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Armero 40 años: “Aprender de volcanes es responsabilidad de todos los colombianos”

Entrevista con Marta Lucía Calvache Velasco, la geóloga colombiana que lideró la investigación de los volcanes a raíz de la erupción del Nevado del Ruiz hace 40 años. Estuvo en el cráter del volcán el día anterior a la erupción de 1985 y se salvó en la del Galeras en 1993, donde murieron nueve compañeros. Lecciones para que la tragedia de Armero no se repita.

Nelson Fredy Padilla

09 de noviembre de 2025 - 08:00 a. m.
Marta Calvache trabajó cuatro décadas para el Ingeominas, hoy Servicio Geológico Colombiano. Recibió la Medalla Krafft de la Asociación Internacional de Vulcanología y Química del Interior de la Tierra en 2017, por sus “destacadas contribuciones a través del servicio a las comunidades amenazadas por la actividad volcánica”. Es la vicepresidenta de la Asociación Internacional de Vulcanología y fue secretaria de la Organización Mundial de Observatorios Volcánicos.
Foto: Gustavo Torrijos Zuluaga
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Nos conocimos en 2004 durante una emergencia producida por el volcán Galeras. Usted que nació en Nariño, ¿en qué momento supo que la geología era su carrera?

Nací en Pasto, y a mí siempre me gustó la naturaleza; caminar y estar al lado de ríos, de montañas. Los volcanes son impresionantes, y supe de ellos cuando hice la primaria en mi ciudad. Mi mamá contaba que había visto una erupción del Galeras, pero no sabía nada más. Empecé a preguntarme por qué esas montañas están ahí y por qué son tan altas. Y ya terminando el colegio dije: “Quiero estudiar geología”.

Y es geóloga de la Universidad Nacional...

Sí, y al final de la carrera fuimos con una compañera a hacer la tesis al proyecto de geotermia del Nevado del Ruiz en la Central Hidroeléctrica de Caldas (CHEC). Nos graduamos y nos quedamos trabajando en la CHEC.

¿Qué le llamó la atención del Nevado del Ruiz?

Que era muy grande. Empezamos trabajando en la parte occidental para saber de las características del recurso geotérmico en el Ruiz, y había asesores italianos. Ahí como que se me abrió un nuevo mundo: la investigación en depósitos de volcanes.

Así empezó a especializarse.

La Organización Latinoamericana de la Energía organizaba cursos y había uno de geología volcánica, en Quito, dictado por un grupo de vulcanólogos italianos, en cabeza de Franco Barberi, con un reconocimiento muy grande. Estuvimos tres meses y aprendí muchísimo.

¿Cómo fue la historia de la elaboración de ese primer mapa de riesgo que se publicó una semana antes de la erupción y al que el Gobierno Nacional no le prestó atención?

Los que hicieron el mapa fueron los geólogos del Ingeominas, con el apoyo de profesores de la Universidad de Caldas. Yo no participé. Lo publicaron en los primeros días de octubre, y mostraba las amenazas, especialmente de los ríos que nacen en el Ruiz. A pesar de su importancia hubo publicaciones que decían que el mapa iba a generar devaluación de las tierras y que era irresponsable publicar uno de esas características.

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Llegó la noche del 13 de noviembre de 1985 y ocurrió la avalancha que causó la muerte a cerca de 25.000 personas en Armero. ¿Dónde estaba y cómo fueron esos días previos?

Estaba en Manizales. Había mucha inquietud en la Alcaldía, la Gobernación y varias instituciones, porque los montañistas empezaron a dar versiones de que algo estaba cambiando en el Ruiz desde finales de 1984. Había un grupo de personas que íbamos cada dos meses, más o menos, a ver cómo evolucionaba, qué se veía en el cráter. No porque tuviéramos un gran conocimiento, no porque se tuviera al comienzo muchos equipos para medir, como lo empezamos a hacer después con la ayuda de asesores internacionales. La erupción previa que hubo el 11 de septiembre de 1985 fue lo que puso la mirada a nivel nacional sobre la actividad del Nevado del Ruiz, porque le cayó ceniza a Manizales y era evidente que algo le estaba pasando al volcán.

