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“Hay cultura de negación ante el matoneo escolar”: madre de Sergio Urrego

Entrevista con Alba Lucía Reyes, la persistente mamá del chico que se suicidó después de que sufrió acoso y persecución en su colegio. Esta vez, ella comenta el tremendo caso de un niño de 13 años que fue herido gravemente con un palo, cuando sus compañeros lo engañaron para hacerle una supuesta broma en su centro de estudios, en Manizales. Alba es, hoy, 7 años después de su dolorosa experiencia, experta en casos de bullying.

Cecilia Orozco Tascón

07 de mayo de 2022 - 09:00 p. m.
"Es sorprendente la indiferencia de los adultos ante el fenómeno del acoso escolar y el sufrimiento que provoca", advierte Alba Lucía Reyes.
Foto: GUSTAVO TORRIJOS
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La semana pasada se supo de un caso aterrador de acoso escolar: en el colegio Granadino, de Manizales, unos adolescentes casi matan a otro de trece años de edad, empalándolo. El niño venía sufriendo matoneo de tiempo atrás. ¿Cómo puede presentarse tanta crueldad e ira en menores de quince años?

Si la mala convivencia es aprendida en el hogar y en la escuela, ¿por qué nos extraña que los estudiantes repliquen lo que les hemos enseñado? Tanto el hogar como la escuela deben consensuar las medidas correctivas convenientes para recuperar a los jóvenes implicados en el bullying, pero los docentes y padres de familia debemos asumir otras actitudes: es sorprendente la indiferencia de los adultos ante el fenómeno del acoso escolar y el sufrimiento que provoca. En la Fundación Sergio Urrego pudimos observar el alto grado de violencia intrafamiliar que padecieron los jóvenes durante la pandemia. Tal vez, ¿casos como el que usted menciona replican lo que se vive en los hogares? ¿Cómo lograr que los niños y niñas tengan salud mental sin herramientas, entorno adecuado ni personal idóneo para enfrentar el fenómeno del matoneo?

Se sabe que la violencia intrafamiliar suele repetirse en los más jóvenes, pero ¿casos como el de Manizales que, repito, es aterrador porque muestra una conducta casi delictiva, se pueden tratar como simples réplicas de lo que hacen los adultos?

Para poder llegar a conclusiones es necesario hacer, primero, una evaluación de los hechos. Mientras tanto, no podemos, por ejemplo, determinar que los niños que estaban acosando al menor herido trataban de empalarlo. Me refiero a que quienes matoneaban a la víctima muy seguramente no buscaban provocar el empalamiento: lo estaban sometiendo a bullying, lo cual tampoco es correcto pero no llega al nivel del daño que sufrió el adolescente. Repito, la conducta no deja de ser grave ni se puede minimizar, pero el término “empalamiento” no puede aplicarse correctamente sin un análisis directo de los hechos.

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¿A cualquier niño o adolescente que sufre un acoso constante y heridas físicas tan delicadas como las que sufrió la víctima de Manizales le quedan secuelas emocionales permanentes?

Es muy probable que ante una situación de matoneo más o menos prolongado queden secuelas, puesto que se vulnera la integridad de la persona, su derecho al libre desarrollo y su bienestar emocional. La permanencia, duración e intensidad de esas secuelas dependen del impacto que haya sufrido la víctima, según el acoso sufrido. Esto explica por qué el trabajo de reparación emocional no tiene límite temporal.

Se dijo que el niño herido ya está asistiendo de manera virtual a sus clases en el mismo colegio, en donde todos permanecen indiferentes a lo que le sucedió. ¿En este caso y otros similares es recomendable que el menor permanezca en el entorno que lo violentó?

Seguir adelante como si nada hubiera ocurrido es parte del fenómeno de negación de este tipo de hechos. El bullying puede hacer tanto daño porque se trata como si fuera una enfermedad silenciosa. Aplicando la experiencia que hemos adquirido en la Fundación Sergio Urrego, sabemos que es importante tratar tanto a la víctima como al victimario: ambos son menores, ambos deben presentar algún tipo de afectación emocional.

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La respuesta del colegio Granadino, ampliamente conocido en Manizales por ser uno de los centros educativos de las clases más pudientes de la ciudad, ha sido la del silenciamiento y la indiferencia. ¿Por qué muchos centros de educación primaria y media, involucrados en acosos de todo tipo, niegan el problema?

