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El comedor comunitario que le da vida a “Mamá Lucy”, en Cali

Desde hace más de cinco años, Lucy Uribe maneja uno de los 762 comedores comunitarios que hay en Cali. El suyo, ubicado en el suroriente de la ciudad, acuden habitantes de calle, taxistas, migrantes y adultos mayores, entre otros. Su motivación es ayudar, pero hay una historia que la marcó en estos últimos años.

Gustavo Molina - Corresponsal de Cali

20 de marzo de 2025 - 09:11 a. m.
Lucy Uribe, líder y emprendedora, en la JAC del barrio Boyacá en el comedor comunitario, en Cali.
Foto: Gustavo Molina
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“Se llamaba Wilmer”, dice Lucy Uribe Carrillo. Pausa unos segundos y confirma: “se llamaba”. Mira a la calle desde las rendijas de la puerta de su comedor comunitario, en el barrio Boyacá, en el suroriente de Cali. Son las 9:30 a.m. de un viernes y ella, junto a su ayudante, Liliana Palta, preparan el almuerzo para cerca de 70 personas.

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“Él solo era risas. Muchas veces se lo dije: ‘dejá de soplar’”, recuerda Lucy. A lo que Wilmer le contestaba: “¡Mamá, yo no fumo, yo huelo!”.

Tras recordar esa anécdota, una pequeña sonrisa se le escapa. Antes de continuar con el relato se dirige a Liliana y le pregunta si ya tiene licuado el jugo de tomate de árbol con piña para las personas. Su asistente le contesta que sí y le lleva un vaso para saber si pasó la prueba. Apenas lleva un mes trabajando con ella y antes era una de las personas beneficiadas por el comedor comunitario, en el cual venden almuerzos por $3.000.

Desde las 10:30 a.m. empiezan a servirlos, ya que algunas personas llegan una hora antes a preguntar si tiene algo de comida. “Muchos que vienen aquí ‘empatan’ el desayuno con el almuerzo, por eso llego desde las 5:00 a.m. e intento tenerles temprano algo”, asegura mamá Lucy, como la conocen en el sector, por el afecto que le da a quienes llegan a su comedor.

A Wilmer lo conoció allí. Él llegó cuando tenía 21 años, recién salió de Guapi. “Amaba tomar sopa e intentaba tenerle siempre. Entraba y se bañaba aquí”, recuerda. Wilmer padecía de tuberculosis y VIH. “Yo no discrimino. Todos somos seres humanos y él se convirtió en uno de mis hijos”.

La comunidad, por el amor y la dedicación que entrega a las personas, decidió apodarla como “mamá” Lucy. Muestras de esto es su relación con Wilmer, a quien atesora como un recuerdo preciado que le recuerda lo frágil, injusta y dura que es la existencia del ser humano.

“Muchos que vienen aquí ‘empatan’ el desayuno con el almuerzo, por eso llego desde las cinco de la mañana e intento tenerles algo temprano”.

Lucy Uribe

En ese momento señala una parte del andén en la que él solía sentarse a esperar los alimentos. “A veces me da la sensación de verlo ahí”, asegura, con un tono de voz melancólico.

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“Los comedores comunitarios transforman vidas”

Cuando se empiezan a servir los primeros almuerzos, Henry Palacios deja su carretilla de reciclaje al frente del comedor, entra, se sienta en una de las cuatro mesas y espera a que le traigan el plato de fríjoles con arroz, ensalada, carne de cerdo y jugo, que es el plato del día. “Un plato de comida significa volver a vivir”, asegura el hombre, quien acude donde “mamá” Lucy desde hace cinco años. Ella lo ha cuidado las veces en que ha estado enfermo.

Los fríjoles -y gran parte de lo que sabe en la cocina- se lo enseñó su mamá. El mayor secreto que le aprendió fue a “hacer las cosas con amor. Cualquier cosa que realices, si la haces con cariño, suele salir bien”, dice mientras menea con un cucharón la gran olla de comida.

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Los viernes, en el comedor comunitario del barrio Boyacá, suelen preparar fríjoles con carne de cerdo, ensalada, arroz y plátano.
Foto: Gustavo Molina

Tras servir decenas de almuerzos, se sienta en una silla que da hacia la calle y mira el andén donde Wilmer solía sentarse. “Sabía que tenía un tío en Cali, pero nunca me dio el número porque él sabía que si lo hacía, yo lo llamaba para que llevaran a rehabilitarlo”, dice.

Pero Wilmer se esfumó en una ocasión, igual un rastro de huella en la arena. Los primeros días a Lucy se le hizo extraño y como no volvió, salió a buscarlo. “No lo encontré. Algo dentro de mí sintió que había muerto y eso me atormentaba”.

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El dolor

El andén en el que solía sentarse Wilmer sigue marcando su ausencia. Lucy lo mira de reojo. “Pensé que había muerto, pero a los seis meses lo vi en la esquina, con unos pantalones blancos. Le grité que para dónde se había ido y me contó que un tío lo tuvo durante seis meses, pero no se llevó bien con la mujer de él y huyó”.

Liliana interrumpe su relato porque necesita cambio de un billete de $5.000 para darle a un taxista. También es común ver a varios de ellos, debido a que las ganancias que obtienen de las carreras no son muy altas. En ocasiones, les quedan en el día $40.000, por lo que no pueden darse el lujo de comprar un corrientazo que en la ciudad oscila entre $12.000 y $19.000.

