Cali abre plaza

Cali abre la temporada de toros en Colombia. Después vendrán las corridas de Manizales, Cartagena, Duitama, Medellín y las de las plazas menores, que no son fiestas secundarias ni mucho menos. En Cali se esperaba a los mondoñedos porque son Mondoñedo y porque en la corrida de Fuente Piedra —nuestro asilo mientras mande Petro— se vieron toros de verdad. A las 4 de la tarde, con media plaza en los tendidos, sonaron clarines y timbales: la cabalgata había paralizado la ciudad y el tránsito era imposible.

El primero, para Javier Castaño, salió suelto y mostró sentido con la capa; embestía cara arriba y echaba manos por delante. Buscó querencias sin disculpas. Castaño, con la muleta y a zapatazo limpio, lo sacó al centro y le dio dos o tres redondos de antología. Pero Gitanito —como se llamaba el bicho— recortaba, volvía a recortar y se recostaba con peligro. El torero hizo faena digna y perdió la oreja por pinchazo. El segundo, Sasaímo, otro castaño claro con media tonelada bajo el lomo, salió a buscar a Alberto Aguilar, un joven torero desconocido en nuestras plazas, pequeño, con oficio, valiente. El toro no quiso saber de caballo, reservaba su codicia. Más que embestir, acometía. Gustavo García con banderillas se vio comprometido. Aguilar logró enredarlo con pases bien hechos, cerrados —¡muy cerrados!—, confiándole a Dios la distancia. El toro brincó, hizo un extraño desconcertante, prendió al torero por una pantorrilla y le destrozó el gemelo. La sangre de los matadores en la arena será siempre sagrada. El silencio tapó el miedo. Castaño mató a Sasaímo sin rabia. El tercero de la tarde, Palmireño, tenía una cornamenta playera que lo hacía ver como una vaca. Toro peligroso, mirón, rápido, José Fernando Alzate no pudo pararlo con la capa. Tampoco podía porque el sitio le era —le es— esquivo. Con la muleta ídem, sin temple. Un par de derechazos meritorios y muestras tímidas de valor. Cinco pinchazos, tres pitos y puntilla desde burladero. En cuarto lugar salió un señor Mondoñedo con 570 kilos: negro saíno, alto, enmorrillado, poderoso, bello, bravo. Metió la cara en la capa de Castaño. Entró al caballo, tumbó a Viloria, se revolvió, embistió al caballo que cuida la puerta y también lo tumbó. Volvió al de Viloria, que lo castigó con venganza. El toro buscaba pelea. Terror en el ruedo. Tres banderillas en abanico, tres en la arena y el toro midiendo, esperando. Dos naturales sostenidos, una espada tendida y cuatro descabellos. Bienvenido era un toro muy serio.

Con Aguilar en el hospital y los mondoñedos dominando en la arena, el miedo recorría tendidos y se escondió en burladeros. El quinto, Canciller, de media tonelada, le correspondió, como jefe de lidia, al joven Alzate. Dos capotazos sin gracia, un puyazo largo y banderillas a la Santana, templando con el pecho. La muleta de Alzate nada dijo. Escapa y por escapar trompica. Torea al hilo del cacho. Con la espada pudo. El toro peleó la muerte. Aplausos. Con su sexto, Alzate salió decidido a volver a Cali. Recibió a Tejedor —532 kilos— con dos largas cambiadas. La vara le impuso orden a la embestida y el torero le sacó provecho con unas chicuelinas al centro. Voluntarioso, insiste de rodillas con la muleta. Aplausos. El toro busca y encuentra. La suerte ayuda: Alzate sale vivo y recobra color en tablas. Sin chaquetilla para poder respirar, mata a ley. Recibe la oreja sentado en el estribo.

Una corrida extraña y meritoria.

Cali abre la temporada de toros en Colombia. Después vendrán las corridas de Manizales, Cartagena, Duitama, Medellín y las de las plazas menores, que no son fiestas secundarias ni mucho menos. En Cali se esperaba a los mondoñedos porque son Mondoñedo y porque en la corrida de Fuente Piedra —nuestro asilo mientras mande Petro— se vieron toros de verdad. A las 4 de la tarde, con media plaza en los tendidos, sonaron clarines y timbales: la cabalgata había paralizado la ciudad y el tránsito era imposible.

El primero, para Javier Castaño, salió suelto y mostró sentido con la capa; embestía cara arriba y echaba manos por delante. Buscó querencias sin disculpas. Castaño, con la muleta y a zapatazo limpio, lo sacó al centro y le dio dos o tres redondos de antología. Pero Gitanito —como se llamaba el bicho— recortaba, volvía a recortar y se recostaba con peligro. El torero hizo faena digna y perdió la oreja por pinchazo. El segundo, Sasaímo, otro castaño claro con media tonelada bajo el lomo, salió a buscar a Alberto Aguilar, un joven torero desconocido en nuestras plazas, pequeño, con oficio, valiente. El toro no quiso saber de caballo, reservaba su codicia. Más que embestir, acometía. Gustavo García con banderillas se vio comprometido. Aguilar logró enredarlo con pases bien hechos, cerrados —¡muy cerrados!—, confiándole a Dios la distancia. El toro brincó, hizo un extraño desconcertante, prendió al torero por una pantorrilla y le destrozó el gemelo. La sangre de los matadores en la arena será siempre sagrada. El silencio tapó el miedo. Castaño mató a Sasaímo sin rabia. El tercero de la tarde, Palmireño, tenía una cornamenta playera que lo hacía ver como una vaca. Toro peligroso, mirón, rápido, José Fernando Alzate no pudo pararlo con la capa. Tampoco podía porque el sitio le era —le es— esquivo. Con la muleta ídem, sin temple. Un par de derechazos meritorios y muestras tímidas de valor. Cinco pinchazos, tres pitos y puntilla desde burladero. En cuarto lugar salió un señor Mondoñedo con 570 kilos: negro saíno, alto, enmorrillado, poderoso, bello, bravo. Metió la cara en la capa de Castaño. Entró al caballo, tumbó a Viloria, se revolvió, embistió al caballo que cuida la puerta y también lo tumbó. Volvió al de Viloria, que lo castigó con venganza. El toro buscaba pelea. Terror en el ruedo. Tres banderillas en abanico, tres en la arena y el toro midiendo, esperando. Dos naturales sostenidos, una espada tendida y cuatro descabellos. Bienvenido era un toro muy serio.

Con Aguilar en el hospital y los mondoñedos dominando en la arena, el miedo recorría tendidos y se escondió en burladeros. El quinto, Canciller, de media tonelada, le correspondió, como jefe de lidia, al joven Alzate. Dos capotazos sin gracia, un puyazo largo y banderillas a la Santana, templando con el pecho. La muleta de Alzate nada dijo. Escapa y por escapar trompica. Torea al hilo del cacho. Con la espada pudo. El toro peleó la muerte. Aplausos. Con su sexto, Alzate salió decidido a volver a Cali. Recibió a Tejedor —532 kilos— con dos largas cambiadas. La vara le impuso orden a la embestida y el torero le sacó provecho con unas chicuelinas al centro. Voluntarioso, insiste de rodillas con la muleta. Aplausos. El toro busca y encuentra. La suerte ayuda: Alzate sale vivo y recobra color en tablas. Sin chaquetilla para poder respirar, mata a ley. Recibe la oreja sentado en el estribo.

Una corrida extraña y meritoria.