Es cierto que, por regla general, la respuesta inmediata es de negación, porque no se asume la responsabilidad mediante la discusión abierta y la contextualización de lo que sucede en la comunidad escolar. Cuando se trata de acoso o bullying, e incluyo las instituciones de educación superior, es como si el problema fuera de otra Colombia, como si a ellos no les correspondiera implementar el orden jurídico: la Corte Constitucional ha manifestado en diferentes sentencias que es deber de todas las instituciones de educación velar porque los ciudadanos de todos los orígenes sociales y económicos apliquen y respeten la dignidad de los demás.

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En el fenómeno de ocultamiento del acoso escolar pareciera que participan también los padres de familia. ¿Por qué? ¿Esconden sus propias culpas o les da vergüenza social aceptar que su hijo fue víctima o es victimario?

No solo los padres de familia minimizan u ocultan la existencia de bullying: como acabo de indicar, los profesores y directivos tienden a tener esa conducta. Nos cuesta trabajo asumir la responsabilidad pública de lo que suceda. Ese modelo de respuesta viene desde arriba: el Gobierno, las demás instituciones oficiales, los hombres públicos, nuestros líderes evitan asumir el costo de un error. Se trata de una cultura del ocultamiento, de que aquí no pasó nada. Y la memoria guarda lo aprendido.

Los padres de familia parecen estar, por lo regular, ausentes de lo que sucede con sus hijos. ¿Se les puede endilgar, entonces, responsabilidad por esto?

La idea no es culpar ni señalar. Lo importante es visibilizar las falencias del Estado en la educación de las familias y de toda la comunidad educativa. Si bien es cierto que las familias tienen una gran responsabilidad, se desconoce cómo detectar a tiempo los problemas relacionados con el bullying y cuáles son los mecanismos institucionales a los que se debe acudir para combatirlo.

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Un interrogante que aparece siempre que hay una víctima de matoneo y cuyo caso trasciende a los medios de comunicación, como el de Manizales, es: ¿la presión de las directivas del centro educativo para mantener en reserva lo sucedido termina convirtiendo también en víctimas a los padres del afectado, que son obligados a callarse, como si fueran culpables?

Sí. Con lo que le sucedió a mi hijo, Sergio Urrego, se demostró la manipulación de que fueron objeto las personas que lo denunciaron. Se trataba de unos padres de familia que interpusieron una denuncia falsa en contra de Sergio. Ellos fueron presionados por las directivas del colegio. Y hay pruebas de que los obligaron a acusarlo falsamente cuando ya había fallecido con el fin de proteger a los responsables.

Precisamente recuerdo que en el doloroso caso de Sergio, el Gimnasio Castillo Campestre, en donde estudiaba, no solo negó la culpa que le cabía al colegio por permitir y participar en el acoso que lo condujo al suicidio, sino que sus directivas hicieron montajes para desviar la justicia. ¿Cuántas personas han sido condenadas por estos hechos y cuántas están todavía vinculadas a procesos penales?

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Las tres personas directamente vinculadas fueron condenadas: a Rosalía Ramírez, veedora del colegio, se le dictó sentencia condenatoria el 30 de noviembre de 2016. A Ivonne Andrea Cheque Acosta, psicorientadora, se le condenó el 9 de octubre de 2017. Y a la directora del colegio, Amanda Azucena Castillo, el monto de su pena se le leyó el 20 de mayo del 2021. Los delitos en que ellas incurrieron fueron discriminación agravada, ocultamiento de pruebas y falsa denuncia. Esos fallos marcaron un precedente en Colombia en casos de discriminación. El legado legislativo y sus herramientas jurídicas quedaron como precedente y son muy amplios.

Lo que ocurrió con el caso de su hijo Sergio, incluyendo las condenas no solo penales sino también sociales, se debe a su persistencia de madre y a que, pese a las dificultades, usted no se rindió ante la maraña de versiones contrarias a la honra de Sergio. ¿Si no hubiera sido por usted y quienes la apoyaron se habría sabido la verdad y habría castigo para las culpables?

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No. Hubiera quedado en la impunidad. Fui la única mamá que quiso enfrentar la denuncia pública en ese momento. En ese mismo colegio ya había ocurrido otro caso similar: un niño se había suicidado un año antes de Sergio. Él había sido víctima de bullying y fue golpeado en las instalaciones escolares. La mamá contó la historia del niño después de que yo había expuesto lo que le sucedió a Sergio. Muchos papás prefieren el silencio por miedo social y por miedo a que dejen a los niños por fuera del sistema educativo.

¿Cuál fue, además de las condenas judiciales a tres de sus directivas, el costo de reputación social del Gimnasio Castillo Campestre?

Sigue funcionando... bajo otro nombre.

