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“Todo lo perdimos, y todo lo que construimos con esfuerzo, ahora el agua se lo lleva”. Compatriotas: las palabras de esta niña, que se llama Diana, taladran el corazón, y son el resumen de la tragedia que hoy viven más de un millón 700 mil colombianos.
Las imágenes dolorosas, apocalípticas, que hemos visto no son sino una pequeña muestra de lo que ocurre en nuestro territorio. Esta mañana estuve en Bello, Antioquia, visitando el sector de La Gabriela, donde un alud sepultó a más de 120 personas.
Hasta el momento se han rescatado 37 cadáveres, de los cuales al menos 14 son niños, y debo decirles que mi corazón, como el de todos los colombianos, se llenó de dolor ante la magnitud de la catástrofe. Un policía me mostró el lugar donde sus propios hijos estarían enterrados, con llanto en los ojos, y les confieso que las lágrimas también afloraron a los míos. ¡Es demasiado dolor para poder contarlo!
Pero el alud de Bello es apenas el episodio más dramático de una calamidad sin precedentes en Colombia. La crisis que vivimos hoy por causa de la dura ola invernal es la peor tragedia natural en nuestra historia. Nunca antes tantos habían sido afectados en sus vidas, en su salud, en sus posesiones, en su propio futuro. Los damnificados de esta ola invernal son cuatro veces o más que los del terremoto del Eje Cafetero en 1999. Hay más de 200 compatriotas muertos por causa del invierno, y más de 100 desaparecidos que podrían haber fallecido también.
Al menos 277 mil viviendas han sido destruidas o averiadas. Más de 200 mil hectáreas de cultivos están bajo el agua, y por lo menos 40 mil reses han muerto ahogadas. Podríamos decir que la naturaleza se ha ensañado con nosotros, pero no sería justo. Porque la naturaleza no hace otra cosa que devolver el inmenso daño producido por la desidia de muchos países que no han querido controlar sus emisiones contaminantes.
Por eso es tan importante la cumbre ambientalista que ahora mismo se reúne en Cancún, y esperamos que tenga el mayor éxito posible. El cambio climático es una realidad irreversible –que ya no podemos detener pero sí mitigar–, y a nosotros, como país afectado, nos corresponde aprender a vivir con él, y superar sus dificultades. Nuestro reto hacia el futuro será trabajar en la adaptación de nuestro país al nuevo fenómeno climatológico mundial.
Lo cierto es que los daños hoy son incalculables; la zozobra de poblaciones enteras semi-sumergidas es inmensa, y más inmenso aún es el desafío que todo esto significa para nuestra nación. El Gobierno nacional, los gobiernos departamentales y locales, y los organismos de socorro, estamos poniendo todo de nuestra parte.
Ya destinamos, en el Gobierno nacional, más de medio billón de pesos para atender la emergencia invernal, pero las necesidades son mucho mayores y requieren muchos más recursos. Las necesidades desbordan nuestra capacidad económica, y han desbordado también la de los organismos especializados en la atención de desastres, que siguen haciendo todos sus esfuerzos. Por eso, para enfrentar situaciones de excepción debemos tomar también medidas de excepción.
Estamos reunidos en este momento con el Consejo de Ministros y tomaremos esta noche la decisión de, primero, declarar la Situación de Desastre, y, segundo, declarar la Emergencia Económica, Social y Ecológica a que se refiere el artículo 215 de la Constitución, inicialmente por 30 días, que pueden prorrogarse hasta 90 días.
Con base en este estado de excepción, tomaremos todas las medidas que sean necesarias para atender la emergencia, tanto en el corto plazo, como en el mediano y largo plazo. Trabajaremos en tres fases: la primera se dedicará a la atención humanitaria, es decir, a salvar vidas y a dar albergue y comida a las cerca de 330 mil familias que hoy lo están requiriendo.
