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El caballo de 'El Mexicano'

Tupac Amarú, un equino que según la leyenda llegó a costar más de un millón de dólares, fue considerado un hijo más para el narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha.

CAROLINA GUTIÉRREZ TORRES
13 de junio de 2010 - 08:59 p. m.

El caballo

“Dinero y pistola/ también buenos gallos/ tequila y mariachis/ y un lindo caballo/ ese era el gusto de Rodríguez Gacha/ montar su caballo/ y pasearlo en mil plazas/ Tupac Amarú, Tupac Amarú/ qué lindo caballo/ es Tupac Amarú”. (Letra del corrido ‘Tupamarú’)

19 de abril de 1994. A las 9:00 a.m. llega a la hacienda La Chihuahua, en Pacho, Cundinamarca, el herrador de Tupac Amarú. Mientras hace su trabajo el señor José Urrego acaricia al animal y le repite con tono benévolo: “Quédese quieto Niño. No le va a doler”. A las 9:30 a.m. Itor Montero, el último chalán de Tupac Amarú, monta al caballo. A las 9:50 a.m. se baja del animal y le ordena a alguno de los trabajadores de la finca: “Déjelo desacalorar y luego lo entra al establo”. Hacia las 10:00 a.m. el caballo se lanza ávido a beber agua y casi de inmediato se deja caer al suelo. Se retuerce desesperado. “No lo dejen revolcar —grita alguien—. Se le va a hacer un nudo en las tripas”. Llega su veterinario personal. Pide refuerzos. Le ponen sondas. Le dan medicinas. Nada se puede hacer. A las 11:45 a.m. muere. Diagnóstico: colitis X, una inflamación del aparato digestivo fulminante.

Muere Tupac Amarú. “El caballo del millón de dólares”. El único capaz de hacer la figura del ocho hacia delante y hacia atrás con la misma destreza. Muere la obsesión en vida de Gonzalo Rodríguez Gacha, El Mexicano, miembro del cartel de Medellín, quien había muerto en Tolú el 15 de diciembre de 1989 mientras huía de un operativo militar. Por eso fue su esposa, Gladys Edilma Álvarez Pimente, la Patrona, quien ordenó qué hacer con el animal. “Entiérrenlo, sin ceremonias ni homenajes”, cuenta un trabajador que dijo ella. Pero uno de los sobrinos del capo, que conocía el amor de Gacha por el caballo, “amor que rayaba con la idolatría”, movió cielo y tierra para que al menos disecaran la cabeza. Logró salvar también la piel y las cuatro patas. Si el Patrón hubiera estado vivo —coinciden muchos— habría disecado al animal completo y hoy, en la entrada de Pacho, “la capital naranjera de Colombia”, estaría Tupac Amarú en lugar de la escultura de una naranja.

El capo

“Aunque naciera en Colombia/ le decían ‘El Mexicano’/ un hombre con mucha historia/ por todos muy respetado (…)/ Gonzalo Rodríguez Gacha/ no quería la extradición/ quería vivir en su patria/ aunque fuera en la prisión/ o morirse con sus gentes/ peleando por su región”. (Letra del corrido ‘El gran mexicano’).

Esta crónica bien podría llamarse ‘Los mitos de Tupac Amarú y El Mexicano’. Casi nada en la vida del caballo y del amo es una certeza. Se dice que Tupac Amarú nació el 5 de junio de 1978 en el Valle del Cauca. Que quién sabe cómo y por qué el animal fue a parar a Medellín, y que hasta allí llegó un emisario de Camilo Zapata —dueño del Castillo de Marroquín y el criadero El Paso en Chía, Cundinamarca— y pagó $50.000 por él. En El Paso el potro se convirtió en adulto y tuvo su primera cría con la yegua La Consigna. Nació Tayrona (el que sería considerado uno de los mejores reproductores del país). Nacieron Tupac Júnior, Relator, La Divina, Rosarito, Bonancita: todos campeones. Nacieron diez, veinte, doscientas crías.

El próximo dueño, el último dueño, fue Gonzalo Rodríguez Gacha. ¿Cuánto pagó por el caballo? Un millón de dólares dice la célebre frase. Pero la cifra exacta, con millones y miles precisos, al parecer nadie la sabe. “Hoy valdría US$2’000.000”, calcula Carlos Ospina, caleño, criador. Gacha compró al caballo y compró a La Consigna. En su hacienda, con la disciplina y la educación de los chalanes de más prestigio, convirtió a Tupac Amarú en el equino más famoso de Colombia. “Como él no ha habido ninguno”. “Era un animal fuera de serie”. Cualquiera que lo haya conocido respondería lo mismo.

La hacienda

“Pacho de mis ensueños/ y desvelos/ Pacho querido, Pacho idolatrado/ en ti veo a Colombia generosa/ y una patria gloriosa de montaña”. (Letra ‘Pacho querido’, canta Rodríguez Gacha).

