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Armero, 40 años: la dimensión bestial de la avalancha detallada en un nuevo libro

Capítulo de “Armero: la furia de un volcán y el olvido de los hombres”, investigación del experiodista de El Espectador Jorge Manrique Grisales, recién publicada por Mediapluma editorial.

Jorge Manrique Grisales * / Especial para El Espectador

13 de noviembre de 2025 - 01:00 p. m.
El reportero, escritor y profesor Jorge Manrique Grisales, quien cubrió para El Espectador, en noviembre de 1985, la tragedia de Armero. Al lado, la portada de su nuevo libro.
Foto: Cortesía Mediaplumaeditorial
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CAUCES EMPINADOS QUE ALIMENTARON LA BESTIA

En los meses de lluvia —especialmente, mayo y octubre—, Óscar Santos Sabala y sus amigos del barrio El Mango, de Armero, armaban paseo para el río Lagunilla. Bastaba echarle una mirada a la corriente en el puente sobre la carretera que lleva a Lérida para comprobar que el río venía crecido. Ese era el momento para sacar los neumáticos de tractor y parcharlos, por si tenían algún hueco. Los inflaban en una bicicletería y cogían camino, remontando el cañón del afluente. Llevaban fiambre, pues a veces la caminata tomaba dos o tres horas, dependiendo del ritmo y de las condiciones del terreno por donde tenían que ascender.

Un recodo del río muy bien identificado por los muchachos marcaba el inicio de la aventura. Metros abajo, el río se encajonaba, y producía unos rápidos que subían la adrenalina. Cada cual abordaba su neumático y se lanzaba a la corriente, en medio de gritos para vencer el terror. Las aguas los zarandeaban, pero el volumen de los neumáticos, a los que llamaban “donas negras”, los protegían contra las piedras. Todo el esfuerzo de la remontada del río se compensaba en los minutos de vértigo que duraba el recorrido.

Ese río cómplice de aventuras en neumático tiene, sin embargo, una historia ligada a peligros mayores, como consecuencia de la actividad del volcán nevado del Ruiz, donde nace con su hermano, El Azufrado. Desde lo alto de los glaciares, por miles de años, flujos de lodo han socavado los cauces de los dos afluentes haciéndolos más profundos y pendientes en algunas partes. Esto hace que se acelere el flujo de agua y, además, se vuelvan propensos a la formación de represas, debido a la cantidad de piedras y árboles arrancados de sus orillas durante las crecidas.

Fue, precisamente, la formación de una represa en la vereda El Sirpe, meses antes del 13 de noviembre de 1985, lo que contribuyó a incrementar el riesgo que presentaba el Lagunilla, tal como lo denunciaron en su momento el alcalde de Armero, Ramón Antonio Rodríguez Robayo, y el sacerdote Augusto Eblin Osorio Gallego, párroco de la iglesia de San Lorenzo, sin que se tomaran medidas al respecto. Enormes piedras se desprendieron de la montaña y formaron la presa de agua que el alcalde propuso que fuera volada con dinamita, para eliminar el riesgo de una inundación de grandes proporciones en Armero. Lo gestionó con la Gobernación del Tolima, el Ministerio de Obras Públicas y hasta con el Batallón Patriotas de la vecina población de Honda, pero a nadie le pareció que fuera algo de qué preocuparse.

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Y 40 años después, por una carretera pavimentada y muy bien señalizada, se puede hacer una parada para observar las primeras aguas del Lagunilla en una garganta geológica de tonos ocres y grises que aún muestran el rastro de la bestia que bajó por allí la noche del 13 de noviembre de 1985. Tímidamente, el verde de los años ha colonizado algo de ese paisaje que hoy se comparte con ganado de leche provisto de pelo espeso para soportar el frío. Una valla al borde de la vía le advierte al viajero que se encuentra en zona de alto riesgo de avalancha, y que en caso de emergencia lo mejor es desplazarse hasta el municipio de Murillo. También le advierte que debe protegerse del material piroclástico que pueda caer desde el cráter en caso de una erupción.

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Por la misma vía también puede apreciarse la cuna del río Azufrado, que un poco más arriba desciende mansamente a través de un hilo de agua que se puede atravesar de un brinco. Las cicatrices geológicas del evento de hace 40 años se manifiestan de forma cruda en un paisaje marciano de colores que van del amarillo al rojo. Por aquí bajó el mayor volumen de hielo fundido por la erupción de las 9:29 de la noche. Hoy se ven rocas de todos los tamaños a lado y lado del pequeño cauce que entregó la noche de la tragedia sus aguas embravecidas al Lagunilla en el punto conocido como La Angostura, en el municipio de Villahermosa, y después depositó esta carga mortal en la represa que se formó meses atrás en la vereda El Sirpe.

Sin embargo, los cañones del Lagunilla y El Azufrado cuentan también historias más antiguas de deshielos prehistóricos que han dejado al descubierto los colores propios de los minerales que hacen parte de la montaña, los derrumbes de materiales que han plagado los lechos de piedras colosales y las erupciones explosivas que han depositado en el suelo rocas incandescentes que terminan de enfriarse fundiéndose con el terreno y creando, a veces, formas caprichosas.