Estuvo atenta hasta el día anterior. ¿Qué percibió?

Sí. El 12 de noviembre el clima estuvo muy bien, y temprano llegamos hasta el fondo del cráter unas cinco personas, incluido un montañista del Comité de Cafeteros de Caldas. Era muy difícil poder decir qué iba a suceder. El 13, viendo el día tan lluvioso como estaba en Manizales, señalé qué bueno que fuimos ayer. Eran épocas donde las comunicaciones no fluían, donde vivía no había teléfono fijo, y después fue que nos enteramos de que hubo una primera erupción a las 3 de la tarde y que cayó ceniza oriental del volcán, es decir, por el lado de Murillo, Líbano y Armero. Nos enteramos de la dimensión por la radio de que había sido grande y trágica.

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Marta Calvache en sus primeros años en el Nevado del Ruiz (recuadro) y en una de sus giras nacionales haciendo pedagogía con las comunidades.
Foto: Cortesía del Servivio Geológico Colombiano

¡Y volvió al Ruiz al día siguiente!

El 14 de noviembre fuimos con un grupo para evaluar lo que había pasado. Subimos, pero no era posible llegar mucho más allá del cerro Gualí, donde la carretera ya había sido cortada por el río. El 15 salimos más temprano con profesores de la Universidad de Caldas, y con una persona que había trabajado en el Instituto Geofísico de los Andes, que sabía de sismógrafos, y la idea era recuperar el sismograma de la estación El Refugio y tomar muestras. El Refugio había sido destruido, pero se recuperó el sismógrafo.

¿Qué sentía al estar en un volcán que arrasó todo un municipio?

Estaba tan ocupada recolectando información para entender la erupción, que no tenía tan claro eso. Se decía que Armero había sido borrado, pero es que esos días salíamos hacia el nevado a las 5 a.m., o antes, y regresábamos a las 11 p.m. También nos reuníamos en comité en el piso 11 del edificio del Banco Cafetero, y de un momento a otro se llenó de expertos extranjeros. Era difícil escuchar a personas hablando en otros idiomas, porque llegaron muchos grupos, por ejemplo del Servicio Geológico de Estados Unidos. Ellos pusieron el primer sismógrafo telemático el 17 de noviembre del 85. Ya nos llegaba por telemetría la señal sísmica y sabíamos cómo seguía comportándose el volcán para evaluar si habría más erupciones.

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¿Sabía qué riesgos asumían al volver al cráter una y otra vez?

Claro. Lo que pasa es que a veces se dice, con razón, que la ignorancia es atrevida. Estuvimos en el cráter la víspera, porque había que ir para saber si había flujos piroclásticos. Uno podía caminar por encima, pero si se hacía un huequito y se acercaba la mano estaba muy caliente. Fueron cosas que si uno las ve ahora, sí representaban un gran riesgo, pero así fue.

Hace 20 años recorrí todo el rastro de la avalancha que produjo la erupción y subí con el escalador colombiano Nelson Cardona hasta el cráter del Ruiz. Resulta increíble saber que el volcán tiene una historia de 80.000 años y apenas hace 40 se estudia a fondo.

En 1985 ya había varias tesis doctorales, porque una de las herramientas para evaluar la amenaza y el comportamiento futuro de un volcán es conocer qué es lo que ha hecho en el pasado. Había dos estudios que exploraban hasta los últimos 13.000 años sobre cuál era el número de erupciones, lo que en en geología se llama la estratigrafía. Estaban los estudios de la CHEC comparando el Ruiz con otros volcanes en Colombia. Lo que pasa es que en términos de monitoreo, no se conocía absolutamente nada. El Instituto Geofísico de los Andes, de la Universidad Javeriana, tendría cuatro estaciones en Colombia. Era muy reducido el cubrimiento que había de todo Colombia. En el Ruiz estaba la estación del Instituto Geofísico de Chinchiná, que queda lejísimos comparado con lo que ahora se tiene. No había un concepto de los equipos que se necesitaban, ni la gente con el conocimiento para evaluar una actividad volcánica.

