:format(jpeg)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/elespectador/OH6O7GCXONFRLAQDP6PG32377M.jpg)
Pablo Andrés Ramírez Correa tiene 47 años y quiere contar su historia. En 2006 fue diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad neurodegenerativa que lo fue postrando a cuentagotas. El pronóstico más optimista le daba seis años de vida, pero a contracorriente de la ciencia médica y sus vaticinios, Pablo ajusta 16 años porfiando entre cirugías, médicos y terapias. En esa brega diaria ha visto cómo su cuerpo lo ha ido abandonando. Sus dificultades respiratorias obligaron a realizar una traqueostomía; desde hace diez años no puede hablar ni comer y se alimenta por una sonda. Su cuerpo está prácticamente paralizado, aunque para fortuna suya todavía puede arquear ligeramente la boca y sonreír con los ojos. Se comunica a través de un programa de computador que maneja con el índice derecho del ratón. Tiene invertido su ciclo de sueño: duerme de día y pasa la noche conectado a internet. Pablo resiste como puede los zarpazos de la muerte.