la cabeza tras un grupo de 10.000 mujeres que luchan por la paz

Lleva 27 años liderando la Ruta Pacífica de las Mujeres y hace parte del Comité de Seguimiento y Monitoreo del Informe Final de la Comisión de la Verdad. Su historia es un símbolo de determinación y carácter que inspira la lucha por la paz, la equidad de género y el fin del conflicto armado.

Silvia A. Bravo Urrea*
30 de marzo de 2024 - 01:26 p. m.
Fundadora y coordinadora de la Ruta Pacífica de Mujeres, una de las integrantes del Comité de Seguimiento y Monitoreo de la Comisión de la Verdad.
Fundadora y coordinadora de la Ruta Pacífica de Mujeres, una de las integrantes del Comité de Seguimiento y Monitoreo de la Comisión de la Verdad.
Foto: Óscar Pérez

Marina Gallego Zapata entra a la recepción del hotel Radisson en Chapinero con pasos firmes llenos de propiedad. Son los pasos de quien no se detiene a amarrarse los cordones porque los trae siempre bien apretados. Lleva su cabello rizado con un tinte de color vinotinto nacarado. Al conocerla es inevitable sentirse intimidado. Tiene una determinación inquebrantable, una franqueza afilada capaz de cortar tus palabras y anudarte la garganta. De pronto, sus ojos oscuros se vuelven un camino difícil de seguir, los miras tratando de hallar el más mínimo brillo que te permita entrever algo.

Marina es la fundadora y coordinadora nacional de La Ruta Pacífica de las Mujeres, una organización feminista no gubernamental que trabaja por la paz negociada del conflicto armado, la visibilización del impacto de la guerra con enfoque de género y el reconocimiento de los derechos de las mujeres y sus comunidades.

Aunque Colombia no es el conflicto armado, este ha sido su compañero obstinado. La guerra es la práctica más execrable y se materializa en múltiples formas de violencia, que han dejado como víctimas a más de 9 millones de personas, entre ellas miles de mujeres, que viven sus impactos de manera diferenciada. Se ven en las viudas, en los feminicidios, en las subyugaciones, en las desapariciones de sus hijos, en las cicatrices que dejan las violaciones, en los duelos colectivos… Pero estas mismas son centrales para construir paz. ¿Acaso la paz puede existir sin mujeres?

Ellas se organizan, se fortalecen, exigen: ¡Basta! En este país en guerra, la esperanza está en las mujeres. Porque mientras unos vienen con fuego, ellas vienen con agua. Porque mientras unos prenden piras, ellas van a apagarlas. Y en esa lucha se necesita un rostro, una persona que guíe. Con seguridad, Marina es es una de ellas en Colombia.

Nació en la década de 1960 en Medellín, Antioquia. Vivía con sus papás y sus cinco hermanos: “todos hombres”, recalca ella. En su infancia jugaba mucho y se reunía con sus amigos en la calle. No tiene algún recuerdo en particular, o al menos mientras hablamos no se le vino ninguno a la memoria, quizás por el mismo afán que se le notaba desde el principio. Inmediatamente después atendería una reunión: el pan de cada día cuando se encabezan estas luchas.

Aunque su mamá no se autodenominaba feminista, Marina la admira y la ve como una mujer rebelde frente a las injusticias. Como su madre, a Marina siempre le gustó defenderse de la situación en la que estuviera, tanto en la familia como en la universidad donde estudió Derecho.

Por circunstancias de inequidad, machismo y más, Marina alzaba su voz. Una voz que no es difícil de imaginar tras oír la descripción que hace Nasaret Pulido, una mujer espontánea que trabaja en La Ruta: “Si no le gusta algo lo expresa, a veces tan escuetamente que uno dice: Juepucha”.

Todo su talante se fue formando como si supiera el camino que recorrería. Por medio de una amiga, Marina vio la oportunidad de comenzar a trabajar por los derechos de las mujeres. Se presentó a una convocatoria y se convirtió en la coordinadora de la Corporación para la vida Mujeres que Crean. Una etapa que ella llamó “una escuela de aprendizaje del feminismo”.

Puede leer: La Ruta Pacífica de las Mujeres, más de 20 años de aprendizaje en medio de la guerra

De fondo suena jazz mientras Marina habla en tono pausado. Al preguntarle por la concepción del mundo sobre las mujeres, se advierte una ligera irritación: “El mundo nos mira a nosotras como nada, incapaces, menores de edad, decimos mentiras”. Por esta razón, por no ser escuchadas, hace 27 años, se unieron tres organizaciones junto a la suya y lideraron una de las movilizaciones más importantes del país.

Marina y otras lideresas eligieron el municipio de Mutatá, ubicado en el Urabá antioqueño, una de las regiones más azotadas por el conflicto, para la marcha por la no violencia el 25 de noviembre de 1996. De la misma forma en la que los ríos de este territorio componen cantos, en Mutatá se escuchaban fuertes arengas.

Para las mujeres fue un momento de denuncia, en los registros fotográficos se visibiliza cómo la sororidad abraza los cuerpos y las pancartas que se teñían de morado y blanco. También fue especial para Marina, al fin y al cabo esa era su primera movilización.

Ese 25 de noviembre fue la chispa que puso en marcha La Ruta Pacífica. Pero, para un movimiento de esas magnitudes, tenían que poner a alguien enfrente. Las demás mujeres nombraron a Marina y ella aceptó con gusto.

