Carta a Galán

La escribí desde la fe en los sueños que él inspiró al pueblo y a sus compañeros de lucha y que compartimos a lo largo de nuestras vidas. Desde la urgencia de contribuir a que Colombia encuentre por fin la forma de ser, de vivir y convivir en democracia.

Iván Marulanda
19 de agosto de 2019 - 01:40 a. m.
“Querido hermano en la trinchera de nuestras luchas por la democracia, aquí seguimos”, escribe Iván Marulanda. En la imagen, como senadores del Nuevo Liberalismo para el periodo 1986-1990. /Cortesía
“Querido hermano en la trinchera de nuestras luchas por la democracia, aquí seguimos”, escribe Iván Marulanda. En la imagen, como senadores del Nuevo Liberalismo para el periodo 1986-1990. /Cortesía

Apreciado Luis Carlos:

En tu sueño, en nuestro sueño, las gentes se apropian la ética de la democracia, la incorporan en su interioridad, en su intimidad, en su cotidianidad, en su manera de ser y de pensar, en su razonamiento, en sus hábitos y en sus comportamientos, en la concepcion y organización de sus instituciones sociales y políticas, en sus valores morales, en sus actitudes.

(Vea acá el especial sobre lo 30 años del asesinato de Galán)

Soñamos que cada quien sea por sí mismo, como lo más natural de la vida, expresión de respeto por los demás, por la dignidad de los demás, por la vida de los demás, por los derechos de los demás en su condición de seres humanos y porque el derecho a ser felices en este mundo, sea sin discusión destino de todos.

Lo pregonabas en tu peregrinaje por los caminos de Colombia, por entre nuestros pueblos de todas las razas, de todas las creencias, de todas las culturas, de todas las regiones, las condiciones, las generaciones. Siempre entreverado en corrillos y multitudes a los que te entregabas con entusiasmo y con respeto por lo que representaba cada quien en la diversidad de sus hábitos, de sus historias, de sus maneras de pensar, de creer, de entender su propia existencia en este mundo de angustias y dilemas, igualados en su condición de personas humanas.

A estas alturas de los tiempos, querido Luis Carlos, debo confesarte que los colombianos nos seguimos matando los unos a los otros, nos seguimos insultando sin consideración, nos seguimos odiando sin compasión, hundidos en los lodos de la pobreza y las violencias. Más divididos que nunca ¡cómo haces de falta! ¡Cómo le hizo de falta a esta nación que te hubieran permitido vivir tu ciclo natural!

Las cosas serían distintas porque hubieras alcanzado a desplegar desde el poder tus modales de demócrata y hubieran podido impregnarse de ellos las gentes del común ¡y claro! los políticos, los servidores del Estado, los privilegiados de la fortuna… se hubieran podido ver en tus conductas y en tu disciplina, en tu sencillez, aprendido de tu lucidez, de tu aplomo, de tu entrega al servicio de la comunidad y tu apego a las causas de la nación y entre ellas, antes que las demás, a las causas de los débiles.

Si los colombianos hubieran alcanzado a llevarte al poder y hubiesen tenido tiempo de aprender del ejemplo de tu patriotismo, de tu devoción por el pais, de tu transparencia, de la solidez de tu pensamiento y la firmeza de tu liderazgo, de tu delicadeza en lo que concierne al bien común y al patrimonio público ¡Cuánto hubiera sido el aprendizaje colectivo!... en ser serviciales en la vida, en ser justos, en ser honrados, en ser solidarios, en ser humildes, en vivir con decoro y en cumplir con los deberes que se asumen sobre este mundo y en el colectivo de esta nación.

Pero bueno, querido hermano en la trinchera de nuestras luchas por la democracia, mi amigo, aquí seguimos. Rotos en mil pedazos, desperdigados entre decenas de partidos políticos cada vez más insignificantes, más mezquinos, más degradados en la promiscuidad y la lujuria del saqueo al tesoro público y la burocracia del Estado. Más pobres de ideas e ideales, de compromisos con Colombia. Vulgares agencias de negocios y focos de aspavientos y escándalos al servicio de avivatos y ególatras que entre todos forman un hueco.

Eso sí, las visiones y las esperanzas que cultivaste con tanta dedicación, con tanto amor para llevar de la mano a tu pueblo y por las que diste la vida, aunque imperceptibles siguen intactas en el corazón del pueblo que amaste y en las entrañas vivas de su memoria más profunda. De tumbo en tumbo seguimos detrás de ellas, aunque el bullicio, la anarquía y la desesperación impidan que nos demos del todo cuenta. Vamos, Luis Carlos, sobre el hilo de tu mensaje y del testimonio de tu vida, que no perecen. Ese es el rumbo de la historia, no me cabe duda.

Tu amigo, Iván Marulanda.

Por Iván Marulanda

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