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Todo cambió y el Ingeominas, hoy Servicio Geológico Colombiano, asumió las responsabilidades de geoamenaza que usted terminó liderando tantos años.

Claro. Ya en diciembre de 1985 hay una resolución donde les dicen ustedes son los responsables de hacer esto y después viene todo el sistema que se ha venido construyendo y ha ido evolucionando. Al tiempo se creó el Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres, básico para definir responsabilidades de las entidades oficiales. Es pasar de la política y el concepto de que hay que atender los desastres a la política y el concepto de que los seres humanos podemos hacer algo y que el desastre, el peor desastre, que es la pérdida de vidas humanas, se puede evitar en la medida que conozcamos mejor los fenómenos naturales y tomemos las decisiones correctas. Eso implica planear el desarrollo de un país basados en el conocimiento científico.

Martha Calvache destaca: “Hace 40 años no había un concepto de los equipos que se necesitaban, ni la gente con el conocimiento para evaluar una actividad volcánica. Hoy sí”.
Foto: GUSTAVO TORRIJOS

¿En qué momento empezó a trabajar con el Ingeominas y el Observatorio de Manizales?

El Observatorio empezó en marzo de 1986 y, empecé a trabajar en junio de 1986 con Ingeominas, en el Observatorio de Manizales.

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Esa formación suya incluye doctorado en Arizona, EE. UU. ¿Ese intercambio científico internacional permanente la especializó cada vez más y abrió el camino para que más colombianos se dedicaran a estudiar nuestros volcanes?

Totalmente. Desde recién graduada tuve la oportunidad de ir a Ecuador a un curso con los italianos después de estar en Nueva Zelanda, donde uno conoce un montón de gente con la que empieza a tener un intercambio. Después pasa lo del Ruiz, y la cantidad de investigadores que llegaron a Colombia fue enorme. De diferentes países nos ofrecieron más capacitación. Fui de las primeras en aprovechar esas oportunidades y luego muchos compañeros del Ingeominas se formaron en las diferentes especialidades, más cuando se abrió la Red Sismológica Nacional de Colombia.

¿Todo esto como consecuencia de la erupción del Ruiz?

Por el Ruiz se arrancó con todo eso, con la política de gestión del riesgo, y eso coincidió con que en otras partes del mundo muchas cosas cambiaron en la vulcanología.

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¿Por qué Colombia es un país único con 50 volcanes, de los cuales 25 pueden estar activos, y qué significa ser parte del cinturón de fuego del Pacífico?

Es que la tierra es un ente que así lo veamos muy estático, tiene una evolución. Hay unas partes del planeta que son antiguas y tienen la estabilidad que la vejez conlleva, pero hay otras que son muy jóvenes y que tienen toda la energía y se manifiesta de formas diversas en lugares como nuestras cordilleras. Para el caso de los Andes, el fondo del océano Pacífico es la placa que se está moviendo en contra de Suramérica desde hace millones de años. Ese choque hace que tengamos una fosa en el Pacífico, donde se pueden generar sismos muy, muy grandes. Después se arruga, llamémoslo así, y se van formando las cordilleras y los volcanes. Eso en este momento todavía sigue ocurriendo.

¿Nos falta educarnos para convivir con los volcanes?

Nosotros debemos cambiar esa actitud de sentirnos que somos los que mandamos aquí. La especie humana es mucho más pasajera, y no es cierto que los volcanes se van a acomodar a nuestras necesidades. Más bien el desarrollo de un país debe basarse en entender y respetar la naturaleza. Los sismos van a seguir ocurriendo y los volcanes van a seguir teniendo erupciones.

