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Seis impactos de bala con un arma nueve milímetros acabaron con la vida del juez bolivarense de 32 años, en momentos en que el fútbol también fue reflejo de lo que sucedía en el país. Fue un muerto más pero un campeón menos. En medio de una Nación amedrantada por el narcoterrorismo, se suspendió el campeonato 1989. El único año en que no hubo estrella.
Desde entonces, la familia de Álvaro Ortega vive en un tercer tiempo interminable. "Álvaro era una excelente persona, no porque esté muerto sino porque era de buenos amigos y tenía bastantes. Buen padre, buen esposo, adoraba a sus hijas, todos sus esfuerzos y sus cosas eran por ellas", cuenta hoy su esposa Betty Barrios, de quien pocos se acuerdan.
Su hija Lorena, de 26 años, vivió poco tiempo con su padre pero lo recuerda como si fuera ayer. "La verdad es que una imagen de él como tal no tengo. Yo iba a cumplir tres años cuando fue asesinado, pero recuerdo cuando era pequeña un viaje que hicimos. Tengo una imagen de él en una habitación, los dos, jugando, eso es lo único que tengo en mi cabeza".
El fútbol también sufrió los estragos de una época lamentable. No faltó el insolente que se salió del libreto y cometió el disparate de teñir la fiesta. Al nazareno de turno lo mataron por impartir justicia en un campo de fútbol. Así como los narcotraficantes marcaron el destino de Álvaro Ortega y su familia, también dejaron un vacío histórico: el año en que por culpa del narcotráfico no hubo campeón.