Un esfuerzo por la memoria de los militares víctimas del conflicto

El libro Memoria y Nostalgia, del Ejército Nacional, cuenta las historias personales y familiares de militares que fueron víctimas de homicidio, secuestro, desaparición forzada, mina antipersonal y artefacto explosivo improvisado. Este documento lo entregaron a la Comisión de la Verdad.

Colombia en Transición
16 de abril de 2019 - 08:40 p. m.
Los recuerdos de infancia y juventud están siempre en la memoria de los familiares. / Lina Figueroa para el libro Memorias y Nostalgia.
Los recuerdos de infancia y juventud están siempre en la memoria de los familiares. / Lina Figueroa para el libro Memorias y Nostalgia.
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Los militares víctimas del conflicto tenían una historia antes de ingresar a la Fuerza Pública. Tenían una familia y unos recuerdos. Cuando sucedió el secuestro, la muerte, la explosión o la desaparición, tenían una vida, que era más que un uniforme. Eso fue lo que quiso dejar sobre la mesa el historiador Jhon Bayron Bedoya Sandoval en el libro Memoria y Nostalgia. Seis relatos breves de militares víctimas y sus familias, desde el Ejército Nacional.

“(…) el presente libro es una herramienta que permitirá al lector comprender a quien viste el camuflado, su familia, su entorno y su historia antes y después de haberse convertido en un militar víctima de la confrontación armada. Igualmente es una forma de visibilizar la afectación que produce la guerra en las personas que han estado en la primera línea de acción, pero también el gran reto al que se enfrentan sus familias en los duros procesos posteriores a los acontecimientos”, escribe Bedoya.

Lea: Al menos 7.000 militares han sido víctimas de artefactos explosivos en Colombia

La publicación cuenta las historias de los soldados José Abelardo Álzate Hernández, muerto el 8 de julio de 1999, junto con 37 compañeros en la masacre de soldados de Gutiérrez, Cundinamarca; Santos Darío Alfaro Guzmán, sobreviviente de este mismo hecho; David Sebastián Galvis Forero, quien murió el 24 de agosto del 2013 en Flor Amarillo, sobre la vía Tame–Arauca, a sus 22 años; Harbey Leonardo Rincón, víctima de desaparición forzada en Puente La Cabuya, Arauca, desde el 10 de marzo del 2004; Jhon Jairo Montero Ramírez, víctima de Mina Antipersonal, y del Sargento Primero del Ejército Ariel Novoa, secuestrado por el ELN el 26 de abril del año 2000.

Pero, sobre todo, son los relatos que sus familiares pudieron hacer para recordar su vida: cómo era antes y cómo fue después, con o sin ellos. En este libro hablan ellos. El ejercicio de memoria fue difícil y por eso contaron con el apoyo de una psicóloga.

Este proceso también se intentó visibilizarlos como víctimas, a pesar de que el Estado aún no lo hace. Han luchado contra la idea de que, por ser parte de un actor del conflicto armado, no son afectados por infracciones del DIH en medio de los combates. La Mayor María Fernanda Cifuentes, oficial de víctimas del Departamento Jurídico Integral del Ejército Nacional asegura que el ministerio público (Procuraduría, Personería, etc), encargado de realizar el proceso de recepción de solicitudes de declaración y trámite a la Unidad de Atención y Reparación a las Víctimas (UARIV), les niega la posibilidad de hacer el proceso de declaración. Esta situación obligó a que se realizará en todo el país jornadas especiales coordinadas con la UARIV, para que los militares y policías pudieran ser escuchados por los funcionarios. También hay obstáculos en la etapa de reconocimiento por parte de los funcionarios de la UARIV.

Por todo este proceso de visibilidad, el pasado 9 de abril, Día de la Memoria y Solidaridad con las víctimas del conflicto armado, se presentó este libro y se le entregó al padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, como un insumo para la verdad de los militares. En la ceremonia, el comandante del Ejército, Nicacio de Jesús Martínez Espinel, dijo que querían “contribuir con algunas historias, con referencias, con estadísticas, con hechos, para buscar aclarar la verdad que necesitan y esperan todos los colombianos”.

De acuerdo con cifras del Ejército, hasta ahora 207.645 militares han sido reconocidos como víctimas. De estos, “25.014 fueron asesinados, 1.826 resultaron afectados por actos de terrorismo, 3.138 por uso de medios y métodos prohibidos, 1.120 padecieron lesiones físicas y psicológicas, 103 torturas físicas y desaparición forzada; así mismo 159.460 de nuestros hombres y sus familias fueron desplazados y despojados de sus tierras, por causa de su vinculación con la Fuerza, sin embargo, aún existen 8.960 de nuestros hombres que no han sido reconocidos en el registro único de víctimas, lo cual limita el goce efectivo de sus derechos", explicó Martínez. Además, al menos 7.000 han sido víctimas de artefactos explosivos improvisados.

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Pero son más que las cifras. José Alzate, por ejemplo, era el primer hijo de sus padres, era consentido y cariñoso, siempre atento con su familia. Sebastián Galvis, por el contrario, fue durante nueve años el menor de su familia y, por lo tanto, el acreedor de las atenciones y del amor su mamá, tuvo amigos del alma y se enamoró. O Ariel Novoa, que recuerda sus días creciendo en el campo y, luego, sus días en la selva: la radio, las celdas y los compañeros de cautiverio.

Al final, el libro también es un pedido de las víctimas. Jhon Jairo Montero “Le pide a la sociedad, a la Fuerza y a las demás instituciones del Estado, que les apuesten a las víctimas, que crean en ellas y, sobre todo, los acompañen en los procesos posteriores al daño físico. También que resalten su sacrificio para que ningún colombiano olvide lo entregado en el campo de batalla y que las familias como víctimas indirectas sigan siendo acompañadas y apoyadas, pues ellas sufren en silencio el dolor del daño causado a uno de los suyos”.

Por Colombia en Transición

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