En el ARC Gloria, a los marineros siempre les falta un día

Con 54 cadetes femeninas a bordo, ha recorrido este año más de 20.000 millas náuticas y llegado a 16 puertos en diferentes lugares del mundo. Estará arribando a Cartagena el 5 de octubre.

Pedro Mendoza
02 de octubre de 2018 - 07:49 p. m.
Mientras navegan, los cadetes de la Escuela Naval estudian, prestan guardia y hacen maniobras con las velas. / Fotos: Pedro Mendoza
Mientras navegan, los cadetes de la Escuela Naval estudian, prestan guardia y hacen maniobras con las velas. / Fotos: Pedro Mendoza

El capitán de Navío Camilo Giraldo es el comandante de este velero que está cumpliendo 50 años. Para su llegada a puerto ha recorrido más de 20.413 millas náuticas, en 228 días, que lo han llevado con su tripulación a 16 puertos en diferentes lugares de los océanos Atlántico y Pacífico, los canales Patagónicos y el mar Caribe. Su camarote está cerca de la cámara de oficiales, en la cubierta principal, la madera brilla y los detalles marineros son parte de la escena.

Navegando, contrario a lo que se pensaría, no usa el uniforme blanco. Siempre está en un overol de color azul, su apellido al lado derecho y una rabiza de la que siempre está colgando su pito marinero. Hay libros estratégicamente ordenados y cerca de ellos una de sus colecciones más valiosa, pitos marineros, ese bello instrumento hecho de plata o latón niquelado que sirve para comunicarse en el mar, donde las palabras se pierden con el viento, pero no los sonidos agudos de los silbatos.

El capitán Giraldo es pausado al hablar, conoció el mar a mediados de los años 70, antes de su ingreso a la Armada en 1989. Sonríe muy seguido, recuerda que le fue difícil de cadete aprender ese lenguaje especial de comunicación. “Tengo el pito de cuando fui cadete, que fue el Crucero de los 500 años del Descubrimiento de América. Guardo cosas, pero siempre trato de que esas cosas se vean y representen algo”. Y en esa hermandad de los marinos recuerda en Argentina a un navegante de casi 90 años, Giraldo tiene 47. “Se quedó con mi tarjeta y él no sabe a quién le va a heredar su colección de pitos. Ese señor tiene más de 80 pitos marineros, yo llevó apenas 20, vamos a ver cuántos logro completar”, le dice el capitán a El Espectador, mientras toma un libro. Este comandante y su tripulación participaron en el Sail 2018 con otros veleros. Luego de estar en México, siguieron su travesía solos.

El velero insignia de los colombianos, construido en España, es un Bergantín Barca de 64,6 metros de eslora con tres mástiles y 23 velas repartidas en los palos trinquete, mayor, mesana y bauprés. El tiempo transcurre en las diferentes actividades de los cadetes de la Escuela Naval, que son la razón de los cruceros de entrenamiento. Estudian, prestan guardia, hacen maniobras con las velas, bajan estrellas y estrenan palabras en su vida de marinos como adrizar o chicote, que es el extremo de un cabo. Si el buque se mueve hay que desarrollar la capacidad de adaptarse rápidamente, hay que trabajar, maniobrar y cumplir una cantidad de tareas. En este crucero navegaron en mares conocidos como 1, tranquilos, y el 4, difíciles, como la ruta de Panamá a Curazao, allí el mar no fue como lo pintan los poetas. Fueron días de verdadero mareo, testigos de esto, la tripulación de 52 cadetes femeninas que ya forman parte de la historia de la Armada. Fue la primera vez que un grupo tan numeroso de mujeres emprendía el crucero.

La cadete Heidy Aguilar Forero tiene 19 años y es de Bolívar (Santander). En tono fuerte dice que no cambiaría la vida que lleva. En su uniforme una camiseta azul, la gorra de mar, un arnés de color amarillo, pantaloneta, tenis y un color de piel curtido por el viento. Sus uñas están desarregladas, ha pasado tiempo lijando y adecuando un sector del piso de madera, que llaman cubierta. Sabe que cuando llegue a puerto y salga de franquicia estará uniformada de blanco. “Nos hace ver muy bien, femeninas y muy bonitas”, dice la cadete, y acepta que los tacones en puerto a veces incomodan, pero son las normas y se cumplen. “Llegar a puerto es emocionante, la gente siempre quiere tomarse fotos con uno y la intención que siempre busco es caminar”, cuenta Aguilar, quien reconoce esa frase que se repite en las cubiertas de los buques. A los marinos siempre les falta un día.

