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En los carnavales el Caribe se disfraza a sí mismo

Como dicta la tradición, después de los dos días del Encuentro Internacional de Carnavales del Caribe, Joselito Carnaval volvió a morir en las calles de Barranquilla, agotado de tanto bailar, pero esta vez no murió solo: lo acompañaban las voces de ocho países, los tambores del Caribe y los manifiestos por la sostenibilidad cultural.

Pedro Mendoza

03 de octubre de 2025 - 02:47 p. m.
Barranquilla se transforma cada febrero como Brasil. En la Vía 40 y las calles del centro aparecen las marimondas con sus narices exageradas, los monocucos envueltos en túnicas multicolores y los garabatos que danzan.
Foto: Pedro Mendoza
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En su entierro, no hubo silencio, sino reflexión. Porque este Joselito no solo representa el fin de la fiesta, sino el inicio de una nueva conciencia sobre lo que significa celebrar y entender desde la academia.

Los carnavales son tan antiguos como el eco de los tambores en el Caribe. Su origen, ligado al término latino “carnis levale” —quitar la carne—, marcaba el inicio del ayuno cristiano y funcionaba como control sobre los placeres mundanos.

Con el tiempo, esa contención se volvió celebración, y hoy el carnaval es una de las expresiones más poderosas de identidad popular en América Latina. Detrás de cada disfraz hay una narrativa, y detrás de cada narrativa, identidad de vida, tradición que resiste, transforma y celebra.

En Barranquilla culminó el IV Encuentro Internacional de Carnavales del Caribe, una cita que reunió a gestores, investigadores y artistas de ocho países para repensar el carnaval como territorio cultural.

Durante dos días, en el auditorio Marvel Moreno de la Universidad del Norte —que lleva el nombre de la escritora barranquillera y reina del carnaval en 1959— se habló de sostenibilidad, turismo cultural y desafíos tecnológicos. La música carnavalera acompañó cada jornada, usted podía tener a su lado sentado una marimonda, un monocuco , el propio Rey Momo o una estudiante de arquitectura que tomaba notas.

En el escenario, representantes de la UNESCO, la CAF y la Asociación de Estados del Caribe coincidieron en que el carnaval no es solo espectáculo: es una forma de habitar el mundo. Fue un encuentro más allá de las plumas y las lentejuelas, se llegó al corazón de los carnavales desde lo estético, la sostenibilidad y los nuevos tiempos.

En los imaginarios de los asistentes desfilaron las comparsas de Santiago de Cuba, los trajes de Trinidad y Tobago, el Sambódromo de Río y la Batalla de Flores de los anfitriones, entre otros. Cada expresión revelaba una conexión entre lo ancestral y lo contemporáneo, entre la memoria y la reinvención.

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Aruba mostró cómo la inclusión de adultos mayores y personas con discapacidad no solo enriquece la escena artística, sino que refuerza el sentido de pertenencia. Santiago de Cuba, con su carnaval de raíz popular, expuso el desafío de negociar con las nuevas generaciones. Desde Cozumel, México, llegó el recuerdo del vínculo profundo entre las fiestas caribeñas, el mar y la naturaleza, mientras Brasil, como país invitado, propuso una reflexión sobre el rol pedagógico de las escuelas de samba, pensar el carnaval como economía creativa, como campo de desarrollo social.

Yuri Peshkov, especialista del Programa de Cultura en la Oficina Multipaís de la UNESCO para el Caribe, fue uno de los invitados internacionales al Encuentro de Carnavales. En diálogo para El Espectador, destacó el valor simbólico de la celebración: “Ver cómo las comunidades caribeñas celebran su identidad a través del carnaval es profundamente alentador”, afirmó.

Valoró el esfuerzo organizativo del encuentro en Barranquilla, donde observó una participación masiva y comprometida. “Esta experiencia la llevaré conmigo como testimonio vivo del poder transformador de la cultura caribeña”

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Desde su oficina en Kingston, Jamaica, Peshkov acompaña iniciativas culturales en más de veinte países de la región. “Como ser humano, resulta inspirador presenciar lo que ocurre aquí en Barranquilla y observar cómo las personas se expresan con tanta vitalidad desde su identidad cultural.

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Paralaleo al representante de la Unesco, Jimena Cuevas Portilla, directora de Turismo Sostenible de la Asociación de Estados del Caribe (AEC), resaltó que los carnavales son herramientas narrativas, ofrecen oportunidades para sensibilizar sobre sostenibilidad, resiliencia e identidad regional.

Encuentro de Carnavales del Caribe
Foto: Pedro Mendoza

Las fiestas que parecen iguales.

Barranquilla se transforma cada febrero como Brasil. En la Vía 40 y las calles del centro aparecen las marimondas con sus narices exageradas, los monocucos envueltos en túnicas multicolores y los garabatos que danzan.

El carnaval es una memoria viva: cada disfraz, cada paso, evoca historias de resistencia, mestizaje y celebración popular. Es una ciudad que se disfraza para contarse a sí misma.

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Juan José Jaramillo, director de Carnaval de Barranquilla, destacó que estos encuentros fortalecen el diálogo regional y proyectan las fiestas al mundo. Recordó que en 1899 se conformó la primera junta directiva del carnaval, y hoy, con orgullo, celebran ser la primera fiesta del país en obtener la certificación NTS TS 006-1 en sostenibilidad. “Eso nos compromete aún más”, afirmó.

En cifras, el carnaval generó en 2025 más de 193 mil empleos y una derrama económica de $880.000 millones de pesos. “Somos 29.981 corazones que laten por el carnaval, cada uno con una historia que merece ser contada. El carnaval les devuelve la voz”, concluyó.