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“Hace dos años vengo al comedor comunitario y me favorece muchísimo porque es un excelente almuerzo a un precio muy económico”, asegura el taxista Carlos Rebelo. “Sigo esperando que me acepte una salida, pero todavía nada”, le dice a Lucy y suelta una carcajada. Para ella el comedor comunitario significa su vida entera. Resalta que: “si das algo, también lo recibes”.

“No encontré a Wilmer. Algo dentro de mí sintió que había muerto y eso me atormentaba”.

Lucy Uribe

Entre recuerdos

“Hay gente que se enoja porque el almuerzo se acaba temprano, pero no tengo la culpa. Se hacen entre 70 a 80 porciones y hay algunas personas que me piden que les guarde y lo hago porque llevan muchos años viniendo”, asegura Lucy. Wilmer era una de esas personas a la cual le guardaba comida cuando no llegaba temprano.

Sin embargo, por segunda vez, Wilmer desapareció. Los primeros días imaginó que nuevamente el tío se lo habría llevado, pero en su corazón había algo que le indicaba lo contrario. “Salí a buscarlo a donde él iba a dormir y una de las personas que lo conocía me dijo que lo habían llevado al hospital”.

Los silencios entre frases de Lucy se vuelven más repetitivos. Recordar duele. Durante varios días se dedicó a buscar a Wilmer sin tener ninguna respuesta. El desespero se hizo latente y, entonces, su recuerdo se convirtió en un fantasma en el espejo.

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Las primeras lágrimas escurren por la mejilla de Lucy. “Lo busqué por todos los hospitales de Cali hasta que lo encontré en el San Juan de Dios”, asegura.

Cuando llegó al sitio, la recibió un trabajador social, que tras obtener información le dijo:

-¿Usted sabe el apellido de Wilmer?-

-No- negó con la cabeza Lucy.

-Bueno, -le respondió el hombre- acá tenemos dos Wilmer. Uno está hospitalizado y el otro en la morgue. El que murió tenía tuberculosis y VIH-, replicó.

La presencia de Wilmer para Lucy se transformó en un artilugio más del espacio, que pulula con fuerza en los sitios que habitó. Entonces mira de reojo hacia la calle, pero el rincón en el que solía sentarse el joven de Guapi sigue marcando su ausencia.

“Hice todo lo humanamente posible para recolectar $ 2 millones y luché por conseguir el contacto del tío, a quien le avisé de la muerte. Le entregué el dinero y sé que lo velaron en una casa”, recuerda Lucy. El dinero lo obtuvo con ayuda de conocidos y sus ahorros.

Wilmer falleció en abril de 2024 y continúa siendo una herida abierta para Lucy, quien se cuestiona si pudo hacer más. Por su comedor comunitario pasan todo tipo de personas: habitantes de calle, taxistas, migrantes, adultos mayores, madres en embarazo o con sus hijos. Todos ellos tienen un factor común: el hambre.

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“Nunca pude saber el apellido de Wilmer. Falleció a los 26 años e intenté darle todo el amor que pude”, dice Lucy mientras mira hacia la calle. “Su cuerpo está en el cementerio de Siloé”, agrega. Aún no lo ha ido a visitar. Algo dentro de ella aún espera verlo sentado nuevamente en su andén, esperando un plato de sopa.

Lucy Uribe, tras terminar de cocinar el almuerzo, se sienta a atender a los clientes que piden el almuerzo para llevar a través de una rendija en la puerta.
Foto: Gustavo Molina

Panorama de los comedores comunitarios en Cali

Actualmente, según Flavio Carabalí, secretario de Bienestar Social, durante este 2025 se han entregado en los 762 comedores comunitarios de Cali “más de 100.000 raciones de alimentos. Además, hemos implementado el empoderamiento y cuidado de la salud mental y emocional de las gestoras, gestores y beneficiarios. Este año implementaremos jornadas de ‘Escucharte’”, dijo.

Esta iniciativa de Escucharte consiste en brindar apoyo emocional y psicológico a quienes hacen parte de los comedores comunitarios, desde quienes trabajan en ellos hasta a las personas que van a comer.

También resaltó que los comedores comunitarios también han empezado su funcionamiento durante los fines de semana, entregando cerca de 1.300 raciones a personas con la alianza de la Secretaría de Bienestar Social con Tecnocentro. En Cali cerca de 800.000 personas solo tienen la posibilidad de comer una vez al día.

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“El hambre no te espera del viernes al lunes. Por eso los fines de semana continúo con la labor y saco las cosas con mis recursos, pero esos días incremento un poquito el costo. Los sábados cuesta $4.000 y los domingos $5.000. Los comedores comunitarios transforman vidas”, concluyo “mamá Lucy”, quien es egresada del Sena y tiene un emprendimiento de comidas tradicionales y antipastos.

También sostuvo que cada 10 días hábiles les entregan un mercado completo con los insumos necesarios para el sostenimiento de los comedores comunitarios en ese lapso. “Estos espacios ayudan a mitigar un poco el hambre que se vive a diario en la ciudad y debería ser más visibilizado”, concluyó.

Por Gustavo Molina - Corresponsal de Cali

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