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Yo no entendía la dimensión de este tema hasta cuando la conocí en el Observatorio de Pasto. Recuerdo que hablaba de los volcanes como si fueran sus hijos. Si no había ido a visitarlo a pie, madrugaba a sobrevolar el volcán Galeras con ayuda de la Fuerza Aérea para revisar cráter por cráter, incluido el Calvache, llamado así por su apellido.

No quiero reclamar la maternidad de los volcanes en absoluto (sonríe). Sí creo que la actividad diaria de un volcán es una gran oportunidad para conocerlo mejor.

Después de Armero, ¿qué obras o planes están pendientes para prevenir algo similar?

Una de las cosas principales es ese conocimiento que se va generando y que se necesita incrementar. Y eso no es solo responsabilidad del político que fue elegido alcalde o alcaldesa, o gobernador o gobernadora, o presidente o presidenta. No es solamente la Oficina de Gestión del Riesgo, es una responsabilidad de todos los colombianos. Por ejemplo, desde el ministro hasta un secretario de Salud deben saber dónde van a funcionar los centros de atención, los hospitales. No sabemos si habrá una nueva erupción en cuatro años, en 40 o en 400. Ese es el problema para el que hay que estar preparados.

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Volvamos al Galeras, a un momento que le cambió la vida en 1993. Cuando acompañaba a una delegación internacional de vulcanólogos hubo una erupción y murieron nueve de sus compañeros. ¿Cómo fue?

El Galeras en ese momento había sido propuesto como volcán de la década en Suramérica por Naciones Unidas, y la primera actividad de ese proyecto fue hacer un simposio con vulcanólogos de todo el mundo para que la gente conociera el volcán y se incrementara la investigación. Esa erupción fue pequeña, entre comillas, pero había personas dentro del cráter y otras en el borde. Unos murieron, otros quedaron heridos y los que estábamos más afuera nos salvamos. Eso significó muchísimo para mí, aparte de la pérdida de compañeros vulcanólogos, de un profesor de una institución educativa de Pasto que había ido con su hijo y con el amigo del hijo, porque les gustaba el volcán. Eran unos apasionados del volcán. Fue una fase para entender el monitoreo del volcán que estaba empezando. Es que no es que le salga uno en una pantalla un letrero de que va a haber una erupción, sino aprender a hacer una interpretación con base en los reportes de un sismógrafo, en las deformaciones o en el análisis de los sensores remotos, y después tomar unas decisiones y comunicarlas.

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El vulcanólogo Stanley Williams (arriba), uno de los más reconocidos del mundo, publicó el libro "Surviving Galeras", un best-seller en Norteamérica y Europa, en el que recuerda cómo su colega Marta Calvache ayudó a salvarlo. Discovery Channel hizo dos documentales sobre él y su experiencia en Colombia.
Foto: Archivo Particular

¿Qué recuerda del momento cuando ocurre la explosión hasta que logra auxiliar, por ejemplo, al profesor Stanley Williams, uno de los vulcanólogos más reconocidos del planeta, con quien hablé años después y me dijo que estaba vivo gracias a Marta Calvache, “mi heroína”.

