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Era normal verlo caminando por las calles de Cartagena. Siempre llevaba su equipo de fotografía, decía que la luz es de instantes y por eso la muralla y el baluarte del centro histórico ya era diferente. Se pasó más de 60 años documentando la ciudad con su cámara fotográfica, negativos, impresos y luego digital. Decía constantemente: “Cada día con su noche son diferentes, recuerda que la fotografía es escribir con luz”.
Un 5 de abril del 2015 murió Álvaro Delgado Vélez. Cuando su féretro salió, una calle extensa de fotógrafos dispararon su flash como un reconocimiento a su trabajo por la ciudad, sensibilidad y buen corazón. Tenía 74 años y enseñaba el arte de esperar para tomar fotos, la gran mayoría por no decir que todas de la ciudad, de las murallas, balcones y sabor a mar.
En su sitio de trabajo muchos negativos daban cuenta de la historia de Cartagena, la que se dedicó a documentar con su cámara y lentes. Los dejó ordenadamente en cajas que hablaban de eventos, convenciones, reinados, construcciones, palanqueras, pescadores, bodas y todo lo que tuviera luz. La construcción del hotel Hilton, el centro de convenciones, el festival de Música del Caribe en la antigua plaza de la Serrezuela, las murallas, bodas, reinas y todo un recuerdo de imágenes.
En una entrevista en el 2012 recordó que cuando le hacía fotos a Fidel Castro, Yasser Arafat y Gabriel García Márquez, el líder cubano le dijo: “Oye chico, deja de tomar fotos por un momento y siéntate y te tomas un tinto con nosotros, a veces esos personajes toman más confianza con nosotros, los fotógrafos”, afirmó.
En el 2022, su hijo Álvaro Delgado, también fotógrafo, decidió hacerle un homenaje a su padre y sus fotos. Un libro, “La Cartagena que amé”, recoge parte de su trabajo en capítulos de una ciudad que hoy está cumpliendo 491 años. “Celebración, eso es para mí un año más de la ciudad. Son cuatro generaciones anteriores y ahora yo. Hemos tenido el privilegio de conservar en la memoria las imágenes de la ciudad en sus diferentes épocas”, dice.
Álvaro sonríe, caminamos con una de sus cámaras, va camino a un trabajo. Asegura que hacer fotos de Cartagena es continuar con un legado que aprendió de su padre. “Bueno, más que obturar era compartir la vida con él. Gracias a Dios, él fue un tipo muy presente en mi vida y fue un gran maestro también en la fotografía y en la vida en general”.
Toma la cámara y obtura al frente, unos turistas que retratan un balcón con flores de color morado. La ciudad por donde se mire es una fotografía, dice Álvaro. “Hagamos cuentas, el año pasado llegaron acá en vuelos internacionales un promedio de 624 mil pasajeros, digamos que cada uno tome 3 fotos de Cartagena usando sus celulares. Imagínate, son en promedio 1.872.000 imágenes con colores, gente, cielo de esta ciudad, entonces es nuestro deber mantenerla y cuidarla con la luz”.
Entramos a la Universidad de Cartagena donde es profesor de fotografía. En su morral, la cámara, el trípode, porta memorias y un flash. Nos encontramos con David Lara, escritor, director del programa de Comunicación Social, periodista cultural y reportero gráfico. Recuerda su artículo “Tras las luces de Álvaro Delgado Vélez”, que publicó en la revista Unicarta. “Un hombre presuroso, acelerado, con un maletín negro en su hombro izquierdo y una o dos cámaras al cuello. Ese maletín, esas cámaras eran parte de su ser, extensión de su sensibilidad; esencia de su oficio.
“Lo conocí a finales de 1996, bajando la Calle de la Mantilla, donde Álvaro tuvo estudio, oficina y cuarto de revelado. En ese espacio fui en busca de alguna fotografía, quizá una del histriónico y divertido Rodolfo Valencia, quizá del maestro Héctor Rojas Herazo, quizá de alguna escena de una obra del director de teatro Eparkio Vega, para ilustrar las páginas del suplemento literario del diario El Universal”, indicó Lara.
Sostiene que Álvaro Delgado era de hablar arrollador y tono profético. Introducía reiteraciones que revelaban una vanidad bien disimulada. “Entregaba las fotos con una historia, entre comentarios técnicos y frases cortas que eran pequeñas lecciones de reportería. Decía, por ejemplo, Llévate, esta, esta, la de Rojas”.
“Herazo, tremendo, tremendo escritor, se la hice allí en la Galería libro Café, me quedó buena, me quedó buena, me habría quedado mejor si la hubiera tomado, quizá, con un punto más de diafragma, pero me tenía que ir a tomar otra foto en la Gobernación y se me iba la luz”.
En su publicación, el profe Lara, como le dicen sus alumnos, recuerda que habló con Álvaro sobre las cámaras digitales y las nuevas tecnologías. “La ausencia de negativo ni lo trasnochaban ni lo confundían en su quehacer. Ombe, uno se adapta, la fotografía no es el aparato, es la luz, el encuadre, el instante, la espera ... Eso no va a cambiar, sencillo. Soltaba enseguida una risa nerviosa”.
Álvaro, hijo, atiende a unos estudiantes que le presentan fotos de la ciudad, un ejercicio de luz y velocidad. Hay plazas, gente, la playa y el mar. Seguimos caminando hacia la Alcaldía, habían pedido unas fotos de su papá en gran tamaño. Dos fotos panorámicas de la ciudad y dos calles, en una de ellas un carretillero espera en la plaza de Santo Domingo, completamente diferente a la actual.
“Mi papá decía que sin gente en las fotos todo era naturaleza muerta, todo inclusive las fotos que él mismo tomaba de espacios de ciudad, todo para la memoria de los cartageneros”.
Agrega que es interesante observar en las tiras de negativos cómo se ven algunos espacios solos, de repente cumpliendo un encargo especial de la Sociedad de Mejoras Públicas o de alguna otra entidad. “Pero también se ve el momento en el que un hombre empieza a caminar poéticamente sobre la muralla o baja audazmente por el túnel de la tenaza o simplemente empuja una carreta por la calle de Cartagena”.
De nuevo vuelve a sonreír, sé irá a celebrar el cumpleaños de la ciudad, seguir escribiendo con luz y continuar con un legado de más de sesenta años. “La Cartagena que ame resume todo lo que mi papá sentía por la ciudad, que yo también amo, pienso que él la amaba tres veces más que yo, feliz cumpleaños Cartagena”.