Desde entonces, el camino que ha abierto junto a sus compañeras ha servido para impulsar movimientos de mujeres en distintas regiones del país, y su lucha ha sido reconocida a nivel nacional e internacional De hecho, a mediados de 2023 fue nombrada como una de las siete integrantes del Comité de Seguimiento y Monitoreo del Informe Final de la Comisión de la Verdad.

“Ella ha sobresalido por su impulso, su fuerza y su hablar”, expresa Martha Bravo, quien ha trabajado a su lado por más de 15 años. Marina, que durante la entrevista revisa de vez en cuando el celular para mirar la hora o un posible mensaje, tiene incidencia en más de 10.000 mujeres en 142 municipios y 18 departamentos.

Con el tiempo, Marina ha ido creciendo con La Ruta, de la forma en la que dos caminos se cruzan, compartiendo trayectos y destinos. El movimiento se expande y cada vez va abriéndose más espacio en la escena política del país, mientras que Marina “ha ido aprendiendo a medida que se va desenvolviendo”, dice Martha.

En ese gran contexto de trabajo nacional, las oficinas administrativas de La Ruta son un pequeño universo que representa la obra que Marina ha ayudado a construir. Ubicadas en una casa en el Quirinal en Bogotá, un barrio de calles cerradas cerca a la Biblioteca Virgilio Barco, en su interior se siente una hermandad acogedora.

Si se llega a la hora del almuerzo, se encuentra a las mujeres entre risas y el sonido del microondas. Los cuartos se convierten en oficinas y la cocina en lugar de encuentro. “Todas andamos corriendo, pero juntas”, cuenta Matilde Vargas, una trabajadora del lugar.

Al subir las escaleras se encuentra la oficina de Marina limpia y organizada. “Tiene que estar en muchos espacios públicos. Viene a la oficina cuando tiene tiempo”, comenta Leidy Becerra, contadora de la Ruta. Por ello, lo que en verdad delata la presencia de Marina es la pequeña llama que ilumina el escritorio. Acostumbra a prender una vela como símbolo de claridad y tranquilidad, “para activar asuntos de luz”, asegura.

En la cotidianidad de La Ruta, “ay, Dios mío, nos saca la piedra todo el tiempo”, expresa con risa Martha. No solo porque Marina siempre está ocupada, también es porque es “sin filtros”, regaña si debe regañar y “pulla” si debe “pullar”.

No obstante, quien la conoce sabe que Marina es muy amable y sencilla con el trato. Se sienta a charlar tranquilamente de cualquier tema y se interesa por la vida de las mujeres de La Ruta. Recuerdan con risa su maña de antojarse y agarrar comida de un plato que no es el suyo. O cuando “sale como loca” y deja la puerta abierta.

Además: Las historias de construcción de paz de mujeres indígenas y afros en La Guajira

La ven como una mujer empoderada, líder, con un discurso penetrante, una visión política amplia y alguien que confía en ellas.

Marina ríe únicamente un par de veces. Ambas suceden cuando habla de su hijo. Es madre soltera de Julián León, quien tiene 25 años: “ya es un hombre”, dice. La maternidad es innegablemente un aspecto que atraviesa su vida. Afirma que siempre han sido cómplices.

“No sé si uno hace bien la tarea, uno hace lo mejor que puede”, sonríe como queriendo reservarse algo. “Es que por los hijos uno hace muchas cosas que uno nunca se hubiera imaginado hacer o que fuera capaz de cambiar mi forma de pensar para actuar frente a él”, le dijo un día Marina a su compañera Martha. Julián parece ser la única persona capaz de doblegar, en el buen sentido, su modo de ser.

Marina, la mujer que lee al año tantos libros como puede; a quien le gusta caminar en las mañanas; que disfruta mucho de la comida; la mujer a la que le gusta salir con amigos, conversar e ir al cine; que es franca, pero muy atenta; que es ocupada, pero con una gran memoria; que tiene una fuerza inquebrantable, pero cede por amor a su hijo. Esa mujer con un carácter intimidante es la coordinadora nacional de La Ruta.

Como Marina, las mujeres se expresan con franqueza, aunque sean silenciadas. Caminan con pasos firmes, aunque algunas ya no tengan su territorio para poder pisar. Lideran grandes organizaciones, aunque a algunas les deleguen los oficios del hogar. Abogan por la paz, aunque la violencia las sigue azotando. Son determinantes en la negociación del conflicto, aunque la sociedad no las mire cuando lo hacen. Aunque hay una visión general que se encarga de minimizar el potencial de la mujer, Marina encarna la lucha de las mujeres por abrirse un espacio. Por eso la aplauden y admiran, porque las lideresas se vuelven una historia de vida a la cual seguir.

*Silvia Bravo Urrea es estudiante de Periodismo y Opinión Pública de la Universidad del Rosario. Este perfil fue escrito en el marco de la asignatura Géneros Interpretativos.

Por Silvia A. Bravo Urrea*

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Carolina(69477)31 de marzo de 2024 - 01:50 p. m.
Buen texto.
Elva(60635)30 de marzo de 2024 - 03:58 p. m.
Conocí a Marina en la Corporación Mujeres que Crean, todo mi respeto y admiración. Pensé que ya no tenía la manía de tomar la comida del plato del otro, jijijiji. Así es ella, el aporte a la movilización de las mujeres, es innegable. Gracias por hacerle este reconocimiento.
Felix(92619)31 de marzo de 2024 - 06:34 p. m.
Que admirable es nuestro país y que admirable nuestra gente. Personas como Marina hay en Colombia, pero la derecha paramilitar y uribista las ha masacrado.
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