El genocidio al Movimiento Gaitanista

Apartes de la ponencia donde su nieta María Valencia Gaitán sostiene que La Violencia no fue un conflicto partidista, como dice la historia oficial, sino un crimen de lesa humanidad.

María Valencia Gaitán
08 de abril de 2011 - 10:52 p. m.

El exterminio premeditado, masivo y sistemático por parte del Estado de los miembros del Movimiento Gaitanista en las décadas de los 40 y 50, y el magnicidio de su máximo dirigente, Jorge Eliécer Gaitán, constituyen, sin duda alguna, uno de los casos más documentados y dramáticos del genocidio político en la historia de Colombia, lo que no ha sido óbice para que deliberadamente la historia oficial lo haya desconocido y tergiversado.

Oficialmente se dice que la llamada Violencia, con mayúscula, fue una mera prolongación de las guerras civiles entre liberales y conservadores del siglo XIX, y nunca se menciona la persecución dirigida principalmente contra el Movimiento Gaitanista con el propósito de eliminar la inminente llegada al poder del proyecto de transformación democrática liderado por Gaitán.

Un proyecto político que Gaitán empezó a plasmar desde su juventud, cuando escribió su tesis de grado Las ideas socialistas en Colombia, complementándola con la presentación de su tesis de doctorado en Roma sobre el Criterio positivo de la premeditación en el delito, que revelan cómo Gaitán estructuraba su pensamiento a través de una formación filosófica y científica.

A su regreso de Roma en 1927, en plena Hegemonía Conservadora, Gaitán adhiere al Partido Liberal, fue elegido parlamentario y asume la defensa política de las víctimas de la Masacre de las Bananeras.

En 1930, Enrique Olaya Herrera, del Partido Liberal, es elegido presidente e incorpora a Gaitán en la comisión para redactar el proyecto de ley de reforma agraria. Pero las directivas del Partido Liberal optaron por preservar los intereses de los terratenientes que se habían apoderado de los baldíos colonizados por los campesinos, lo cual motivó su retiro del partido, afirmando:

“Mientras no existan leyes que eliminen la explotación latifundista y procuren la repartición de la tierra y permitan que cada hombre bajo el sol tenga un pedazo de ella; mientras no nos rebelemos audazmente contra el sistema individualista, que se basa en la explotación de los más por los menos, para reemplazarlo por la norma socialista que busca la equidad y garantiza que uno goce de aquello que es producto de su trabajo, todas las medidas que se adopten sólo tendrán ventajas para los especuladores, para los más hábiles y menos laboriosos; sólo traerán miseria y pobreza, hambre y dolor para la gran mayoría de nuestro pueblo”.

En 1933 ingresa a la ya existente Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria (UNIR), fundada en defensa de la lucha por la tierra emprendida por colonos del Sumapaz.

Sin embargo, Gaitán pronto entendió que un cambio de sistema no era posible desde un “tercer partido”. Al respecto, afirmó: “Nuestras masas en lo político no tienen un sentido distinto del fonético: el ¡Viva al Partido Conservador! o ¡Viva al Partido Liberal! Pero llame usted a gentes de medianas nociones y trate de indagar la diferencia de ideas que para ellas significa la diversidad del grito. No será mucho lo que haya de lograr...”.

Es a causa de estos llamados “quistes psicológicos”, propios de la cultura, que en 1935 Gaitán regresa al Partido Liberal con el propósito de convocar al pueblo de todos los partidos bajo la bandera de las ideas socialistas, buscando convertir al Partido Liberal en el Partido del Pueblo.

Esa nueva corriente orientada hacia “la restauración Moral y democrática de la república” dio origen al Movimiento Gaitanista, con una plataforma ideológica independiente y diferente a la del liberalismo oficial, con una militancia que se nutría tanto de liberales, como de conservadores, socialistas, comunistas y sin filiación partidista; con un cuerpo ideológico y doctrinario propio y con una estructura organizativa autónoma, de alcance nacional, que tenía como meta instaurar una democracia directa. Contaba entonces con una Dirección Nacional Liberal Gaitanista, con sede propia, situada en la calle 14 con carrera 7ª en Bogotá y con un órgano periodístico llamado Jornada, como vocero oficial del movimiento.

El Movimiento Gaitanista creció, proyectándose como una clara amenaza, no sólo para el oficialismo liberal, sino para el establecimiento. Tanto así que para las elecciones presidenciales de 1946, los dirigentes oficialistas de los dos partidos se unieron para enfrentar a Gaitán. El gobierno liberal de Alberto Lleras Camargo alentó a los dirigentes del Partido Conservador y a los liberales oficialistas, partidarios del candidato Gabriel Turbay, a frenar la llegada de Gaitán al poder, como lo relató José María Villarreal, en entrevista con los historiadores Rocío Londoño y Medófilo Medina: “… En conversación con Álvaro Gómez Hurtado y Jorge Leiva, me pidieron que yo fuera la persona que les ayudara a organizar el conservatismo de Soatá (Boyacá) para que volvieran a votar, que el presidente Lleras daba todas las garantías… Lleras Camargo reforzó las garantías diciendo que si tenía que echar una bomba de dinamita sobre Soatá para que dejaran votar a los conservadores, lo haría. Al fin pudimos votar y ganamos, como era previsto”.

Este propósito se convirtió en el comienzo de la persecución y asesinato sistemático de los seguidores del proyecto político de Gaitán.

