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Treinta años de la ausencia de José Antequera

Érika Antequera Guzmán, hija de José Antequera, dirigente de la Unión Patriótica asesinado el 3 de marzo de 1989, escribió esta emotiva carta en la que acepta las disculpas de la muerte, que lo apartó de su lado cuando tenía 10 años.   

Érika Antequera Guzmán
03 de marzo de 2019 - 01:00 p. m.
José Antequera, reconocido por su liderazgo político, fue asesinado a los 34 años de edad. / Fotos: cortesía archivo particular
José Antequera, reconocido por su liderazgo político, fue asesinado a los 34 años de edad. / Fotos: cortesía archivo particular

Este año se cumplen treinta años de la muerte de mi padre y, como cada 3 de marzo, habrá llamadas y mensajes de cariño y admiración. Se escribirán artículos de prensa que, como cada aniversario, hablarán de exterminio, lucha, pueblo, crimen y paramilitarismo. Habrá un homenaje a su memoria donde se hablará de paz, acuerdos, retos y apertura democrática; tal como hacía él antes de que lo mataran. Por supuesto, también habrá música para recordarlo.

Yo podría escribir una columna hablando de José Antequera y sus cualidades, de la grandeza de su figura política y de cómo la guerra lo convirtió en mártir; pero prefiero que eso lo hagan quienes fueron verdaderos testigos de su gloria, porque yo solo puedo hablar de su ausencia.

Sí, han pasado treinta años y por fortuna ya no lo recuerdo con tristeza. Hoy prefiero imaginar que lo tengo cerca y que puedo contarle algunas cosas más íntimas; asuntos personales que no tienen relevancia nacional, pero que para mí suponen algo más importante que resaltar su trascendencia política.

Para conmemorar este aniversario prefiero suponer que tenemos una conversación, como esas que se dan entre dos personas que llevan muchos años sin verse, pero que cuando se encuentran ambas sienten que no ha pasado el tiempo y que su amor se mantiene intacto.

Me gustaría contarle, por ejemplo, que cuando se cumplieron diez años del aniversario de su muerte, sacamos sus restos del cementerio y guardamos sus cenizas en casa. Que ese aniversario coincidió con la jubilación de mi madre, quien dejó de trabajar y se enfrentó a la vida sin jefes y a las horas libres para recordar. Que su regreso al hogar convertido en polvo enfermó a mi madre, lo que le provocó estrés postraumático severo y depresión aguda, según el diagnóstico del psiquiatra.

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Aunque no haría énfasis en lo mal que ella estuvo, sino en la forma en la que se recuperó. Salió fortalecida del tratamiento, recuperó el sueño, las ganas de comer y dejó de pintarse el pelo para disimular el paso del tiempo.

Le diría también que para el veinte aniversario de su asesinato le hice un pequeño homenaje, con un documental en el que apenas hago un repaso de su vida política mezclado con algunos detalles personales.

Pero no me extendería en comentar los aplausos que recibí, porque preferiría contarle que ese mismo año nació mi hijo y que su llegada supuso para mí el triunfo de la vida sobre la muerte. Y no es una metáfora. Durante el parto sufrí un choque hipovolémico, como él cuando su cuerpo fue atravesado por las balas, solo que a mí me atravesó la vida y afortunadamente aquí estoy escribiendo y recordándolo.

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Si estuviéramos frente a frente, me gustaría preguntarle su opinión sobre la extinta Yugoslavia y la disolución de la Unión Soviética. Le contaría que Fidel y Arafat han muerto; que el mundo sigue siendo mezquino y está lejos de ser un lugar mejor, como él soñaba. Aunque me moriría de vergüenza al confirmarle que a pesar de sus esfuerzos y de su entrega absoluta a la causa, en Colombia todavía no hay paz. No sé si serviría de algo contarle que su muerte quedará inscrita en la historia como un agravio para la humanidad entera.

Preferiría decirle que este año viene en camino su nieta, la hija de mi hermano, y que es así como yo prefiero conmemorar este aniversario: celebrando siempre la llegada de la vida y aceptando las disculpas de la muerte por la impertinencia de haberlo apartado de mi lado.

Por Érika Antequera Guzmán

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