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Adrián Morantes, un guardián para las abejas

Adrián Morantes lleva más de 12 años conviviendo con las abejas, comprende cuáles son sus necesidades y por ello en su finca ha prescindido del uso de productos agroquímicos para que las colmenas puedan vivir, una apuesta por la apicultura orgánica en el corazón del Catatumbo.

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Ángela Martin Laiton
08 de noviembre de 2021 - 09:42 p. m.
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Adrián está sentado en una banca de madera, hablando con un adolescente que viene con la ropa húmeda. Desde el patio de su casa se escucha rugir un río cercano de un verde esmeralda brillante que corre con aguas cristalinas. Tiene una camisa negra con flores rojas, es tímido y responde lacónicamente lo que le preguntan, a veces, incluso, para no responder, suelta una risa tímida con la que resume todas sus palabras. Tiene los ojos tranquilos y los dientes blancos.

De lo único que habla fluidamente es de abejas, qué tipos hay, cómo se cuidan, cómo se hace apicultura orgánica, quién le enseñó, cuántos eran, cuántos quedaron, todo. —Esto de las abejas empezó en el 2008 con el proyecto de Familias Guardabosques, duramos como tres años en capacitaciones, antes de eso ninguno de nosotros tenía idea de cómo trabajar en esto, no sabíamos ni cómo se colocaba el traje. De aquí de Las Mercedes salieron como 60 personas, pero eso es como todo, empiezan grupos grandes y son poquitos los que terminan, entonces quedamos unas pocas personas. Iniciamos con 15 colmenas por familia, pero hubo muchas de esas que venían sin reina o muy malucas, entonces ese material no estaba muy bueno y eso es de mucho cuidado, por eso la mayoría fracasó. —

Las abejas, mucho más que miel

Aunque la amenaza de un mundo sin abejas ha ganado cierto protagonismo, los problemas que las impactan continúan con normalidad, la forma en la que se producen alimentos a gran escala, los químicos cada vez más utilizados en los cultivos y la deforestación asesinan a millones de abejas cada año. Se ha advertido mucho sobre el papel preponderante de estos polinizadores en los ecosistemas y la biodiversidad, sin ellos cientos de los alimentos que hacen parte de nuestra dieta están destinados a desaparecer.

Las amenazas vienen de muchos frentes y el territorio nortesantandereano no es ajeno a ninguna de ellas. El primer gran problema que ha tenido Colombia para controlar lo que ocurre con las abejas es el desconocimiento que históricamente ha tenido sobre ellas, hasta inicios del año 2000, estudios de la Universidad Nacional señalaban que solo se conocía el 5 % de las abejas silvestres que son nativas en el país. Esto, por supuesto, hace muy complicado que se pueda tener control sobre lo que ocurre con especies que ni siquiera se tienen registradas, aun así, se ha señalado que en Colombia se han identificado hasta 600 especies de abejas, pero se calcula que el número real supera las 1500.

Muchas de estas especies silvestres cumplen una función especial en ecosistemas como el amazónico o el bosque andino. Si bien de alguna forma creció el número de personas que hace apicultura, estas abejas pertenecen a otras familias y no suplen las funciones realizadas por especies endémicas, silvestres y que no viven en colmenas y que, además, son de hábitos solitarios y construyen nido en pisos, paredes y troncos. Según la investigación de Guiomar Nates Parra y Victor Hugo González, de las abejas sin aguijón, el único grupo endémico sociable es el meliponini, que además se caracteriza por producir miel.

Las abejas más conocidas son las del género apis, estas abejas están ampliamente esparcidas por el mundo y son domesticadas para la extracción de miel. Sin embargo, no pueden suplir las funciones de otras especies nativas de ecosistemas específicos. Es decir, que con la pérdida de la biodiversidad por la ampliación de la frontera agrícola se pierden abejas que no necesariamente son productoras de miel, pero sí fundamentales para la polinización de ecosistemas nativos.

El negocio de la apicultura ha sido una opción para la manutención de muchas familias en Colombia, particularmente en Norte de Santander, donde se han impulsado varios proyectos apícolas en asociaciones campesinas y familias, sin embargo también se ha señalado varias veces el fracaso de las iniciativas por la ampliación de monocultivos y el uso constante de agrotóxicos en ellos. Colmenas completas mueren envenenadas al salir a polinizar en campos que han sido sometidos a estos procesos químicos. Esto no solo afecta a las familias que dependen de la apicultura, sino la producción de alimentos en sí, pues las abejas son muy importantes en la polinización de cultivos de alimentos, son las responsables de la tercera parte de la polinización de cultivos en el mundo.

