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En Las mil y una noches hay un río mágico que corre toda la semana, pero descansa los sábados. Ese día no corre el agua, y los viajeros pueden pasar caminando por el lecho de piedras hasta la ciudad que está al otro lado. Los ríos aquí no son tan arbitrarios, pero tienen también sus caprichos, y una de las primeras cosas que nos deberían enseñar en la escuela es que Colombia es un país donde los ríos cambian de costumbres.
Visité una vez la finca de un amigo en Útica, y lo primero que hicimos fue dejar el equipaje en la casa y bajar una cuesta para mirar el río. Corría allá, a cincuenta metros del barranco, y entre el río y el barranco había una playa cubierta de piedras grises rayadas de blanco. Un escultor se fascinaría viéndolas; yo escogí tres de ellas porque me asombraron sus formas y sus colores y las llevé conmigo. Al día siguiente volvimos al lugar decididos a recoger más piedras, pero era imposible: donde antes estaba la larga playa llena de esculturas naturales ahora corría un río caudaloso y temible. (Vea más recomendados de El Espectador en la Feria del Libro de Bogotá).