En abril de 2017, Rocabert (Premiá de Mar, 1990) decidió tras acabar la carrera de Sociología y Antropología hacer un voluntariado al Campamento por la Paz de la Comunidad Fariana de Pondores (Colombia). Y allí llegó en lo que ella consideraba que era un “momento histórico”, esos años posteriores a 2016, cuando se firmó el Acuerdo de Paz.
”Me parecía muy importante que la gente conectara con esas personas, porque hay un exceso de reducir los acuerdos y las vidas a números y eso hace que no conectes. Hay 14.000 en proceso de reincorporación, y era súper importante conectar con las historias de esta gente, poder mostrar por qué habían ingresado en la guerrilla”, cuenta a Efe Rocabert.
Así que, “como buena antropóloga”, añade, durante los casi tres años que estuvo allí tomó notas en su diario de campo: “Era una manera de ordenar lo que estaba viviendo y de hablar con alguien, porque no tenía nadie con quien hablar. Yo escribía, no sé para quien”, reconoce. Pero en realidad este “no se para quién” ahora se ha convertido en un cómic que de la mano de su amiga, la ilustradora Anna-Lina Mattar, se ha alzado como ganador del XI Premio Fnac-Salamandra Graphic.
”Gala -recuerda Mattar- me contaba lo que le estaba pasando en Colombia y yo estaba flipando desde la comodidad de mi sofá de Barcelona, yo no me podía imaginar como alguien se une a las FARC y se va al monte, y eso me interesaba”.
Así que con las anotaciones y los recuerdos de Rocabert, una vez que su etapa colombiana se terminó en septiembre de 2019, ambas se pusieron a trabajar en este cómic en el que los personajes son personas con nombre propio: Yeferson, Yamila o María. Exguerrilleros y exguerrilleras que en esta comunidad de Fariana de Pondores (un paraje rural en el caluroso departamento de La Guajira) han trabajado para convertirse en “civiles”.
Pero en realidad “En el ombligo” se convierte en un relato de tripas, las de Rocabert: “En el libro se puede sentir al principio la euforia de cuando llegué, y al final cómo esa decepción y tristeza”.Y es que, según refleja en el cómic, y según relata, cuando llegó no era más que una voluntaria que iba a aportar su grano de arena en este acuerdo de paz, pero conforme los días pasaban, y su amistad con muchos de los habitantes de este campamento se iba forjando, también experimentó cómo su “entusiasmo” se fue difuminando.
”La gente de ahí estaba muy decepcionada, pero ilusa de mi yo creía en ese acuerdo. El diario de campo muestra ese entusiasmo al principio y como después con todo lo que va pasando y con los incumplimientos del Gobierno al final me generaron muchas dudas sobre este proceso”, lamenta.
Dudas, sí, según lo refleja Mattar en estas páginas que respiran libertad ante la ausencia de viñetas y bocadillos, pero sobre todo verdad. Esto es lo que plantean estas páginas en las que se palpa el dolor de esos exguerrilleros que no solo han sido verdugos, sino también “víctimas”.
”Para mi era importante ir más allá del discurso de la guerra, de amigo y enemigo. Puedes ser víctima y victimario, quien decidió armarse en armas no es porque le gustara la guerra”, apunta Rocabert al tiempo que Mattar matiza que el hecho de unirse a la guerrilla fue la “única y mejor opción” para la mayoría de estos más de 14.000 guerrilleros.
Algo “difícil de entender”, reconocen, pero que ellas dejan claro con este libro que nace de una experiencia personal solidaria que va más allá del periodismo. Va más allá porque, según destaca, al contrario de lo que han hecho “periodistas o académicos”, ella estaba “implicada” en el proceso de reincorporación a la vida de civil y eso hizo que los protagonistas de esta historia se “abrieran”.
”La gente estaba muy cansada de que le preguntarán y tenían la idea de que eran conejillos de indias y que les sacaban información sin que ellos recibieran nada a cambio. Yo creo que mi trabajo ahí me ha permitido ver muchas cosas que otra gente no puede ver”, confiesa acerca de esta entrevistas que ella hacía con el objetivo de construir la memoria de la Casa de Pondores.
Ayudar a construir la “memoria histórica” de Colombia desde la “cotidianidad” de lo que vivió y sin darle “mucho espacio a la guerra”. ”Cuando yo decía que estaba acompañando el proceso de incorporación a la vida civil, escuché a gente que me decía que esa gente se comía a niños, y nada más lejos de eso”, afirma.
Con el cómic ya a la venta, ambas autoras viajarán en enero a Colombia, un país al que Rocabert no ha regresado desde 2019 por culpa de la pandemia, pero al que desea volver porque allí dejó a su otra “familia”.