Otra de las razones por las que esta labor ha tenido muchos problemas para continuar es la quema y tala de bosques, la ampliación de zonas de pastoreo y, en resumen, los procesos de deforestación que interrumpen el ciclo de todas las especies, incluidas las abejas. Algunos estudios, incluso, han señalado que el incremento en el uso de antenas y celulares genera que las abejas se desorienten y no puedan regresar a sus panales. Todos estos factores han afectado tanto el desarrollo de los ecosistemas como al campesinado que practica un oficio de cuidado y muy artesanal como la apicultura.

Así, una de las soluciones por las que han apostado gran parte de los apicultores es la de las prácticas limpias, el mantenimiento de fincas libres de agentes tóxicos, la protección de zonas en las que se mantenga el ecosistema natural, como el bosque, los humedales o la selva. También, se han puesto en práctica otras formas de atraer los enjambres y la comprensión de las distintas especies que deben mantenerse para cada hábitat y así evitar insertar especies invasoras, como lo ocurrido con las abejas melíferas africanas.

Un hogar para las abejas en el Catatumbo

Adrián Morantes lleva más de 12 años conviviendo con las abejas, comprende cuáles son sus necesidades y por ello en su finca ha prescindido del uso de productos agroquímicos para que las colmenas puedan vivir. Nació y creció en Las Mercedes, su mamá, Elva María Rivera, es famosa por reutilizar envases de productos plásticos para elaborar artesanías como canastos, materas y recipientes hechos con tapas. —Yo nací en una finca de la vereda El Comienzo, esta vereda empieza por allá desde Luis Vero. Estudié allí en el pueblo, somos dos con mi hermana, yo soy el mayor, ella es profesora al lado del pueblo en la Escuela La Garita, al lado de las minas de carbón, cuenta—.

El día que lo visitamos, subimos a buscar las abejas, caminamos entre un cacaotal inmenso, fuente principal de ingresos de Adrián. —Además de la apicultura, trabajo con el cacao, estoy en Asoprocamerlu (Asociación de productores de cacao de las Mercedes y Luis Vero), no me gusta adquirir tantos compromisos porque me quitan tiempo para trabajar en la finca. Aquí hay dos parcelas, una de mi mamá y arriba está la mía. Por arriba por el cerro sale un camino, allá mantuvimos la montaña, —señala mientras caminamos. Después, en un punto tendió los dos costales que llevaba, sacó los overoles de apicultura con esos velos que cubren la cabeza y dan la apariencia de un astronauta, dio instrucciones precisas, prendió el ahumador y subimos a los panales, tiene alrededor de 14.

—Para agarrar un enjambre orgánicamente hay que mezclar melao de caña con agua y limoncillo, untar la madera donde se quiere armar el panal, después el trabajo es de las abejas que llegan y hacen su casa. Hay panales con electricidad para que se distribuya mejor la cera, pero yo prefiero dejarlas vivir tranquilas, —me cuenta mientras destapa el panal y le pone humo a todo, un enjambre de abejas nos rodea, saca celdillas con hexágonos perfectos, en algunos ya hay miel.

— Están bravas —me dice riéndose, pareciera que de verdad las entiende, habla su lengua, entiende su enojo, tiene paciencia. —El tiempo de ellas es el verano, saca uno miel cada mes de junio, julio y agosto llevando un registro. En enero a veces sacamos miel, este enero no sacamos nada. El resto del año no se saca nada. Si no hay flores y llueve mucho ellas no pueden volar—. Veo su paciencia con asombro, somos una especie misteriosa, nunca se sabe cuál va a ser nuestra relación con los demás. Adrián me mira con seriedad —esta miel está lista, ellas son perfectas, construyen todo milimétricamente, trabajan incansablemente y sin su vuelo y polinización nos queda mundo por muy poco tiempo—.

Adrián es un campesino bromista y silencioso que parece que solo se toma en serio el futuro de un mundo sin abejas.

Por Ángela Martin Laiton

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Juan(82042)09 de noviembre de 2021 - 02:05 a. m.
Por el amor de Dios, q Álvaro uribe, y sus secuaces no lo manden a matar, por creee q es de la FARC. Ayudemoslo. Escuchen por Dios, q esto no lo vea Maria Fda y ese paramilitar de su esposo y ese hijito cafre
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