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La noticia del fallecimiento de “El Pollo vallenato” que debió ser un acontecimiento nacional, e incluso internacional, por los aportes que esta gran figura del acordeón y de la composición vallenata, dejó a lo largo de su vida, no solo en Colombia, sino en un buen número de países de habla hispana, pero a pesar de ello, no lo fue tanto.
Ahora, si tenemos en cuenta las personalidades de la crema y nata de nuestro folclor vallenato, que hicieron acto de presencia en el sepelio de Luis Enrique, y por igual, la dirigencia política del caribe colombiano, con una sola excepción, como lo anotaremos más adelante; incluyendo, no podíamos dejarlos al margen, a todos esos parranderos que a lo largo de seis décadas disfrutaron de sus alegres e incomparables notas, acordes y letras. Indudablemente, dejaron mucho que desear. Por el contrario, la buena repuesta de los seguidores de los barrios populares de Santa Marta, podemos decir que, en buena parte, llenó ese gran vacío.
Con mi señora Luz Helena Pumarejo, estuvimos en el sepelio de “El Pollo Vallenato”, cuando, por ese entonces, trabajaba en la mina de carbón del Cerrejón, La Guajira, y por supuesto, nos sorprendimos con las pocas personalidades que acompañaron los restos mortales de esta insuperable figura de nuestro folclor.
Entre los que me encontré, en la que fuera su última residencia, y más tarde en el cementerio, además de su hermano Chema y algunos de los integrantes y ex integrantes de su conjunto, como su sobrino Sebastián, Chan, Martínez, Juan Madrid su guitarrista por muchos años, el cajero Yesid carrillo, “Chesenique”, y el guacharaquero Abel García Villa, Abelito, entre otros, a destacar, la presencia de Jorge Oñate, Alfredo Gutiérrez, Armando Zabaleta, Pacho Rada, Miguel López, su hermano Álvaro, Emilianito Zuleta, Colacho Mendoza, Abel Antonio Villa, El “Negrito” Villa; y un tiempo después, me enteré que también había asistido Consuelo Araujo Noguera, “La Cacica”, con quien no nos encontramos.
Y en cuanto a personalidades de la administración pública, solo asistió el alcalde de Barranquilla, Edgar George González. En cuanto al alcalde de Santa Marta, Edgardo Vives y el gobernador del Magdalena, Jorge Luis Caballero, al igual que de otros departamentos de la costa Caribe, brillaron por su ausencia.
Anécdotas acontecidas con el alcalde de los barranquilleros
Edgar George, amigo de infancia y de colegio en Fundación, su ciudad natal, y de mi parte, desde que cumplí los 8 años, hasta casi terminar mi profesión; y por igual, con quien compartí estudios, tercero y cuarto de bachillerato en el Instituto Colombia de Fundación, y quinto y sexto, en el Liceo Celedón de Santa Marta. Edgar y su comitiva llegaron un poco antes de la salida de los restos mortales de Luis Enrique hacia el cementerio San Gerónimo de Mamatoco, lo que fue de buen recibo y un aliciente para sus familiares y los allí presentes.
¡Y se presenta la primera confusión!
En el momento en que Edgar, un hijo de Luis Enrique, y otros colaboradores se disponían a levantar el féretro para subirlo al carro fúnebre, creyendo, esa fue su apreciación momentánea, que como el cementerio de San Miguel quedaba mucho más cerca que el de Mamatoco, era para el de San Miguel hacia donde iban a llevar a “El Pollo Vallenato. A raíz de esa percepción, que no convalidó, les preguntó a los compañeros de carga, ¿será que hacemos este recorrido llevando el ataúd a hombros?
A lo que los acompañantes respondieron al unísono -claro que sí, buena idea. Tomada esta decisión el carro mortuorio siguió su marcha por delante, pero valla sorpresa para Edgar, el carro de la funeraria al entrar a la Avenida de El Libertador, en lugar de girar a la derecha, tal como lo esperaba, para dirigirse hacia el cementerio de San Miguel, giró hacia la izquierda hacia el de Mamatoco, ¿cómo así? dijo Edgar, ¿no era para el cementerio de San Miguel hacia donde nos íbamos a dirigir?
Pero ya a esa altura del recorrido no había nada que hacer. De nuestra parte, con mi señora tampoco sabíamos hacia donde nos dirigíamos, pero por fortuna, Luz Helena tuvo un chispazo repentino, y me pidió que regresara a la casa de la familia de Luis Enrique, para que trajera nuestro vehículo, ya que nos podía esperar un largo recorrido antes de llegar al destino previsto. Así que de inmediato me fui a buscarlo, por lo que tan extenuante y largo trayecto, en especial por lo de la hora, tipo 11:00 AM, lo llevamos a cabo sin demasiado estrés.