El paisaje de la nueva carretera a Murillo lo integran también tajos en la montaña que permiten al viajero ver las capas en las que se aprecian sucesiones de erupciones, flujos de lodo y formación de capas vegetales en tiempos de paz del volcán. Esas columnas estratigráficas son como el diario de un volcán explosivo en el que se combinan su furia y su bondad.

El volcán Nevado del Ruiz hizo erupción el 13 de noviembre de 1985. /Santiago Ramírez.
Foto: Santiago Ramírez.

EL COCTEL MORTÍFERO

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De acuerdo con un estudio realizado por la Universidad Nacional poco después de la catástrofe, los lahares que cubrieron a Armero estaban compuestos por una mezcla heterogénea de materiales líquidos y sólidos; principalmente, aguas procedentes del deshielo del casquete del nevado, las provenientes de la erupción misma (a altas temperaturas) y las originadas en las lluvias persistentes de la tarde y la noche en la región. En cuanto a los sólidos, se cuentan: piroclastos incandescentes expulsados por el cráter, y otros antiguos depositados en el suelo, fruto de erupciones pasadas; materiales de aluvión procedentes de los valles de los ríos, capa vegetal (árboles y otras variedades de plantas) y bloques rocosos arrancados de los cañones de alta pendiente.

La investigación revela también que la mayor parte del flujo de lodo fue aportado por el río Azufrado, que desemboca en el Lagunilla cerca de la población del Líbano. En este afluente la avalancha alcanzó alturas de hasta 40 metros en puntos cercanos al municipio de Casabianca. Al final, fueron unos 100 millones de metros cúbicos los que se depositaron en unos 33,87 kilómetros cuadrados en lo que fue Armero.

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El flujo de lodo era “de tibio a caliente”, como lo describieron algunos sobrevivientes que presentaron heridas en su cuerpo asociadas a quemaduras de hasta segundo grado, según partes médicos de personal de la Universidad Nacional que atendió la emergencia. Lo anterior sugiere que la temperatura del lodo pudo oscilar, en algunas partes, entre los 60 y los 70 grados centígrados. Esto se explica por la presencia de aguas calientes producidas por la erupción y las reacciones químicas exotérmicas (que liberan calor) entre el ácido sulfúrico y el agua. El color, de pardo grisáceo a gris, de los flujos de lodo está relacionado con la presencia de altas cantidades de azufre en diferentes estados de oxidación.

La avalancha se dividió en tres brazos, y alcanzó en algunas partes hasta cinco metros de altura. El brazo principal, el de mayor dimensión, arrancó de cuajo las construcciones del centro de la población y siguió el cauce antiguo del río Lagunilla, hasta alcanzar el caserío de Santuario, a unos 18 kilómetros al este de Armero, donde las marcas dejadas en las paredes revelan alturas cercanas a los dos metros. El brazo más septentrional siguió unos 8 kilómetros al norte, por la quebrada Santo Domingo, hasta alcanzar el río Sabandija, donde produjo un represamiento temporal de ocho horas en la zona de Guayabal. El brazo meridional avanzó diez kilómetros por el actual cauce del río Lagunilla, hasta la Hacienda La Vuelta, aunque con menor impacto destructivo que los dos anteriores.

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Señalan los investigadores de la Universidad Nacional que el brazo principal presentaba una consistencia más líquida, lo que explica su carácter altamente destructivo y la velocidad a la que avanzó en el centro de Armero destruyendo todo a su paso. “Las edificaciones fueron arrasadas desde los cimientos”, precisa el informe. El brazo que tomó rumbo al norte, hacia Guayabal, tenía una consistencia más viscosa, con más carga sólida, lo cual explica que algunas personas fueran arrastradas en la cresta de la ola, sin hundirse en el lodo.

Esto hizo, por ejemplo, que algunos sobrevivientes fueran rescatados desde las ventanas del segundo piso del hospital San Lorenzo a su paso por allí, como lo relató Esther Uribe de Zuluaga, o que el estudiante de geología Víctor Hernán Cubillos Quintero y algunos de sus compañeros de la Universidad de Caldas fueran arrastrados sobre un fragmento de concreto de la terraza de Residencias La Popular. El tercer brazo, que fluyó a lo largo del actual cauce del río Lagunilla, tenía una consistencia más líquida, y no fue tan destructivo. Probablemente, hizo parte del proceso final de las avalanchas.

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Otro estudio, realizado en 2001 por el investigador de la Universidad Nacional Henry Villegas, determinó que el primer pulso se produjo alrededor de las 11:25 de la noche —sobre todo, de agua fría y relativamente limpia—, que preparó el camino para los lahares posteriores. El segundo embate, el más destructivo, llegó a Armero minutos después, hacia las 11:35, mientras que el tercero se presentó a las 11:50 de la noche. De esta hora en adelante, se produjeron entre tres y cinco pulsos más de menor intensidad, de acuerdo con relatos de sobrevivientes. El último de estos eventos tuvo lugar aproximadamente a la una de la mañana.