Brasil fue el país invitado este año. En el auditorio, los expertos recordaron a Pedro Ernesto, médico y político que en 1931 asumió la alcaldía de Río y comprendió que el carnaval no era solo fiesta, sino plataforma cultural. Bajo su gestión, el carnaval dejó de ser espontáneo y marginal para convertirse en política pública.

A miles de kilómetros de Barranquilla, el eco de los tambores del Carnaval de Río de Janeiro viaja por el aire y desembarca en la imaginación colectiva. Las “escolas” de samba desfilan con trajes que desafían la gravedad: plumas de guacamayo, lentejuelas doradas, estandartes mitológicos.

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El Sambódromo se convierte en templo pagano, donde por la gracia de Dios se mezcla la exuberancia brasileña. Mangueira, Portela y Beija-Flor —tres de las escuelas más emblemáticas— encarnan esa monumentalidad que, aunque no caribeña en sentido geográfico, comparte con Barranquilla la economía creativa y el protagonismo popular.

“El Rey Momo de Brasil es Kaio Mackenzie”, comenta Adolfo Maury Cabrera, quien ostenta el título de Rey Momo de los barranquilleros para el Carnaval 2026 y dirige el Congo Grande de Barranquilla, la danza más antigua de la fiesta, con más de 150 años de tradición.

Para él, el encuentro continental ha sido una experiencia transformadora. La figura del Rey Momo encarna el espíritu festivo y simbólico del carnaval. Su vestimenta oficial cambia cada año, incorporando íconos representativos que se integran a telas brillantes, pecheras, capas y golas.

Los colores vibrantes —rojos, amarillos, verdes, azules— buscan reflejar la diversidad cultural de Barranquilla y su capacidad de reinventarse sin perder la raíz.

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“Creo que estos dos días han sido maravillosos y me preparan aún más para lo que viene en febrero”, afirma que todos deben estar alineados con el manifiesto firmado en este encuentro. “Carnavales por el Turismo Sostenible, una hoja de ruta regional y un símbolo de compromiso político y cultural para preservar nuestras tradiciones, la biodiversidad y garantizar el futuro de los carnavales del Caribe”.

Lucy Espinoza Díaz es la directora Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (IPCC), cierra su cuaderno de notas. Ha estado atenta a los diferentes conversatorios, tiene en el mes de noviembre las tradicionales fiestas de Independencia de Cartagena.

“Entendemos que las fiestas, festivales, carnavales y eventos de carácter cultural en el país y en el mundo hacen esfuerzos importantes por revitalizarse y porque sean sostenibles y generen cada vez mayor apropiación. El impacto social y económico que generan merece ser reconocido y valorado”, sostiene en la entrevista con este diario.

Agrega que en Cartagena se sigue apostándole a la calidad en los procesos artísticos, “cualificar y potenciar nuestros talentos, visibilizando a nuestros artistas y generando más y mejores oportunidades y para seguir afinando un modelo de gobernanza que permita el concurso de todas las disciplinas artísticas”.

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Todos se gozaron estos dos días de carnaval, donde la música es tambor y la cumbia sacude el alma. Mientras bailan las comparsas, se huele el arroz con coco, el bollo limpio y el bocachico frito servido en hojas de bijao.

De repente una marimonda se abre paso: lleva chaqueta de colores imposibles, pantalones anchos y una máscara con ojos saltones y nariz descomunal. No camina, baila. Porque en el carnaval, hasta el disfraz, tiene ritmo.

Y allí estaba Andrea Mazzi, conservador del Carnaval de Viareggio en Italia, Entre tambores, cumbiambas, el representante no solo observó la fiesta: la vivió. Le dice a El Espectador en medio del bullicio que lo que más le impacta es la participación masiva. “ese ritmo que te envuelve y la belleza extraordinaria de sus disfraces”.

Fue claro en su propuesta; “Debemos crear puentes. Artistas de Barranquilla podrían venir a nuestros talleres en Viareggio, donde construimos carros monumentales reconocidos por su gigantismo y carga artística. Y nuestros creadores, a su vez, podrían venir aquí a aprender su forma de pensar el carnaval, su simbolismo, su espíritu colectivo”.

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Sonríe y me muestra una foto que hizo a la danza del Rey Momo. Para él, estos encuentros no son meros intercambios culturales, sino actos de reafirmación de un valor universal: el carnaval como expresión de identidad, motor de economía local y, sobre todo, como celebración de la vida. “El carnaval no es solo fiesta —concluyó—, es patrimonio que cura, que une y que transforma”.

Como dicta la tradición, después de los dos días del Encuentro Internacional de Carnavales del Caribe, Joselito Carnaval volvió a morir en las calles de Barranquilla, agotado de tanto bailar, pero esta vez no murió solo: lo acompañaban las voces de diez países, los tambores del Caribe y los manifiestos por la sostenibilidad cultural.

En su entierro, no hubo silencio, sino reflexión. Porque este Joselito no solo representa el fin de la fiesta, sino el inicio de una nueva conciencia sobre lo que significa celebrar y entender desde la academia.

Y mientras sonaba la música con tambores, Michelle Char Fernández, reina del Carnaval, lloraba a Joselito. Como soberana sabe que el carnaval no termina: se transforma. “Joselito no estaba muerto, estaba de encuentro”, podría decirse ahora. Porque este año, más que nunca, la fiesta se pensó, se discutió, se proyectó y se les recordó a todos. Quien lo vive es quien lo goza.

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Joselito descansa, pero va a volver, ningún carnaval del caribe muere. Y cuando regrese estará con más voces, más colores, más razones para bailar. Porque la alegría, como el mar del caribe, siempre se goza, se baila, se vive en forma de carnaval.

Por Pedro Mendoza

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