Desde hace 19 meses, Mario Valencia Tristán vive con culpa. Cuando en su cabeza no están los distractores de la cotidianidad, el recuerdo de Luz Mery Tristán lo acecha. -¿Cómo pasó esto?- se pregunta en reiteradas ocasiones durante la entrevista con El Espectador, tras conocer la condena de Andrés Ricci, quien fue sentenciado a 45 años y 9 meses de prisión.
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“A partir de la madrugada del 4 de agosto de 2023 mi cabeza no descansa. Se fue toda mi estabilidad y solamente me pregunto si podré ser feliz en esta vida”, asegura el hijo de la campeona de patinaje.
El dolor, para Mario Valencia Tristán, se ve reflejado en una presión en el pecho y la sensación de tener una navaja que lacera su garganta desde hace 19 meses, cuando Andrés Ricci asesinó a su madre.
“Considero que, dentro del marco legal y bajo la norma del feminicidio y cómo se juzgó, hay justicia, pero hay otro tipo de justicia que no entra en el caso porque estamos bajo otras normas. Afortunadamente se vieron las pruebas y se falló de esta manera”, expresó.
La paz consigo mismo tampoco la ha encontrado y “creo estar lejos de ella. Mi forma de afrontar esto ha sido por medio de la evasión. Así puedo continuar la vida un poco más tranquila”.
Y entonces, en medio del dolor, la ausencia se transforma en diferentes consuelos. Tras la audiencia realizada, Mario escuchó por la calle una de las canciones favoritas de Luz Mery Tristán de Karol G. “Quizás son señales de que ella está o son supersticiones que uno cree”.
“No sé si lo debo perdonar (a Andrés Ricci) o si quiero perdonarlo. En este momento no me interesa. Hoy puedo decir que tengo mucha rabia hacia él, que lo odio y no necesito perdonarlo. No me quita la tranquilidad en mi vida. No sé si a futuro pueda hacerlo”.
“Considero que, dentro del marco legal y bajo la norma del feminicidio y cómo se juzgó, hay justicia”.
Mario Valencia Tristán
El túnel
El vínculo de Luz Mery y Mario también se trasladó a la mayor pasión para ambos: el patinaje. En 2010, antes de una competencia en Guarne, Valencia se encontraba desmotivado. Acarreaba muchas lesiones y su madre se convirtió en su aliciente, quien le impedía renunciar y le insistía en continuar. Leía sus radiografías, lo acompañaba a entrenar y cuidaba de sus heridas.
Durante su proceso de recuperación, Mario patinaba entre 60 a 80 kilómetros, desde Cali a Santander de Quilichao, y Luz Mery le acompañaba detrás en una moto.
Esa noche, antes de la competencia, estuvo a punto de renunciar. Ella lo alentó. Al día siguiente, sin importar los traspiés, obtuvo el oro que tanto anhelaba. “Fue algo increíble porque me caí, me empujaron, tuve muchos tropiezos y lo logré”, recuerda.
“Ser el hijo de Luz Mery Tristán significa orgullo”, dice. Por eso, tras terminar esa carrera, corrió todo lo que pudo para encontrarse con ella. No la veía por ninguna parte y pensó que le había pasado algo por la emoción.
Unos minutos después “la vi y vi la luz al final del túnel. La abracé lo que más pude porque sin ella hay muchas cosas que nunca hubieran pasado”.