Sobre la ausencia del alcalde de Santa Marta y del Gobernador del Magdalena
Como dato curioso a destacar, cuando el féretro emprendió el camino hacia el cementerio de San Gerónimo de Mamatoco, uno de los que seguían la marcha detrás del ataúd en el que iba Luis Enrique, se percató de la ausencia del alcalde de Santa Marta y del Gobernador del Magdalena. A todo pulmón gritó, ¿cómo así que al sepelio de Luis Enrique Martínez solo vino el alcalde de Barranquilla, pero no el H. P. del alcalde de Santa Marta, ni el H. P. del gobernador del magdalena?: “¡Tanto el alcalde de Santa Marta como el gobernador del Magdalena! resonó su estruendosa voz, ¡son unos H. P.! Coro que se repitió por un buen trayecto por los acompañantes al sepelio, que lo intercalaban con ¡vivas al alcalde de Barranquilla!
De cómo vivió esa odisea Edgar George
Desde el momento en que el alcalde de los barranquilleros se dio por enterado para donde se dirigían, y que, de acuerdo con su apreciación, cuán lejos se encontraban del lugar de destino, Edgar que empezó a sudar frio, para sus adentros exclamó, ¡no puede ser! Y es que, para rematar, al sepelio se había presentado, además de corbata, con vestido entero oscuro, lo que, si le agregamos el calor sofocante de las once de la mañana, calor, que, de manera exponencial, empezó a incrementarse. Así con esas condiciones de temperatura in crescendo, Edgar empezó a sentirse como si se encontrara dentro de un baño turco.
Pero, tras varios minutos de desespero y de angustia, encontrándose, momentáneamente, sumergido en la zona más dura del infierno, el alcalde de Barranquilla, en un acto de introspección pura y casi que sobrenatural, decidió, con estoicismo, afrontar esta situación con la mayor entereza del mundo. Y como por arte de magia, el amigo Edgar entró en un estado de trance, lo que en sicología se denomina un estado alterado de conciencia. Ya inmerso dentro de esta providencia, como si levitara, y con la firmeza que a lo largo de su vida lo ha caracterizado, actitud que lo ha sacado avante de situaciones altamente complejas, no pensó en más nada que no fuera la de llevar a hombros, con relevos periódicos, la caja mortuoria donde iban los restos mortales de Luis Enrique.
Así las cosas, las largas e interminables cuadras, si es que podemos llamarlas cuadras, estas, para el alcalde de la arenosa empezaron a pasar y a pasar como al ralentí, hasta que por fin a lo lejos se divisó el cementerio de Mamatoco, para alivio de todos. Edgar estimó, debido a la tribulación que sufrió, que fueron como unas tres horas.
Aclaración importante
Llegado a este punto, vale la pena aclarar, que como Edgar estudió dos años en el Liceo Celedón, en donde terminó su Bachillerato, debía saber que cementerio quedaba más cerca de la residencia de los familiares de Luis Enrique. Pero, con conocimiento de causas, salgo en su defensa. De mi parte, no solo, al igual que Edgar, en ese momento, no habría podido precisar cuál de los dos cementerios se encontraba más cerca.
Para aclarar esta duda, llamé al amigo e investigador del folclor vallenato, Jaime Márquez, quien desde hace buenos años se encuentra radicado en la capital del Magdalena, para que me aclarara, desde el punto de partida de la caravana, lo de la cercanía o lejanía de estos dos cementerios. El cementerio de San Miguel queda un poco más lejos que el de Mamatoco, me respondió el amigo Jaime. Redondeando, por lo de la marcha lenta de los que cargaban el ataúd, y lo de los cambios de cargadores, podríamos hablar de una hora de recorrido hasta el cementerio de Mamatoco, y un poco más al de San Miguel. Pero para Edgar, por la inclemencia del calor sofocante del medio día, y encontrándose, con corbata, dentro de un vestido entero oscuro, le pareció que trascurrieron, cuanto menos, unas tres horas, ¡entendible!
A la altura del medio día, llegamos a nuestro destino. Pero mientras parqueábamos, la capilla donde se daría la misa, se atiborró de los seguidores incondicionales de “El Pollo Vallenato”. Como era muy difícil entrar a este recinto, miramos a nuestro alrededor y algo retirado divisamos la menuda figura del maestro Francisco Pacho Rada y a una de sus hijas. Ante la escasa posibilidad de ingresar a la capilla, aprovechamos la oportunidad para entablar una conversación con esta pareja. Con el maestro Pacho Rada, además de tomarnos algunas fotos, hablamos largo y tendido sobre su vida y de sus composiciones más relevantes. A resaltar, de tan amena plática, que el maestro Rada le comentó a Luz Helena, que su primera casa se la había regalado su padre, Tobías Pumarejo.
