
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Yojaira tiene el cabello blanco. Blanco y largo como si de canas se tratara, pero no está encanecido sino decolorado. El cuero cabelludo y todo su cabello empezó a perder el color después del estrés y el trauma que le ocasionó ser secuestrada y víctima de violencia sexual por parte de miembros de las Farc en 2004.
Lea también: Como hijos de la guerra
Por esos años ella se dedicaba a quitarle jóvenes a la guerra. Ella, que vivía en Corozal (Sucre), caminaba toda el área de los Montes de María buscando apoyo institucional para hablar con jóvenes y prevenir el reclutamiento a grupos armados, que en ese momento principalmente se integraban a las Farc y a las Auc. Logró sacar a varios, pero a los guerrilleros no les gustó. “El comandante Martín Caballero me dijo que estaba advertida”, sin embargo, Yojaira no se detuvo.
Hasta el día del cumpleaños número 14 de su hija Ángela, cuando ella insistió en acompañar a su madre a una reunión en la Diócesis de Sincelejo. Ahí, cuando terminó el encuentro, las secuestraron durante tres días y abusaron sexualmente de ellas. El dolor, “más por mi hija que por mí”, dice, fue el factor que desencadenó un vitíligo repentino.
También le puede interesar: Notas de infancia sobre reconciliación
Durante seis años casi no salió de su casa, tuvo delirios de persecución y lo abandonó todo. Lo único que pudo frenar fue el avance de la enfermedad. Hoy apenas recuerda ese periodo como algo lejano y es capaz de hablar, de contar para que otras cuenten. Yojaira Pérez Contreras, ahora con 49 años, dice que en el 2010 se atrevió a salir, a ir a reuniones de mujeres. Allí se limitaba a escuchar y a entender que no le pasó a ella sola, que no fue su culpa, que no estaba en el lugar equivocado, que lo que le hicieron no fue el fin de su vida. Entonces empezó a trabajar por las sobrevivientes de violencia sexual, aunque no denunció su caso.
En el 2012 hubo una declaración masiva de violencia sexual, pero ella solo la hizo hasta 2014. Diez años después, cuando se sintió segura. En ese proceso aparecieron otras sobrevivientes, mujeres maravillosas que compartían un hecho del pasado, pero especialmente las ganas de continuar.
Aguantaron el dominio paramilitar del departamento y las atrocidades cometidas. En Sucre el paramilitarismo fue un proyecto político y ellas quedaron en la mitad. “No era sino que un comandante quisiera una mujer para que la mandara a buscar”, relatan. Y, ¿cómo se resiste a los armados? ¿Cómo se combate el estigma? ¿Cómo ante el sometimiento de toda una población?
Vea también: De hierro me hago al andar, la historia de Betty Loaiza
Las mujeres cargaron con el dolor, la inseguridad para denunciar y el escrutinio público durante años, pero ya nunca más.
Ellas, 32 mujeres de Morroa, Corozal, Ovejas y otros lugares conforman la “Asociación Esfuérzate: mujeres valientes y amorosas del departamento de Sucre”. Son una familia, una familia en el corregimiento Bremen, en Morroa, que produce melón, tilapias rojas y mucha resistencia.
“La mayoría somos cabeza de hogar y por eso tratamos de generar ingresos. Pero nosotras estamos representando el género, salimos adelante por nosotras mismas, este trabajo no lo hace todo el mundo”, dice Milena Ledesma, una asociada que se refiere al trabajo del campo y al del hogar.
Las mujeres de Esfuérzate, “las pollitas”, como les dicen porque usan camisetas amarillas, crían peces en estanques que ellas mismas aprendieron a construir, esto con el apoyo del Ministerio de Trabajo, con la ayuda de los pasantes de los programas Manos a la Paz y Somos Rurales del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud).
Vea también: Un pacto entre guerreros
Además, con la capacitación del Sistema Nacional de Aprendizaje (Sena), también cultivan melones que mantienen con un sistema de riego que ellas mismas construyeron, pues las temperaturas altas y la aridez de la sabana sucreña hacen perder cualquier siembra.
El proceso con los otros hijos
Margelis Pérez es la más consentidora de todas, es tierna hasta cuando regaña a sus nietos. Así, con amor, recuerda a los pasantes de veterinaria, zootecnia y psicología, jóvenes que dejaron sus territorios para irse a vivir cuatro meses con ellas.
El aprendizaje fue en dos líneas y en doble vía: en lo técnico capacitaron a las mujeres sobre qué tipo de peces se podían cultivar, cómo cuidarlos y cómo comercializarlos. En lo psicológico hubo líneas base para conocer las historias de las asociadas y tratar el dolor, recuperar la confianza y continuar el proceso de reconstrucción de sus vidas.
Zamara Guzmán fue su última pasante, ella es estudiante de psicología de la Universidad Cooperativa de Colombia en Villavicencio. Zamara se encontró con la realidad del conflicto en la ruralidad, pero también con la capacidad de resiliencia y reconciliación. “Son mujeres que se empoderaron de sus derechos y de sus vidas”, dice, y agradece todo lo aprendido.
Las mujeres de Esfuérzate les enseñaron la ruralidad, las labores del campo, la familia y la resistencia a Marcela, Carolina, Eduardo, Luis, José y Zamara, a quienes hoy recuerdan con cariño.
Continuar
“Esto es duro. Para hablar de eso he tenido que pasar por un proceso psicosocial, porque al principio tú sientes que revivir ese dolor te quema”, el dolor que querían olvidar, relata Yojaira, no se empezó a ir sino hasta que decidieron alzar la voz. “Ese daño que creían que nos iban a hacer no nos lo hicieron, nos fortalecieron”, termina.
La familia de mujeres es un apoyo para todas, como dice Sadis Barrios, sobreviviente, asociada y artesana. Encontraron una familia que no juzga, sino que apoya; que no sepulta el dolor, sino que lo sana. Soltaron el dolor, dejaron el odio hacia los victimarios, contaron su historia y continuaron. Entendieron que se trata de reconciliarse con el pasado, con el cuerpo, con la historia que es propia. Reconciliarse con la vida.