1984. Pacho, Cundinamarca. Hacienda La Chihuahua. Rodríguez Gacha ordenó construir una pesebrera única para el caballo. Un santuario con todos los lujos: 25 metros cuadrados, espejos en las paredes, una habitación con piso amortiguado y otra con viruta, un bebedero automático y un estante en el que reposaban  trofeos, medallas y condecoraciones. “Tupac Amarú”, rezaba a la entrada de la casona que todavía se mantiene en pie, desordenada, abandonada. Contrató a un veterinario para que permaneciera días y noches junto al animal. Contrató a montadores especializados para que terminaran de educarlo, para que lo pulieran, porque el paso del caballo ya era fino cuando llegó a sus manos. Contrató a un palafrenero sólo para el animal: Luis Jorge Vega, padre de Claudia Vega.

Hoy Claudia está en su casa, en Pacho, en una finca grande y recóndita. Camina ágil por la casona. Trae tintos. Se va a la cocina. Regresa por los pocillos. Otra vez al fogón y a las ollas. Al principio sólo habla su esposo, criador, dueño de una hija de Tupac Amarú: una yegua castaña, de 25 años, bautizada La Verónica. El señor Pava se emociona hablando del caballo de Gacha, dice que Tupac “fue el rey de la trocha pura en Colombia, estaba solito en las competencias, no había quién le ganara. También fue un excelente reproductor. Mejoró mucho la línea trochadora del país”.

Su esposa Claudia se acerca con un álbum de fotografías. Repasa las páginas, elige una foto y la enseña. “Este es Tupac Amarú”, dice señalando al caballo espigado, color zaino,  patas blancas y una raya en la frente; hijo de Medellín y La Chula, nieto de Anarkos, bisnieto de Don Danilo (uno de los más importantes equinos en la historia del país). “Y este es mi papá”, concluye Claudia. En casi todas las fotos del viejo álbum aparece Luis Jorge Vega llevando al caballo o montándolo, aparece siempre el señor de bigote negro abundante y sombrero aguadeño. Se ve también Claudia con el cabello rizado  y abundante, y un copete que le cubría la frente.

Cuando llegó a la hacienda, Claudia tenía 16 años. Su familia se había trasladado hasta allí, desde La Palma, Cundinamarca, en busca de trabajo. A su padre le fue encomendada la tarea de no desamparar a Tupac Amarú. Mientras él dedicaba la vida entera al caballo, ella terminaba el colegio. Luego se convirtió en auxiliar contable del criadero La Chihuahua. Unos años después, en el cumpleaños número 15 del caballo —cuando Gacha ya había muerto—, sería Claudia la encargada de organizar la celebración más despampanante y pomposa de la que jamás se había tenido noticia en la historia hípica del país. Una torta de dos pisos decorada con una pesebrera y caballos. Mariachis. Rosas rojas. Bombas. Serpentinas. Carne llanera. Whisky y toda clase de licor sin fin.

La tumba

“Pasó a la historia un hombre valiente/ pasó a la historia un señor Don Juan/ Gonzalo Gacha era su nombre/ y fue buscado a nivel mundial (…) Quiso ser dueño de muchas cosas/ por su dinero se hizo matar”. (Letra Corridos Prohibidos ‘El Mexicano’).

Cuando El Mexicano comenzó a ser hostigado por el Ejército y la Policía. Cuando sus propiedades empezaron a ser allanadas. Cuando sintió que su caballo estaba en peligro, dispuso un apartamento en el norte de Bogotá para esconder al animal. Eso dice la leyenda y eso ha escuchado también don Arnoldo Gómez, empleado del Club Caballístico Tupac Amarú de Pacho. Incluso, el señor Gómez se aventura a afirmar que la edificación estaba ubicada en la calle 170 de la capital. “Tupac fue más perseguido que el Patrón. Sabían que quitarle al caballo era como quitarle a un hijo”, asegura Arnoldo Gómez.

15 de diciembre de 1989. En un operativo militar murieron El Mexicano, su hijo Fredy Gonzalo y 15 hombres de su seguridad. Pacho entero lloró la muerte del Patrón. “Fue como si nos hubieran quitado la mano derecha —dice el señor Arnoldo Gómez, quien trabajaba como obrero para Gacha—. Éramos más de diez mil empleados. Él nos daba la alimentación, la ropa, la vivienda. ¿Cómo no íbamos a estar tristes?”. Luis Eduardo Contreras, el veterinario, quedó a cargo del animal. Fue él quien estuvo al frente de la celebración de los 15 años.

Cinco años después murió Tupac Amarú. De un cólico, aseguran casi todos. De una colitis X, dice Claudia Vega, que lo acompañó en la agonía. También están los que afirman que el animal se fue muriendo de a poquitos, de pena moral. El cuerpo, sin cabeza, sin patas, sin piel, fue sepultado cerca de la pesebrera. Hubo entierro y un minuto de silencio y lágrimas, a pesar de las advertencias de la Patrona, Gladys Edilma. “Claro que nos pusimos tristes. Él era el que nos daba de comer”, comenta Claudia. La cabeza de Tupac Amarú, intacta, cuelga hoy de la pared principal de Club Caballístico que lleva su mismo nombre. En algún cuartico de aquel sitio, con la mayor seguridad, está guardado el cuero, la cola y las patas. Cada día llega por lo menos un amante del caballo, de su amo, de la historia de ambos, preguntando por la cabeza del equino. “¿Quién no quiere conocer al famoso Tupac Amarú?”, se pregunta el señor Arnoldo Gómez, sosteniendo las patas, desempolvando la piel.

cgutierrez@elespectador.com

Por CAROLINA GUTIÉRREZ TORRES

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