A través del tiempo, el cauce del río Lagunilla ha cambiado varias veces después de bajar al llano donde se asentaba Armero. Con cada avalancha, la corriente busca un nuevo camino hacia el río Magdalena, al capricho de la disposición del material arrastrado desde la cumbre del volcán.

Una forma de medir la fuerza y el volumen de las avalanchas que históricamente han bajado por el río Lagunilla consiste en el tamaño de las piedras arrastradas. En 1845, se observaron rocas de hasta 500 metros cúbicos arrastradas hasta dos kilómetros después de la boca del cañón del Lagunilla. En 1985, el lahar arrastró hasta esa misma distancia bloques rocosos de hasta 100 metros cúbicos.

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De acuerdo con dicha observación, se concluye que la avalancha de 1845 fue más voluminosa y bajó con mayor fuerza, con fases viscosas y líquidas, como ocurrió en 1985. De acuerdo con otro estudio, realizado por la Corporación Autónoma Regional del Tolima (Cortolima) en 2009, en su cuenca mayor el río Lagunilla recorre un total de 91,01 kilómetros desde su nacimiento en el volcán nevado del Ruiz hasta su desembocadura en el río Magdalena.

Su recorrido hasta Armero es de 72,5 kilómetros, de los cuales, en la noche de la tragedia, los últimos 23 kilómetros llevaban el cúmulo del Azufrado, el Lagunilla y la represa de El Sirpe, por lo que, al llegar a Armero, la ola alcanzó una altura de unos 40 metros (el equivalente a un edificio de trece o catorce pisos).

El mismo estudio señala una pendiente media del Lagunilla del 5,03 %, lo que, a su vez, revela un peligro de sometimiento de la cuenca a grandes velocidades de desplazamiento del agua. Al analizar la totalidad de la cuenca (El Lagunilla y sus afluentes), se concluye que, en su conjunto, el sistema presenta el riesgo de grandes velocidades de desplazamiento del cauce, erosión y socavamiento de taludes y transporte de grandes cantidades de sedimentos.

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En su cuenca alta, en jurisdicción del municipio de Murillo, el río Lagunilla viene siendo víctima de depredación de quienes han desecado sus humedales con el fin de incrementar el área para el cultivo de papa, y los potreros, para alimentar el ganado. Esto hace que el río se torne más peligroso en una crecida, pues no tiene zonas de amortiguación.

Más abajo, la actividad económica se concentra en cultivos de café y caña de azúcar para la producción de panela; especialmente, en el municipio del Líbano. En el área plana, donde se depositó la avalancha que sepultó a Armero, el río Lagunilla atraviesa campos sembrados con arroz y algodón en jurisdicción de los actuales municipios de Armero-Guayabal, Lérida y Ambalema. La cuenca alta del río Lagunilla provee de agua potable a los municipios de Casabianca (quebrada la Española), Líbano (quebrada Vallecitos), Murillo (quebrada Aguas Blancas y río Vallecitos) y Villahermosa (quebrada La Bonita y Guayabal).

Recuerda Óscar Santos Sabala que los mejores paseos de su juventud estaban ligados al agua, a los ríos que surcan el territorio de Armero; especialmente, El Lagunilla y El Sabandija, aunque hacia Cambao también había otros afluentes donde se podían pescar bocachicos de gran tamaño, en el sector de Pajonales, provenientes, sin duda, del río Magdalena. Fueron otros tiempos, en los que había diversión y hasta pescados para repartir entre los amigos.

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* Se publica con autorización de Mediapluna editorial. Jorge Manrique Grisales nació en Manizales en 1960. Es doctor en Comunicación de la Universidad de Huelva, España; magíster en Tecnologías de la Información Aplicadas a la Educación de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia; especialista en Informática para la Docencia de la Universidad Central y comunicador social-periodista de la Universidad de La Sabana. Ha sido reportero y editor del diario El Espectador, entre 1984 y 1995, y asesor de Comunicaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), entre 1995 y 1998. Desde el 2000, ingresó a la academia, donde se ha desempeñado como docente investigador y director de carrera en las Universidades Central de Bogotá y Javeriana de Cali. Dirigió el posgrado de Periodismo Deportivo de la Escuela Nacional del Deporte, en Cali. Creó el medio independiente Cali Buenas Noticias y el portal laboratoriodeperiodismo.com. Como periodista, ha escrito los libros Caja Negra, la crisis de la inseguridad aérea en Colombia (Planeta, 1995) y Oficio de Reportero (Sello Editorial Javeriano, 2015). También ha publicado artículos científicos sobre periodismo, historia del periodismo y competencias mediáticas. Es miembro de la Red Euroamericana de Investigadores en Competencias Mediáticas para la Ciudadanía (Alfamed).

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Por Jorge Manrique Grisales * / Especial para El Espectador

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