Por fin y después de más de una hora de espera, empezaron a salir los seguidores de Luis Enrique, y detrás de ellos, su féretro cubierto de coronas.
¿Y por qué de la demora en la homilía?
Lo que al respecto me contó Edgar George, fue porque el padre, una persona joven, pero vivás, resultó ser, además de un erudito de la música vallenata y un gran conocedor de la vida y de los aportes a nuestro folclor de “El Pollo Vallenato”. Así que después de una hora de disertación que se pasó volando, y que dejó a un lado lo de la larga y extenuante caminata con el féretro a hombros bajo el sol canicular del medio día, la profundidad que mostró el padre en su exposición sobre los aportes de Luis Enrique a la música vallenata, fue un momento refrescante y restaurador, antes de conducir el ataúd con los despojos mortales de Luis Enrique Martínez, a su última morada.
Dectreto d ehonores de la alcaldía de Barranquilla
Una vez que el féretro empezó a salir de la capilla, de inmediato los acompañantes lo dirigieron hacia la tumba asignada para el caso. Pero hacia ese lugar, a paso rápido, se desplazaron buena parte de los seguidores de “El Pollo Vallenato”. Así las cosas, el alcalde de Barranquilla, que quedó algo rezagado en el momento de llegar a los alrededores de la tumba de Luis Enrique, después de tratar de abrirse paso para ubicarse frente a su ataúd, lo que encontró fue una impenetrable muralla humana de cinco hileras que no le daban la más mínima opción de atravesarla ni por las buenas ni por las malas. El desconcierto y el descontrol se apoderaron de la frágil y acalorada figura de Edgar, lo que, de nuevo, lo llevó a sudar frio.
Impotente y casi que resignado, uno de los tanto seguidores de Luis Enrique, que lo vio con los papeles del decreto de honores en la mano, le preguntó, “señor, señor alcalde, ¿usted es macho?” A lo que Edgar molesto por lo irreverente de su pregunta, le respondió, ¡sí y qué! Es por si usted se atreve a montarse en ese palo de trupillo, yo lo ayudo a trepar, ¡claro que sí me atrevo!, ¡le sabré agradecer su amabilidad!, le contestó Edgar.
Superada las dificultades de la trepada al frondoso palo de trupillo, nada fácil para el alcalde de la capital del Atlántico, quien como recuerdan, llevaba puesto un vestido entero. Pero una vez posicionado sobre la rama principal de este árbol, quedó prácticamente por encima del féretro de Luis Enrique, y en el centro de la multitud que se agolpaba a su alrededor. Con la panorámica a su favor, fue más que suficiente, para que los allí presentes centraran su atención en la erguida e imponente figura de un atrevido funcionario público, que se encontraba dispuesto a leer, a como diera lugar, el decreto de honores que consigo había traído desde Barranquilla.
En esta posición de privilegio, que de inmediato advirtieron la gran mayoría de los que acordonaban el féretro de Luis Enrique, los llevó a los allí presentes, a advertir que el que se encontraba trepado en la rama principal del palo frondoso de trupillo, era el alcalde de la arenosa, advertencia que no solo permitió silenciar a los acordeones que ya empezaban a tocar, sino acallar los cánticos que seguían las primeras estrofas de una de las tantas composiciones, que en coro, entonaban de “El Pollo Vallenato”. Con el escenario a su disposición y en completo silenció, Edgar, de inmediato empezó a leer el decreto de honores, que al final de su lectura, fue estruendosamente aplaudido.
¿Y por qué?, se preguntarán ustedes, ¿el alcalde de la capital del Atlántico, cómo único burgomaestre, se tomó el trabajo de asistir al sepelio de Luis Enrique Martínez?
