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                                                                                                                              Entre porro y porro

                                                                                                                              El reconocido escritor Héctor Abad responde al ataque del procurador general de la Nación contra los periodistas que lo critican.

                                                                                                                              Héctor Abad, Especial para El Espectador

                                                                                                                              Hasta en París hay intolerancia contra quienes reclaman respeto a las libertades, como contra esta feminista ucraniana agredida esta semana. / AFP

                                                                                                                              Monseñor Alejandro Ordóñez, el inefable procurador general de la Nación, vuelve a la carga contra los periodistas que contradicen sus opiniones retrógradas y oscurantistas. Para él la contradicción es matoneo, y para tratar de amedrentarnos nos acusa —generalizando— de conductas que a él le parecen horribles y hacen que casi reviente su cilicio: fumar marihuana o meter cocaína. Pudo haber añadido también “entre coito y coito”, y quizá de ese tipo que uno de sus aliados ideológicos llama “excrementicios”. Hablando en esos términos, este nefasto inquisidor medieval redivivo, parece llamar a la quema de los herejes y de los viciosos. Ordóñez, en su cabeza, vive en el siglo XV, y cree que la gente se va a asustar con sus majaderías de cazador de brujas.

                                                                                                                              La estrategia moralista —que no moral— del procurador Ordóñez consiste en hacer creer que su cruzada sexófoba lo dice todo sobre su virtud, y que después de que clama contra el aborto ya toda su moralidad está garantizada y fuera de toda duda. Cree que por oponerse al condón, a la píldora anticonceptiva, a las relaciones prematrimoniales, al matrimonio homosexual, a la dosis personal de drogas, al aborto de las mujeres violadas, y a la píldora del día después, su papel como abanderado de la moral ya está cumplido. Soy bueno porque combato el sexo por fuera del matrimonio católico entre adultos heterosexuales y con el sagrado fin de procrear. Todo lo que se aleje de su cavernaria visión de la sexualidad humana, es inmoral y pecaminoso. Todo lo que no sea lo que él considera sano, es vicioso.

                                                                                                                              Después de dar su sermón ultramontano, de su perorata lefevrista y retardataria, monseñor se frota las manos, entorna los ojos en hipócrita gesto de humilde incomprendido, y se puede dedicar a sus asuntos: nombrar amigos de congresistas en puestos bien pagados de la Procuraduría; defender los sueldos y pensiones vergonzosos de jueces, magistrados y senadores; defenestrar a los políticos que no le besen el anillo, es decir que no comulguen con sus ruedas de molino. Él puede hacer todas esas cosas completamente inmorales porque, para su conciencia, la moral se reduce a las drogas y a los apetitos de la carne: basta no ser gay, no tener sexo fuera del matrimonio, no abortar, no fumar marihuana y no meter cocaína, y de ahí en adelante ya todo lo demás está permitido. Monseñor, como todos los católicos fanáticos, está obsesionado con el sexo mandamiento, digo con el sexto: esos son los pecados, los de la carne. Lo demás son negocios legítimos de un maquiavélico juego de poder político.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Por eso, entre porro y porro y entre coito y coito, con toda la alegría y toda la fuerza, lo seguiremos criticando —pero nunca agrediendo— señor procurador, señor inquisidor, penúltimo sobreviviente de un medioevo oscurantista que afortunadamente ya dejamos atrás.

                                                                                                                              Hasta en París hay intolerancia contra quienes reclaman respeto a las libertades, como contra esta feminista ucraniana agredida esta semana. / AFP

                                                                                                                              Monseñor Alejandro Ordóñez, el inefable procurador general de la Nación, vuelve a la carga contra los periodistas que contradicen sus opiniones retrógradas y oscurantistas. Para él la contradicción es matoneo, y para tratar de amedrentarnos nos acusa —generalizando— de conductas que a él le parecen horribles y hacen que casi reviente su cilicio: fumar marihuana o meter cocaína. Pudo haber añadido también “entre coito y coito”, y quizá de ese tipo que uno de sus aliados ideológicos llama “excrementicios”. Hablando en esos términos, este nefasto inquisidor medieval redivivo, parece llamar a la quema de los herejes y de los viciosos. Ordóñez, en su cabeza, vive en el siglo XV, y cree que la gente se va a asustar con sus majaderías de cazador de brujas.

                                                                                                                              La estrategia moralista —que no moral— del procurador Ordóñez consiste en hacer creer que su cruzada sexófoba lo dice todo sobre su virtud, y que después de que clama contra el aborto ya toda su moralidad está garantizada y fuera de toda duda. Cree que por oponerse al condón, a la píldora anticonceptiva, a las relaciones prematrimoniales, al matrimonio homosexual, a la dosis personal de drogas, al aborto de las mujeres violadas, y a la píldora del día después, su papel como abanderado de la moral ya está cumplido. Soy bueno porque combato el sexo por fuera del matrimonio católico entre adultos heterosexuales y con el sagrado fin de procrear. Todo lo que se aleje de su cavernaria visión de la sexualidad humana, es inmoral y pecaminoso. Todo lo que no sea lo que él considera sano, es vicioso.

                                                                                                                              Después de dar su sermón ultramontano, de su perorata lefevrista y retardataria, monseñor se frota las manos, entorna los ojos en hipócrita gesto de humilde incomprendido, y se puede dedicar a sus asuntos: nombrar amigos de congresistas en puestos bien pagados de la Procuraduría; defender los sueldos y pensiones vergonzosos de jueces, magistrados y senadores; defenestrar a los políticos que no le besen el anillo, es decir que no comulguen con sus ruedas de molino. Él puede hacer todas esas cosas completamente inmorales porque, para su conciencia, la moral se reduce a las drogas y a los apetitos de la carne: basta no ser gay, no tener sexo fuera del matrimonio, no abortar, no fumar marihuana y no meter cocaína, y de ahí en adelante ya todo lo demás está permitido. Monseñor, como todos los católicos fanáticos, está obsesionado con el sexo mandamiento, digo con el sexto: esos son los pecados, los de la carne. Lo demás son negocios legítimos de un maquiavélico juego de poder político.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Por eso, entre porro y porro y entre coito y coito, con toda la alegría y toda la fuerza, lo seguiremos criticando —pero nunca agrediendo— señor procurador, señor inquisidor, penúltimo sobreviviente de un medioevo oscurantista que afortunadamente ya dejamos atrás.

                                                                                                                              Por Héctor Abad, Especial para El Espectador

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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