Ayudó a su padre en algunas ponencias, participó en conversaciones y su pasión por los temas de medioambiente y el papel de las comunidades indígenas llamó la atención de miembros de la organización Sail for the Climate Action que le extendieron una invitación: viajar a Bonn (Alemania) para asistir a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se realizaría entre el 1° y 11 de junio.
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Para llegar a Bonn, junto con otra veintena de jóvenes en su mayoría latinos y europeos, Ati tenía que conseguir fondos para abordar un velero en el que navegaría más de dos meses entre el mar Caribe y el océano Atlántico.
Las puertas se tocaron en tiempo récord y el Ministerio del Interior, la Embajada de Colombia en Reino Unido y la organización Conservación Internacional ayudaron a Ati para que formara parte de la tripulación.
Su propósito era llevar las preocupaciones de su comunidad a un escenario internacional y generar discusiones sobre los temas que afectan el territorio, puntualmente a su comunidad ubicada en la Sierra Nevada de Santa Marta, a orillas del río Don Diego, en una zona rural del Magdalena y a dos horas de distancia a pie de la vía que conecta con La Guajira.
Desde pequeña, Ati se ha encargado de trabajar en talleres comunitarios para visibilizar a su comunidad más allá de la sierra. En los últimos cinco años, a través de sus estudios en ciencia política en la Universidad Javeriana, se ha forjado como investigadora en temas de resolución de conflictos, al tiempo que participa en talleres y foros sobre la relación directa entre las comunidades y la tierra en la que se asienta.
Por eso para ella la travesía a Alemania y la posibilidad de estar en la ONU representaba una oportunidad de oro. El 20 de febrero partieron rumbo a Jamaica, la primera parada del viaje. “El trayecto fue trágico para los que no habíamos navegado nunca. Vomité desde el primer día y de comienzo a fin. Junto con una compañera hondureña no nos adaptamos a la vida en el velero. Sin embargo, nunca pensé en rendirme, porque era la oportunidad idónea para armar una agenda ambiental en la que los pueblos indígenas fueran protagonistas”, rememora.
El idioma fue una barrera para algunos. Muchos europeos no hablaban español, algunos latinos no hablaban inglés y los caribeños que hablaban inglés no se hacían entender muy bien por su acento.
Navegaron durante varias semanas sin mucho contacto con tierra firme. A la embarcación apenas llegaban dos mensajes diarios vía satélite, no había internet y el único flujo escaso de comunicación era entre el capitán y un equipo en tierra ubicado en una costa europea. Las preocupaciones por ese entonces se resumían en atravesar el alto oleaje que se encaraba en el Triángulo de las Bermudas. “Llegando al Triángulo, los que estaban enfermos, empeoraron. El clima era muchísimo más complejo que en el Caribe, pero los planes seguían”, cuenta Ati.
Poco o nada se sabía de la pandemia que por esas semanas se expandía por distintos países y que había obligado a confinamientos y cuarentenas en todo el mundo: “Una médica viajaba con nosotros, y gracias a ella y a los mensajes que nos llegaban dosificados desde el equipo de tierra en Europa, sabíamos que podíamos estar tranquilos; no escuchábamos casi nada del COVID-19, pero aún así teníamos la certeza de que no había mejor lugar en el mundo que un barco para pasar una pandemia”, narra Ati.
El 10 de marzo el velero tocó suelo de Bermudas. Los ambientalistas habían navegado más de 3 mil kilómetros, y a su llegada a este punto del Atlántico les faltaba más de la mitad del recorrido. Sin embargo, fue ahí donde todo cambió. En la mañana de ese martes las noticias que llegaban desde Estados Unidos mostraban que Europa se había convertido en uno de los focos principales del virus y, por consiguiente, todas las fronteras continentales iban a cerrar.
“Inicialmente llegábamos a Francia donde unas familias locales nos iban a recibir. Por la pandemia nos cerraron las puertas y cuando nos llegaron con esa noticia no hubo más opción que reflexionar y pensar en el paso a seguir, sabiendo que la aventura no continuaría”, cuenta Ati.
Recuerda que aunque muchos querían devolver a sus casas e incluso ella quería quedarse por si las cosas se calmaban, al final llegaron a un acuerdo: “El punto en común fue aprender que llegar a las Naciones Unidas no era el punto final. Durante la travesía de casi un mes que tuvimos en el velero nos dimos cuenta de que la importancia de este tipo de proyectos es congregar voces, darles capacidad de comunicación a las personas que históricamente han sido marginadas y ver que desde lo local podemos hacer de este mundo un lugar sostenible”, asegura Ati.
La parada en Bermudas, que inicialmente iba a ser de dos días, se convirtió en diez. Los líderes comenzaron a gestionar los permisos legales para que cada uno de los ambientalistas regresara a su casa. En la tarde del 20 de marzo, poco antes de que comenzaran los cierres fronterizos en Colombia, Ati tomó un vuelo desde Nueva York a Bogotá, con escala en Atlanta, para regresar a una realidad pandémica, alejada de lo que ella había dejado en Cartagena un mes atrás. Ahora, entre talleres y foros con gente de su comunidad, prepara lo que sería la reanudación de este proyecto, que si la pandemia lo permite, está agendada para octubre próximo.