Muy sencillo de contestar. El padre de Edgar, el libanés Camilo George Chams, radicado en Fundación, Magdalena, desde 1944 hasta 1969, fecha de su fallecimiento, fue el primero en Colombia en organizar concursos de acordeón. Y por qué, además de ser pionero de concursos de este importante instrumento, en su almacén, una especie de almacenes Sears de la época, al que solo le faltaba la escalera eléctrica, únicamente las tenían estos almacenes, vendían electrodomésticos, equipos y muebles de oficinas, motores, bicicletas, radios, radiolas, televisores, llantas, equipos y repuestos electrónicos. Y lo más importante de lo ya mencionado, también vendían acordeones, y discos de 78 y 45 RPM y LP. Una gama de ritmos que iban desde la música ahora conocida como vallenata, pasando por la tropical, las rancheras, la andina, tanto colombiana como de otros países latinos, los boleros, lo que hoy denominamos salsa, música clásica y brillante, música española y tangos. Y en cuanto a los acordeones se refiere, las más connotadas figuras de este instrumento sonoro de los años 50 a los 70 fueron frecuentes compradores de este almacén. Y en cuanto a Luis Enrique Martínez, en sus visitas periódicas a Fundación, era el encargado de probar los lotes de acordeones que periódicamente llegaban al almacén del padre de Edgar.
Y el amigo Edgar, después de cumplir sus labores escolares, y en especial en vacaciones, se dedicaba a darle una mano en las diferentes áreas de ventas del almacén de su padre, en especial, en la sección dedicadas a los discos, en donde, prácticamente, se aprendía casi que, de memoria, buena parte, como un 70%, es su estimativo, de la música que llegaba al almacén. Pero además de aprenderse un sin número de canciones, mientras atendía a los clientes, los momentos que les causaban mayor placer, acontecían cuando llegaba Luis Enrique a probar los nuevos acordeones, en donde extasiado, seguía los acordes que paso a paso, en ellos, ejecutaba “El Pollo Vallenato”. Y casi, que, por igual, disfrutaba atendiendo las demás figuras del Vallenato, que, con cierta regularidad, también visitaban el almacén de su padre. Entre ellos, Alejandro Durán, Andrés Landero, Pacho Rada, Enrique Díaz, Chema Martínez, Juancho Polo Valencia y Julio de la Ossa.
Recuerdos inolvidables
De Luis enrique Edgar tiene muchos recuerdos, que para él son inolvidables. De los tantos, la del último concurso de acordeones que, en 1959, que se tenga memoria, organizó su papá, y en el que, “El Pollo Vallenato”, compitiendo con figuras como Andrés Landero, Abel Antonio Villa y Juancho Polo Valencia, ocupó el primer lugar. En esta oportunidad, algo que lo deslumbró, fue que Luis Enrique tocó uno de sus temas con el pico de una botella de cerveza, después que tapó el teclado con una toalla. Igualmente, no olvida las frecuentes parrandas que frente a su casa almacén, en la residencia del Doctor Juan Lara Aguancha, Senador de la República por varios periodos, solía amenizar con Luis Enrique Martínez y su conjunto y con la participación de Tobías Enrique Pumarejo.
En otra oportunidad, cuando Edgar terminó su carrera de Medicina, Universidad de Cartagena, 1971, y ya como médico titulado, en Bogotá, trabajando en el Ministerio de Obras Públicas, en una noche, en la que su jefe, el Doctor Juan Lara lo invitó a una parranda en su casa, con la participación, nada más y nada menos, que de Luis Enrique Martínez. Vale aquí traer como acotación, que el Doctor Lara fue el que convenció a “El Pollo Vallenato” para que se radicara en la capital de la República, donde permaneció por cuatro años. Y vaya sorpresa, después de saludar a los presentes, Luis Enrique le pidió a Edgar, a quien ya por supuesto conocía, que con su acompañamiento y el de su agrupación, cantara una de sus canciones. Ante tamaña solicitud, Edgar no se lo esperaba, sin amilanarse, cantó uno de sus temas favoritos, “La Divina Pastora”. Un recuerdo para toda su vida.
La música de acordeón, como su impronta
Pero la relación con la música vallenata, podemos asegurar, que hacen parte de la impronta de Edgar, ya que con su voz y acompañado de la agrupación de Gabriel “Chiche” Maestre, en su periodo como alcalde de la capital del Atlántico, grabó en casete y CD, 12 temas clásicos de nuestro folclor. Entre los que se destacan, “El reparto” de Camilo Namén, “El regreso de Simón” de Julio Oñate Martínez, “La patillalera” de Rafael Escalona, “Las lecciones” de Rafael Manjarrez, “Jardín de Fundación” que figura a nombre de Luis Enrique Martínez, “El verano” de Leandro Díaz y “No voy a Patillal” de Armando Zabaleta.