Nos habíamos dividido en grupos, y estaba con unas 20 personas por el borde, por lo que se le llama El camino real en Galeras. Estábamos viendo flujos piroclásticos cuando se oyó un ruido. Quise creer que eran truenos, pero estaba muy despejado. Sonó de nuevo, y dije: eso es una erupción. Era la una y media, y nos empezó a caer ceniza. Pensamos que venía un flujo piroclástico y empezamos a correr, alejándonos de la quebrada, pero con una colega de Estados Unidos cogimos un carro y subimos rápido porque habían reportado por radio que había heridos. Llegamos a la estación de Policía y los carros que estaban parqueados habían sido golpeados por rocas rocas. Había un cable para subir la parte alta y vimos personas tiradas abajo y heridas. Nos dimos nuestras mañas y empezamos a ayudarlas. Eran momentos difíciles; uno por la actividad del volcán, otro para poder caminar en esa zona tan difícil y luego tratar de sacar una persona herida obligándola a moverse hacia un lugar seguro teniendo una pierna rota. Stanley estaba muy cubierto de ceniza y al rato llegaron miembros de la Defensa Civil, Bomberos y la Cruz Roja, y nos ayudaron a sacarlo a él y a las otras personas. Eso nos tomó varias horas, pero se hizo. Después lo más duro fue revisar quiénes faltaban y saber que estaban muertos. Fue una experiencia de verdad muy difícil.

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En Colombia hay volcanes que no son tan grandes como el Galeras o el Ruiz, pero pueden ser igual o más peligrosos, como el cerro Machín, en Tolima, que puede afectar a tres departamentos y cerca de un millón de personas, según lo que usted me explicaba hace unos años.

Sí. Hay volcanes que por sus características, su entorno geológico, son más suavecitos, y hay unos que son mucho más explosivos. Los más suavecitos digamos que pueden ser los que más salen en televisión, llamémoslo así. Por supuesto son peligrosos, pero son mucho más fotogénicos y la gente se puede acercar relativamente más. Pero hay otros que se quedan callados por miles de años y hay volcanes que ni siquiera la gente sabe que son volcanes. Machín se conoce cada vez más, pero Colombia tiene varios por el estilo como Cerro Bravo (Tolima), Sotará (Cauca), Sucubún (entre Cauca y Huila), Las Ánimas y Petacas (entre Cauca y Nariño). La probabilidad de que estos volcanes afecten comunidades es menor y tardan mucho tiempo en hacer erupciones, pero existen, y la pregunta es cómo los incorporamos a nuestro conocimiento.

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Hoy el país cuenta con 70 estaciones de monitoreo permanente. ¿Hay planes de contingencia para cada caso?

Es que un plan de contingencia no es solamente que el Servicio Geológico Colombiano tenga los equipos, los datos, el personal y que dé la noticia, sino cómo un alcalde, un concejo municipal, un gobernador, una asamblea departamental, un Congreso, unos ministros, un presidente, cómo incorporan esto a sus funciones y políticas. Y sus decisiones no pueden ser tomadas el día antes de la posible erupción. Debe haber una planeación a largo plazo. Por eso lo principal es la educación en este tema para todos los colombianos, el conocimiento de cada territorio para poder vivir ahí. Colombia ha mejorado, pero nos falta muchísimo por investigar e incorporar, lo que el Ministerio de Ciencias llama la estrategia de apropiación social del conocimiento para hacer la gestión del riesgo.

En todo caso, los volcanes cambian vidas. En el Ruiz usted también conoció a su compañero de vida, el sismógrafo italiano Bruno Martinelli.

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Sí. Él era físico. El Servicio Sismológico de Suiza decidió enviar una persona con unos equipos a Colombia y eso fue antes de la erupción de 1985. Pero nosotros no somos el único caso. Como uno no salía del Observatorio entonces hubo muchas parejas, tanto en los observatorios de Manizales como en Pasto y Popayán.

¿Ahora conoce casi todos los volcanes del mundo?

No, sería imposible. No he estado en África, pero conozco muchos de países como Japón.

Luego de 40 años recorriendo volcanes colombianos, ¿qué hace a nivel global como vicepresidenta de la Asociación Internacional de Vulcanología?

La visión es muy diferente, porque debo promover la búsqueda de conocimiento del volcán en un país como Islandia o Italia. Participar de la gran discusión política que se hace en cada lugar y en las reuniones internacionales. Siempre pensando en qué tanto entiende la gente que está cerca, qué puede pasar y qué decisiones se han tomado.

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadinpadilla@elespectador.com

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