En 1946, la represión se extendió y se agudizó con el triunfo de Mariano Ospina Pérez, quien conformó un grupo de policía departamental popularmente llamada “chulavita”, por ser conformada inicialmente por personas provenientes de la vereda de Chulavita en Boyacá. Su tarea era asesinar campesinos simpatizantes de Gaitán con el fin de mantener la división partidista y azuzar el enfrentamiento y el odio entre el pueblo, hechos que fueron recopilados e investigados por Gaitán, como se demuestra en los informes que acompañaron sus denuncias oficiales que se conservan en el Archivo Gaitán.

Ya para entonces, el Movimiento Gaitanista se imponía frente al oficialismo liberal, logrando una mayoría indiscutible en las votaciones de 1947 para el Congreso, las asambleas y los concejos.

Los oficialistas se vieron en la obligación de entregarle a Gaitán, el 24 de octubre del mismo año, la jefatura única del Partido Liberal, convirtiendo la Plataforma del Colón —la plataforma ideológica del Movimiento Gaitanista— en los estatutos oficiales del partido, donde se establece como primera medida que “El Partido Liberal de Colombia es el Partido del Pueblo”.

La persecución oficial contra el gaitanismo avanzó con tanta furia que Gaitán le dirigió al presidente Ospina varios memoriales de agravios, enumerando con nombres propios, lugares y hechos concretos las masacres y asesinatos que se cometían a lo largo y ancho del país contra sus seguidores.

Sin respuesta a sus denuncias, Gaitán convoca una gran manifestación, el 7 de febrero de 1948, llamada la Marcha del Silencio. En Bogotá, una ciudad de 500 mil habitantes, se conglomeraron 300 mil personas de todos los rincones de Colombia, guardando absoluto silencio y agitando banderas negras, con el propósito de exigirle al gobierno que cesara la Violencia. En su Oración por la Paz, Gaitán señala directamente como responsable al propio presidente Ospina y a su gobierno.

Sesenta días después, Jorge Eliécer Gaitán es asesinado en pleno centro de Bogotá, como parte integral e indisoluble del genocidio al Movimiento Gaitanista, que a partir de ese momento se extendió con más intensidad. Ya sin Gaitán, el Partido Liberal volvió a manos de los aliados del gobierno conservador, desamparando al pueblo gaitanista perseguido.

Para defender sus vidas, los militantes gaitanistas tuvieron que internarse en el monte y así se dio, con el tiempo y las circunstancias, inicio a la lucha guerrillera que no ha tenido solución hasta hoy.

No existe una estadística exacta de la cantidad de víctimas que produjo esa dolorosa etapa de la historia nacional, aun cuando muchos historiadores hablan de 300 mil muertos, sin mencionar el sinnúmero de desplazados y despojados. Esto representa el 2,5% de la población colombiana que para ese entonces era de 12,5 millones de habitantes (1), lo cual hoy equivaldría a 1,1 millón de colombianos y colombianas asesinados.

Con el ascenso al poder de las élites liberales y conservadoras, bajo el Frente Nacional, se optó por el perdón y el olvido, dejando semejante monstruosidad en completa impunidad jurídica e histórica hasta nuestros días.

A los grandes héroes no sólo los asesinan físicamente sino que distorsionan su legado político para acabar también con la razón de su existencia. Forma parte de la autoría intelectual del crimen. El genocidio no termina con la eliminación física de sus víctimas, sino que se prolonga con el aniquilamiento de la memoria de las luchas populares. Así que mientras no se asuma con seriedad esta etapa del genocidio en Colombia, seguirá siendo mutilada la verdad histórica haciendo reinar la impunidad y la tergiversación de los hechos en favor de los victimarios.

Las 1.000 muertes de Gaitán

Este sábado el performance “Las 1.000 muertes de Gaitán” se volverá a tomar Transmilenio. El propósito es continuar con el homenaje que desde ayer se les viene haciendo a algunos líderes políticos que han sido asesinados defendiendo sus ideales, como José María Córdoba, Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro y Jaime Garzón.

La intervención artística retoma el asesinato del caudillo, cometido por Juan Roa Sierra, que terminó desencadenando El Bogotazo, para ponerlo en escena en las estaciones periféricas a la Localidad de Puente Aranda como la CAD, Comuneros, Sena, Carrera 32 y Carrera 53 A.

Los bogotanos podrán disfrutar de esta puesta en escena de 10 a 11 de la mañana.

El día en que cayó un líder

Si a la hora del almuerzo del 9 de abril de 1948 Jorge Eliécer Gaitán no hubiera recibió a la muerte que le llegó disparada en tres balas, desde el revólver que Juan Roa Sierra apretaba en una mano, su cuerpo no hubiera sido trasladado inmediatamente a la Clínica Central, donde a las 2:05 de la tarde fue declarado muerto.

Esa misma tarde se hubiera tomado un café y cumplido la cita pactada con el estudiante de derecho Fidel Castro, el joven cubano de 21 años que visitaba la ciudad como participante de un congreso latinoamericano de estudiantes, quienes se oponían a la intervención estadounidense en América Latina y también a la Novena Conferencia Panamericana, que por esos días se reunía en la capital, y que dio nacimiento a la OEA.

Bogotá hubiera seguido su ritmo y sus calles no habrían enloquecido bajo los gritos de “¡Mataron a Gaitán!”.

Por María Valencia Gaitán

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