Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
A comienzos de agosto del año pasado charlaba con el ministro de las Culturas, Juan David Correa —con quien fuimos colegas en la misma sala de redacción hace 20 años—, sobre la importancia de don Guillermo Cano Isaza. Le conté que, como en 2025 se cumplía el centenario de su natalicio, estábamos preparando eventos especiales en El Espectador y le pedí el favor de que propusiera en el ministerio una declaratoria del Año Guillermo Cano, como se ha hecho en recuerdo de otros influyentes personajes de la historia de Colombia. Se comprometió con el proyecto y el 20 de agosto de 2024 firmó la resolución 310 “para conmemorar su vida, obra y legado en la construcción de la paz y la búsqueda de Ia verdad en nuestro país”.
Gracias a ese respaldo, a lo largo de este año hemos exaltado los valores que encarnaba el recordado director del diario nacional más antiguo y que a veces parecen refundidos en la sociedad actual, como decencia, honestidad, solidaridad, tolerancia y valentía. Hoy estamos reunidos para honrar su memoria tal vez como él hubiera preferido: con música.
Quienes hemos dedicado buena parte de nuestra vida a trabajar en El Espectador sabemos de la importancia que don Guillermo le daba a la cultura, tanta como a las denuncias contra la corrupción y las mafias que terminaron asesinándolo. Manuel Drezner, uno de los columnistas más antiguos del periódico, recordaba que consolidó su vocación de crítico musical inspirado por “el interés de Guillermo Cano por lo cultural. Le gustaban mucho la zarzuela y las obras de teatro y nos sentábamos a hablar de música”.
Fernando Cano, aquí presente, mi primer jefe cuando llegué como estudiante y redactor judicial en 1991, cuenta sobre su padre en el libro biográfico Tinta indeleble: “En uno de sus viajes regresó de Europa seducido con la fiebre de The Beatles y con un disco de regalo supo vendernos la idea de que estaban revolucionando el mundo”. Le pedía a la nueva generación que se conectara con “la música moderna, con el ‘ritmo de Liverpool’”.
Fernando también recuerda que “le encantaban los tangos, los boleros, la música mexicana”. Que no era raro oírlo cantar “Caminito” o “El día que me quieras”, de Carlos Gardel, o las canciones de Olga Guillot y de José Alfredo Jiménez. Que hablaba con propiedad de Joan Manuel Serrat, Roberto Carlos, Cat Stevens, Frank Sinatra o los Rolling Stones. Era un hombre de muy poca vida social, mucha vida familiar y música clásica que disfrutaba en la radio. “Programas de suave música para descansar”, los llamaba, y eran un escape de las obligaciones del periodismo en un país siempre convulsionado.
En el citado libro el propio Guillermo Cano recuerda que la música salva vidas, porque en su juventud estuvo a punto de naufragar cuando navegaba por el archipiélago de San Bernardo y mientras estaban a la deriva convenció a sus amigos de cantar coros de zarzuela, boleros de Agustín Lara y canciones de Guty Cárdenas hasta que los rescataron.
Hombre modesto, decía que su “oído Cano” no era muy apto para las sutilezas musicales. Pero, oigan lo que escribió en una crónica del 12 de febrero de 1946, titulada “Niños y ancianos, sordos y ciegos en el Teatro de la Media Torta”, sobre la importancia de este espacio cultural en Bogotá: “Juntos el pobre y el rico, unidos, el joven y el viejo, todos como una sola persona, escuchaban los Maestros cantores y otras obras musicales de los grandes compositores. Y al lado de la música clásica, que unos pocos entendían, pero que casi todos sentían, se escuchaban los acordes de ‘Alma llanera’ o del ‘Galerón’, emocionando a todos”.
En sus viajes internacionales escribía sobre el impacto universal de la música. El 8 de abril de 1951, en su nota “París de día y París de noche”, se declaró sorprendido por “el ritmo del jazz, interpretado mejor en el corazón de París de lo que puede ser en el barrio negro de Nueva York”.
En otra columna del 16 de mayo de 1951 anotó: “La luz fue apagándose y se encendieron los focos del escenario. La orquesta inició la interpretación de una pieza musical tropical, tocada con el inconfundible ritmo francés, que hace de un bolero un blues y de una rumba caliente un foxtrot. Sin embargo, la cadencia de música nos parecía familiar, muy nuestra… Sin quererlo, el ritmo fue apoderándose de nosotros y de nuestros labios comenzó a brotar la canción: “La múcura está en el suelo, mamá no puedo con ella…”. Terminada esta frase, todos nos miramos. Sí, era ‘La múcura’, presentada en el mejor teatro de París como una guaracha norteamericana”.
Varias veces se atrevió a escribir sobre ópera luego de ir a la temporada en su querido Teatro Colón. A Pedro Vargas le dedicó una profunda columna a propósito de un concierto que el tenor dio con la Orquesta Filarmónica de México. Explicó la influencia de Agustín Lara en la obra de Vargas y analizó “los tonos, los matices, la armonía, las notas musicales” del que llamaba “el gran binomio de la música romántica latinoamericana”.
En esta época su alma musical ya estaría preparada para las fiestas de Navidad: “Mi corazón se alegra con la música de los villancicos”, repetía cada fin de año. Y los disfrutaba como un niño más junto a sus nietas. Alegría es otro valor que él representaba y que hoy nos emociona al recordarlo.
Así el Réquiem del silencio, de Blas Emilio Atehortúa, que oiremos ahora sea una composición de contención y duelo por quienes fueron acallados, las palabras de Guillermo Cano aún resuenan y hay una nación que las escucha. Este restaurado escenario, tan importante para la cultura colombiana, lleva el nombre de su amigo poeta León de Greiff y un verso de la Sonatina en la bemol: noche morena dice: “Su voz es como el eco de inauditas músicas”.
* Editor de El Espectador. Estas palabras serán leídas durante el evento. El concierto: la Dirección de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de Colombia, con su programa de música y memoria Presencias - Sonidos y Ecos, que este año ya ha hecho conciertos conmemorativos por los 80 años de la Segunda Guerra Mundial y el holocausto del Palacio de Justicia, invita este domingo a las 4:00 p. m. a una “celebración nacional por la libertad de prensa y la dignidad del pensamiento. Recordar a Guillermo Cano es afirmar que la verdad sigue siendo un acto de resistencia y esperanza”. La Orquesta Sinfónica del Conservatorio de Música de la UNAL, bajo la dirección del maestro Gerasim Voronkov, y el Coro Nacional de Colombia, dirigido por Diana Cifuentes, interpretarán el Requiém del silencio, de Blas Emilio Atehortúa, recientemente recuperado por la Biblioteca Nacional. Atehortúa (1933-2020) fue director de orquesta, profesor universitario y uno de los compositores colombianos más reconocidos en América Latina y EE. UU. El Grupo Danza Teatro Pies del Sol, bajo la dirección de Gerardo Rosero, construyó un altar a Guillermo Cano y un ritual integrado a la música en su homenaje, como un gesto de gratitud. El evento es de acceso libre. El Auditorio León de Greiff queda en la sede la Universidad Nacional, sede Bogotá.