Como jurado
Pero Edgar también participó, en el 2001, como jurado en la categoría juvenil, en el Festival de la leyenda Vallenata, el último en el que estuvo al frente Consuelo Araujo Noguera, “La Cacica’, que injustamente perdió la vida en manos de la FARC antes de finalizar ese año. Pero lo que más recuerda de esta grata experiencia, que en un principio lo abrumó, fue el consejo de oro que le dio Consuelo Araujo, para que, sin estresarse con tamaña responsabilidad, ejerciera de buena manera su cometido: “Tu guía es la gente. Las personas del común son la que más saben de vallenato en Valledupar. Guíate por sus aplausos”.
Pero a Edgar no le bastó el buen y oportuno consejo de Consuelo. Por lo que ni corto ni perezoso, llamó a “Chiche” Maestre para que le aclarara algunas dudas, entre ellas, que tan diferentes son el merengue y la puya, ya que se decía, que la puya era un merengue rápido. Lo que “El Chiche” Maestre le respondió es que lo pondría en contacto con su hermano “El Pangue”, quien era la persona más adecuada para que le aclarara esta y otras dudas que tuviera al respecto. “El pangue”, con el que entrenó por una semana, no solo le dejó claro que la puya y el merengue eran dos ritmos totalmente diferentes, lo que se lo demostró en la práctica, sino que lo puso a punto con el paseo y el son, y además de ello, en las funciones que debía cumplir como jurado. Con el consejo de “La Cacica” y con la asesoría oportuna y efectiva de “El Pangue”, Edgar, ya dentro del ejercicio de jurado, se sintió como pez en el agua.
Homenaje Nacional al maestro Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez
Y por último, como para cerrar con broche de oro su amor por nuestro folclor, a comienzo de 1997, siendo alcalde de Barranquilla, a los dos años del fallecimiento de Tobías Pumarejo, le propuse lo de hacerle un homenaje a este insigne compositor de la música vallenata recientemente fallecido, a lo que me respondió, ¡claro que sí!, ¡ni más faltaba. Al poco tiempo de haberle hecho esta propuesta, me citó a la alcaldía, reunión a la que llevé a Ruth, la segunda esposa de Pumarejo. Después de presentarme la persona que se encargaría de coordinar conmigo los detalles del evento y las personalidades del folclor a invitar, se fijó el lugar del homenaje, hotel de “El Prado”, y la fecha, 3 de octubre de 1997. Igualmente se acordó el nombre que se le daría al evento: “Homenaje Nacional al Maestro Tobías Enrique Pumarejo, 1908 – 1995 - Bodas de Diamantes como Compositor – Alcaldía Municipal de Barranquilla”.
Entre otros maestros y personalidades de nuestro querido folclor que se invitaron, los únicos que no asistieron fueron Emiliano Zuleta Vaquero, Leandro Díaz y Lorenzo Morales. Y faltaron, precisamente, porque esa noche les habían programado un homenaje paralelo en otro lugar de Barraquilla. Entre los asistentes más destacados se encontraban Rafael Escalona, Pacho Rada, quien abrió el evento, Abel Antonio Villa, Alfredo Gutiérrez, Aníbal Velázquez, Armando Zabaleta, Rafael Gutiérrez Céspedes, Chema Martínez, Julio Bobea, Esteban Montaño y Orlando Nola Maestre, y entre los periodistas, Ernesto McCauland.
Fue un homenaje a lo grande, con más de cien invitados, y en que los juglares presentes interpretaron canciones del homenajeado. Tomaron la palabra, el alcalde de Barraquilla Edgar George, Rafael Escalona y este servidor. La celebración se dio por terminada avanzada la madrugada. Agradecimiento eterno por parte de la familia Pumarejo, y el mío al Doctor Edgar George González.
Sabores y sinsabores que dejó el sepelio de “El Pollo Vallenato”
Entre los buenos sabores a recordar de este sepelio, cabe destacar, la presencia del alcalde de Barranquilla Edgar George González, de algunas de las figuras de Nuestro Folclor, parte de los integrantes de su agrupación, la respuesta satisfactoria de la clase popular, incluidos los insultos merecidos que le propinaron por su inasistencia al alcalde de Santa Marta y al gobernador del Magdalena.
Y los sinsabores amargos, la no presencia, a excepción de “La Cacica”, del resto de la junta directiva del Festival de la Leyenda Vallenata, y exceptuando a Alfredo Gutiérrez y a Miguel López, la inasistencia de los restantes Reyes Vallenatos aún vivos, entre otros representantes puntuales de nuestro querido folclor. Y también a lamentar, la ausencia de los tantos parranderos de élite que tanto disfrutaron a Luis Enrique, en sus kilométricas parrandas. Grandes ausentes de lo que pudo haber sido, por lo menos, un acontecimiento nacional, ¡qué pena!