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                                                                                                                              Ernesto Díaz Cuenca, el cura que sobrevivió a los “paras” y al COVID-19

                                                                                                                              Fue uno de los primeros casos positivos de COVID-19 en Huila, pero, además de vencer al virus, le ganó a la guerra de Salvatore Mancuso en Meta.

                                                                                                                              Camilo Pardo Quintero / cpardo@elespectador.com

                                                                                                                              El padre Díaz estuvo 20 días internado en cuidados intensivos.
                                                                                                                              Foto: Cortesía - Ernesto Díaz Cuenca

                                                                                                                              Era mayo de 1998 y en Mapiripán (Meta) apenas comenzaban a cicatrizar las heridas que había dejado un año atrás la masacre de julio del 97, en la que paramilitares al mando de Carlos Castaño sembraron el terror por más de cinco días y, con lista en mano, asesinaron selectivamente a más de 49 personas.

                                                                                                                              Por si la sevicia no hubiese sido suficiente, decenas de hombres de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) continuaron con el allanamiento de hogares en el municipio hasta que en la jornada del 4 de mayo de 1998, encabezados por Salvatore Mancuso, se tomaron la vereda Puerto Alvira, lugar en el que asesinaron públicamente a más de 27 personas, acusándolas de colaborar con la antigua guerrilla de las Farc.

                                                                                                                              Por ese entonces, el padre Ernesto Díaz Cuenca era el párroco de la vereda, por orden de la diócesis de San José del Guaviare y del obispo Bernardino Correa Yepes. A Díaz lo amenazaron antes, durante y después de la masacre; los hombres de Mancuso lo tildaban de guerrillero y a instantes de estar al borde de la muerte, el mismo obispo Correa lo autorizó para escapar, salvar su vida y comenzar de ceros en Bogotá.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              También le puede interesar: En primera línea de batalla: así es el día a día de los héroes que enfrentan el COVID-19

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                                                                                                                              Los profesores del Lara Bonilla, entre ellos el padre Díaz, le hicieron una fiesta de bienvenida a su compañera, celebración que al parecer se convirtió en el foco del contagio. “En ese evento fue cuando la gente dijo que yo contraje el virus; eso es algo que no voy a saber. Por fortuna, de los maestros fui el único que enfermó; tampoco contagié a nadie de mi entorno, lo cual agradezco. Pasada esa primera etapa puedo decir que los síntomas los comencé a sentir unos ocho días después de la reunión, más o menos hacia el 21 de marzo”, describe Díaz.

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                                                                                                                              Para confirmar si tenía la enfermedad, el 22 de marzo, el padre Díaz fue llevado a la Clínica Mediláser, donde le realizaron exámenes en los pulmones por su aguda afección respiratoria. Los resultados indicaron que debía ser llevado a cuidados intensivos, en Emcosalud, y a partir de ahí comenzó la batalla contra el tiempo y el virus.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Aunque el padre Díaz Cuenca, maestro desde los días de Puerto Alvira, perdió su escalafón en el magisterio, sigue siendo provisional en ese gremio y desde allí costearon sus gastos médicos, que ahora se trasladaron de una UCI a citas rutinarias con un fisioterapeuta y un otorrinolaringólogo para ver la evolución de su salud, después de atravesar los casi cincuenta días más difíciles de su vida.

                                                                                                                              El padre Díaz estuvo 20 días internado en cuidados intensivos.
                                                                                                                              Foto: Cortesía - Ernesto Díaz Cuenca

                                                                                                                              Era mayo de 1998 y en Mapiripán (Meta) apenas comenzaban a cicatrizar las heridas que había dejado un año atrás la masacre de julio del 97, en la que paramilitares al mando de Carlos Castaño sembraron el terror por más de cinco días y, con lista en mano, asesinaron selectivamente a más de 49 personas.

                                                                                                                              Por si la sevicia no hubiese sido suficiente, decenas de hombres de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) continuaron con el allanamiento de hogares en el municipio hasta que en la jornada del 4 de mayo de 1998, encabezados por Salvatore Mancuso, se tomaron la vereda Puerto Alvira, lugar en el que asesinaron públicamente a más de 27 personas, acusándolas de colaborar con la antigua guerrilla de las Farc.

                                                                                                                              Por ese entonces, el padre Ernesto Díaz Cuenca era el párroco de la vereda, por orden de la diócesis de San José del Guaviare y del obispo Bernardino Correa Yepes. A Díaz lo amenazaron antes, durante y después de la masacre; los hombres de Mancuso lo tildaban de guerrillero y a instantes de estar al borde de la muerte, el mismo obispo Correa lo autorizó para escapar, salvar su vida y comenzar de ceros en Bogotá.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              También le puede interesar: En primera línea de batalla: así es el día a día de los héroes que enfrentan el COVID-19

                                                                                                                              El pasado 13 de marzo, de un vuelo proveniente de Italia, llegó a Neiva una mujer de 75 años que, sin saberlo, era positiva por COVID-19. Junto a ella, viajaba su hermana de 68 años, trabajadora del Mega Colegio Rodrigo Lara Bonilla, que también se contagió. La pandemia apenas estaba tocando las puertas del país y los protocolos aeroportuarios no eran lo suficientemente rigurosos como para detectar personas con el virus o al menos dictaminar un aislamiento de dos semanas. Ellas fueron los dos primeros casos en el departamento.

                                                                                                                              Los profesores del Lara Bonilla, entre ellos el padre Díaz, le hicieron una fiesta de bienvenida a su compañera, celebración que al parecer se convirtió en el foco del contagio. “En ese evento fue cuando la gente dijo que yo contraje el virus; eso es algo que no voy a saber. Por fortuna, de los maestros fui el único que enfermó; tampoco contagié a nadie de mi entorno, lo cual agradezco. Pasada esa primera etapa puedo decir que los síntomas los comencé a sentir unos ocho días después de la reunión, más o menos hacia el 21 de marzo”, describe Díaz.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Por Camilo Pardo Quintero / cpardo@elespectador.com

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