Recientemente se han conocido otros escándalos en colegios colombianos. Algunos por acoso de tipo sexual, por ejemplo, en el Marymount de Bogotá, y se han publicado historias parecidas en centros de educación de Medellín, Cali y otras ciudades. Como una epidemia. Aparte del escándalo mediático, nadie se conmueve. ¿A qué se debe esta negligencia?

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Lamentablemente, día tras día se conocen hechos que involucran a jóvenes que han pasado por diferentes violencias en sus ambientes escolares, pero, insisto, en medio del silencio. Para la Fundación Sergio Urrego ha sido una tarea titánica atender los casos que nos llegan a través de nuestra Línea Salvavidas, que orienta y brinda apoyo jurídico a las familias y a las propias instituciones. Trabajamos sin ningún apoyo gubernamental. Los padres no tienen orientación; las directivas y los maestros carecen de conocimientos para implementar la cátedra de derechos sexuales y reproductivos, y mucho menos se puede hablar de que se está impartiendo educación basada en el respeto, la inclusión y la diversidad. No existe, aún, un mecanismo efectivo para hacerle un minucioso seguimiento a la Ley 1620 de 2013 y a la Sentencia de Sergio Urrego T-478 de 2015.

¿Qué opina usted de los colegios colombianos, en términos generales? Son tantos los abusos denunciados y no resueltos, que pareciera que todos esos centros, incluyendo los de las clases altas, se visten de seda, pero no son protectores de los derechos humanos de sus alumnos.

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Paradójicamente, los colegios que tienen mayores recursos para invertir en políticas de diversidad e inclusión, salud mental, revisión de manuales de convivencia y demás son los que menos lo hacen, porque actúan con el convencimiento de que casos como el de Sergio Urrego u otros acontecimientos que han sido publicados en las últimas semanas en el país no ocurrirán en sus instalaciones. La experiencia y los resultados evidencian lo contrario y la urgencia de que estas instituciones busquen apoyo y orientación en organizaciones especializadas, como nuestra fundación, está clara: el fenómeno destructivo del bullying no tiene diferencia social y se presenta en todos los ámbitos.

En su experiencia, ¿a mayor clase social de los colegios, mayor ocultamiento de la existencia del “bullying”?

Así es. Como lo dije, ellos suponen que son islas y crean alta resistencia a buscar apoyo, lo que se traduce en un incremento de los problemas de este orden. Además, hay un importante índice de colegios religiosos en donde se prohíbe ventilar este tipo de casos y se elimina, por sus creencias, la posibilidad de implementar el derecho al libre desarrollo de la personalidad de los jóvenes.

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¿Con cuánta frecuencia se presentan casos de matoneo en Colombia y en cuáles tipos?

De acuerdo con las estadísticas de la ONG internacional Bullying sin Fronteras, el matoneo y el ciberacoso son asesinos silenciosos que, cada año, matan a 200.000 niños y jóvenes en el mundo. En el caso particular de Colombia, se dice que este es un país que, por su índice de población y cantidad de estudiantes de nivel primario y secundario, presenta una gran cantidad de episodios graves de bullying: 8.981 casos en el año 2021. Es preciso tener en cuenta que en estos datos hay subregistro, ya que no existen mecanismos efectivos para una medición exacta. En nuestra fundación estamos desarrollando la Segunda Encuesta de Clima Escolar. Sin embargo, la inversión oficial en estas herramientas es nula y sin recursos económicos es casi imposible lograr una estadística que refleje la realidad. Súmele a esto la negación de las instituciones educativas a ser medidas y evaluadas.

Cuando usted dice que el “bullying” mata a 200.000 niños y jóvenes en el mundo, ¿significa que se suicidan o que los asesinan?

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En un alto porcentaje toman la decisión de quitarse de la vida. Uno de los trastornos emocionales más frecuentes que produce el acoso escolar es la tristeza, que se suma a los sentimientos de soledad y depresión.

¿Una sociedad como la colombiana, con poca conciencia sobre esta problemática y sin recursos, está condenada a reproducir adultos violentos?

Si no hay correctivos específicos y herramientas adecuadas que se puedan utilizar a tiempo, existe alta probabilidad de que el deterioro de la salud mental de niños y jóvenes se incremente. Los adolescentes también han vivido la violencia que padece Colombia. Y los ámbitos escolares no tienen capacidad de respuesta frente a esta vorágine de agresiones ni cuentan con herramientas para poner a salvo la salud y vida de millones de alumnos que forman parte del sistema educativo. Enfocarse en la crueldad de un grupo sin tener en cuenta la perturbación social del entorno termina por incriminar solo a un sector. Entre tanto, ¿qué sucede con la crueldad que muestran los adultos con su indolencia frente a las muertes ocasionadas por el bullying?