“Cada vez que vamos a zarpar se siente un vacío, es una experiencia única y cada puerto es diferente, las personas son diferentes. Un día más, un momento para disfrutar un poco más para ver cosas nuevas”. Forero es alta en las ventajas, cuando sube por los mástiles de 40 metros en la maniobra para llegar a Puerto y en las desventajas se golpea mucho caminando y subiendo escaleras. Duerme en una hamaca en el rancho general como sus compañeras. “Lo nuevo es el vaivén, cuando me duermo ya no siento nada”, dice mientras escucha la pitada de formación general. Sttttte levanta y corriendo me dice: “Estoy toque lo que me toque, de vigía, de timonel. Que me disfrute mi crucero, difícilmente me tocará dos veces”.

El amor por el mar

El capitán de Fragata Juan José Sierra es el segundo comandante del Buque. Sereno, forma con toda su tripulación en la toldilla, esa parte de atrás del ARC Gloria llamada popa, allí da las instrucciones del día. Para este oficial naval los hombres y mujeres bajo su mando son iguales, no hay trato preferencial. Camina todos los días por las cubiertas, los alerones, el puente y todos los rincones del buque pasando revista para que todo esté en orden y velando por la segura navegación, luego le da parte al comandante.

Como si se tratara de un signo del destino del mar, ha estado embarcado tres veces: como cadete naval, en 1998; luego para los 40 años del Buque, en 2008, y ahora en los 50 años del velero. Recuerda como en el Pacífico, hace diez años, en la mitad del mar pudo conocer a su hija Valeria por medio de un video que le llevaron a bordo. Meses más tarde la pudo abrazar en el arribo a Santa Marta. Los marinos, por su trabajo, a veces no ven nacer a sus hijos y en otras situaciones no ven morir a sus padres. El capitán Sierra siente que cuando se baje del buque, dejará la mitad de su corazón y será muy difícil verlo zarpar llevando consigo la encrucijada del marino: el amor por el mar y por su familia.

El próximo 5 de octubre el Buque arribará a Cartagena, con 21 oficiales, 46 suboficiales, 10 infantes de Marina, tres civiles y la tripulación de cadetes. Es como una gran familia que todos los días se reúne en horarios establecidos a comer, comprar meriendas, jugar fútbol, ver televisión e incluso lavar la ropa. Todo permanece perfectamente ordenado. Después de unos días en la Heroica iniciarán la última fase del crucero, esta vez con los grumetes que se forman en la Escuela Naval de Suboficiales de Barranquilla.

Se escucha una pitada general y por uno de los pasillos camina presuroso el comandante del Buque, y siempre como una sombra detrás de él, Bella, su mascota, fiel compañero que más que su perro es parte de la tripulación. Le comentan del estado del tiempo y algunos desarrollos administrativos, reitera el compromiso del Buque y el significado para el país. Se regresa y de nuevo en su camarote toma uno de sus libros y habla de su pasión por la narrativa histórica marítima, tiene etiquetada una colección de más de 12 libros de la saga de Patrick O’Brian y algún día seguramente empezará a escribir de mares y marinos.

El capitán Giraldo se sienta un poco más cómodo, mira una serie de fotos de su familia, sabe que su comando en el Buque insignia de la Armada tendrá un tiempo final, una constante en la institución naval. Su voz es más pausada que en la formación, dice que deja los mejores recuerdos de un año intenso de mucha navegación, de celebrar los 50 años del ARC Gloria, con cadetes, grumetes, su tripulación y diez meses en el mar que terminarán en diciembre.

Enamorado, no ha dejado el mar, lleva 24 años con su esposa. “El amor por el mar empezó desde muy pequeño y día a día se ha ido afianzando, y espero que nunca se rompa ese amor”.

Por Pedro Mendoza

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