![Feretro en Bucaramanga[44542]](https://www.elespectador.com/resizer/v2/XRUADGVN45D6LJKV377ZY7AOYE.jpg?auth=dd61ef269fa818e0be413e8f2fa72f3c0bde4249ec3f514d8f67d89d9f2afaa3&width=920&height=613&smart=true&quality=60)
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Cuanto más investigo, más interesante se revela el hombre. Sé que no soy la única en decirlo. A raíz de las charlas, pódcast y presentaciones orales, y de la difusión que he hecho de algunos artículos, me han contactado personas que se han topado con Gabriel Turbay en alguna investigación y que, al profundizar un poco, han tenido la misma impresión: era un hombre extraordinario. ¿Por qué lo era? Porque fue un demócrata cabal, tenía una gran claridad política, combatió la injusticia y el autoritarismo, era probo y, sobre todo, nunca perdió su norte, que era construir una mejor Colombia para las mayorías.
Gabriel Turbay (cuya vida resumo acá) merece ser recordado por sus ideas de avanzada, su trabajo constructivo y constante por el país donde nació, los debates, leyes y decretos que promovió, y la forma como representó a Colombia en el exterior.
Fue un inmenso parlamentario. Llegó al Congreso a los 26 años e hizo debates memorables: contra las arbitrariedades hacia los llamados entonces “bolcheviques” y todo lo que hoy llamamos penalización de la protesta social, participación en el debate de las bananeras; debates sobre la cédula electoral, para modernizar el sistema electoral colombiano, y lucha por la modificación del Concordato.
Fue ministro de Gobierno, de Relaciones Exteriores y embajador. En esos cargos desplegó una energía formidable: organización del aun inexistente Ministerio de Justicia, mejoramiento de las cárceles, creación de la carrera diplomática, defensa de la educación pública, alineamiento con los aliados y lucha contra el fascismo, arreglo diplomático de la guerra contra el Perú y obtención de créditos norteamericanos para Colombia son algunas de sus realizaciones.
Además de sus oficios en esos cargos públicos, Gabriel Turbay merece ser recordado porque fue un baluarte del Partido Liberal, que tuvo su mejor momento del siglo XX de 1930 a 1946. Contribuyó inmensamente al quiebre de la hegemonía conservadora. Defendió la obra de los gobiernos liberales ante las arremetidas de la ultraderecha colombiana. Sobre todo, nunca traicionó los ideales de la izquierda liberal, como sí lo hicieron algunos de sus antiguos compañeros de lucha.
Por razones que no voy a explicar aquí, Gabriel Turbay fue completamente olvidado por la historia y la memoria colombianas. Lo suyo es un “memoricidio” en regla, para usar el término empleado de manera abusiva por algunos para referirse a lo ocurrido con Jorge Eliécer Gaitán. Muy por el contrario: sobre Gaitán existen abundantísima documentación, material impreso y audiovisual, y una memoria viva. Lo contrario ocurre con Turbay: pese a los excitantes interrogantes que plantea su trayectoria para entender el proceso político colombiano, muy pocos se han volcado a estudiarlo. Por esto tiene razón el presidente Petro cuando refiere que el desconocimiento de Turbay es “una injusticia histórica”.
El 17 de noviembre de 1947, en el Hotel Plaza Athénée, murió Gabriel Turbay en la ciudad donde hoy escribo estas líneas: París. Sus restos mortales llegaron a Colombia varias semanas después de su fallecimiento, tras un periplo accidentado.
Gabriel Turbay fue muy querido por su pueblo (vale recordar que, pese a una campaña electoral infecta en 1946, en la que laureanistas y gaitanistas compitieron en racismo hacia Turbay, él sacó más votos que su rival Gaitán).
La foto que acompaña este texto, cedida amablemente por su familia, es de la llegada de los despojos a Bucaramanga. El adiós, en esa ciudad y en Bogotá, fue apoteósico. Sus restos reposan en el cementerio central, cerca de Enrique Olaya Herrera.
*Doctora en Sociología e investigadora. Twitter: @blou