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Entiendo, desde luego, la importancia de los entornos sociales, pero ¿cómo se explicaría, entonces, que adolescentes de hogares ejemplares sean personas violentas? Un determinismo absoluto elimina la existencia de la voluntad y de la elección personal...

Frente a los comportamientos sociales, son muchos los estudios que demuestran que, en general, los niños y niñas repiten las conductas de los adultos. Puede que en sus familias no haya violencia, pero son testigos de lo que ocurre en los ambientes externos que frecuentan. También contribuye a la reproducción de los fenómenos violentos el descuido en los cambios de comportamiento personal de los jóvenes por parte de sus familias. Los padres no están educados para tomar medidas ante una situación que tampoco saben resolver, pues no conocen las rutas de atención ni saben cómo activarlas. Por eso tampoco se les puede juzgar a la ligera.

¿Sería útil la creación de una cátedra antimatoneo obligatoria para padres, hijos, profesores y directivas de colegios? Totalmente. Estamos practicando una actividad similar a través de jornadas de formación en prevención de todo tipo de discriminación, pero es una labor que debería asumir el Estado de manera masiva. ¿Cómo se financia la Fundación Sergio Urrego?

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Con las uñas y con milagros. Nos apoyamos en la cooperación internacional y en algunas empresas privadas y redes sociales que, conscientes de la alta responsabilidad que tienen en el “bullying” virtual, le están apostando a la salud social.

¿Cuál es su evaluación tras siete años de existencia de la Fundación Sergio Urrego?

Sin duda alguna, la Sentencia T-478 de 2015 activó mecanismos de protección, como la creación definitiva del Sistema Nacional de Convivencia Escolar, estableciendo una ruta de atención y direccionamiento de los casos, aunque todavía no funciona de manera adecuada y ágil. Particularmente, desde la fundación somos testigos de que los estudiantes con orientaciones sexuales diversas aún son sujetos de discriminación y desescolarización; y, pensando en los territorios, no hay muchos avances, porque su situación es más precaria y no tiene garantías de igualdad.

Certificación de colegios libres de matoneo.

¿En qué consiste y que hace la Línea Salvavidas de la Fundación Sergio Urrego?

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Trabaja en contención emocional con los niños, niñas y jóvenes. Provee a las familias de orientación psicosocial. Realiza brigadas salvavidas y cuenta con programas de reconocimiento de emociones además de que brinda herramientas para entender y practicar los primeros auxilios psicológicos en casos de crisis.

Los manuales de convivencia con los que se defienden muchas instituciones educativas cuando hay escándalos de matoneo, parecen pura decoración ¿Conoce algún caso de manual de convivencia eficiente y práctico?

En la fundación empezamos a aplicar un proceso de certificación. Con el que llamamos Sello Sergio Urrego, certificamos al Liceo Normandía y al Gimnasio Campestre Stephen Hawking, ambos en Bogotá, como espacios seguros. Allí hicimos un trabajo de revisión integral y ajuste de las normas de convivencia de acuerdo con la ley. Revisamos su manual y se adecuó. Le pongo un ejemplo: los uniformes se modificaron para que no se diferenciaran por el género del alumno, de tal manera que puedan ser utilizados tanto por niños y niñas: solo se usan sudaderas sin ningún distintivo.

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Colombia, por encima del promedio en acoso escolar

Según el Laboratorio de Economía de la Educación, de la Universidad Javeriana, que realizó un informe con base en los datos Pisa 2018, de la OCDE, el 32% de los estudiantes colombianos reportaron haber sido objeto de algún tipo acoso escolar mientras que el promedio de los demás miembros de esa organización internacional, es el 22%. Otros índices sobre matoneo en este país también son mucho más elevados que en el resto ¿La sorprende este índice?

No. Pero hay que reiterar que los estudiantes no los únicos causantes de las violencias que tienen que padecer. Hay que hablar de las aulas en donde los profesores permiten la discriminación, el matoneo y el irrespeto; de los hogares en donde no encuentran rechazo sino complicidad, las burlas y los señalamientos. Como he dicho, en nuestra fundación, como parte de nuestras tareas, se fortalece, orienta y educa a toda la comunidad en una educación basada en el respeto y la pluralidad y en el fortalecimiento de la atención psicosocial. Pero somos una isla. Falta hace mucho más

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