La segunda será una fase de rehabilitación para reparar las vías, escuelas, redes eléctricas y demás obras de infraestructura que puedan recuperarse. La tercera fase –que será la más grande y ambiciosa de todas– será la de reconstrucción, que implica levantar de nuevo todo aquello que esté destruido o inservible. Lo ocurrido nos debe servir, además, para seguir fortaleciendo el Sistema Nacional de Prevención y Atención de Desastres. Reuniré cada semana –y lo presidiré personalmente– el Comité Nacional de este sistema.
También instalaré personalmente, el próximo jueves, en el Ministerio del Interior y de Justicia, la Sala de Crisis que funcionará de forma permanente para atender las solicitudes de los gobernadores y los alcaldes relacionadas con la emergencia.
Los mandatarios regionales podrán tener la seguridad y la tranquilidad de contar con una instancia en la que estarán representadas, al más alto nivel, todas las entidades nacionales con responsabilidades en el tema de atención y prevención de desastres para cumplir con funciones de control y coordinación de lo que requieren las regiones.
Pero que quede claro: nuestra prioridad en este momento es salvar vidas humanas, evitando tragedias como la de Bello, y dar comida y refugio a los damnificados. ¡No podemos desamparar a esos colombianos que tienen hambre y frío, que en este momento no tienen techo y que sufren la humedad de las lluvias y las inundaciones!
Por eso, hemos dispuesto, con carácter urgente, una destinación, por el momento, de 1 billón de pesos adicionales al Fondo de Calamidades para atender a esos compatriotas que hoy lo necesitan todo. Nos queda mucho trabajo. La emergencia invernal no ha pasado y puede que dure algunos meses más. ¡Y luego vendrá la titánica tarea de la reconstrucción!
El Libertador Simón Bolívar, ante las ruinas del terremoto de Caracas de 1812, exclamó: “Si la naturaleza se opone a nuestros designios, lucharemos contra ella, y haremos que nos obedezca”. Acudamos al espíritu del Libertador para levantarnos más fuertes y más unidos de esta calamidad; para trabajar juntos, solidarios en el presente, para poder ser optimistas sobre el futuro. ¡Debemos trabajar desde el presente para evitar más desastres el día de mañana!
Compatriotas:
Unidos, como nación, tenemos que mostrar grandeza de espíritu y salir fortalecidos de esta tragedia. Gracias, muchas gracias, a los colombianos –a las empresas y a las personas del común– que se han vinculado, haciendo llegar sus aportes en dinero o en especie a la campaña ‘Colombia Humanitaria’.
Gracias, muchas gracias, a la comunidad internacional; al Papa Benedicto XVI que nos tiene en sus oraciones; a los países amigos que han enviado ayudas; a los organismos internacionales que están prestos a ayudar; a los organismos multilaterales.
Gracias, muchas gracias, a la Cruz Roja, a la Defensa Civil, a nuestra Fuerza Pública, a todos los cuerpos de socorro, que entregan todos sus esfuerzos para ayudar a los damnificados. Los aportes recibidos –y los que sigan llegando– serán manejados con toda eficiencia y transparencia, ¡que no quepa la menor duda!
Si algo me ha asombrado, en mis visitas a La Mojana, a Antioquia, al Atlántico, a Cundinamarca, a las zonas afectadas, es constatar que, en medio del dolor, los colombianos tienen el alma de acero, y no pierden su coraje ni su ánimo. ¡Sigamos su ejemplo! Éste es el momento de pensar en grande.
Es el momento de mostrar de qué estamos hechos los colombianos. Porque unidos podemos hacer de esta crisis una oportunidad; aprender las lecciones y salir adelante. El Gobierno nacional y su Presidente estamos al frente, con todo el compromiso, liderando las labores de atención a los damnificados.
No dejemos sola a Diana, ¡no abandonemos a esta niña ni a los cientos de miles de compatriotas que ahora creen que lo han perdido todo! Ningún colombiano –oigan bien– ¡ningún colombiano! puede decir que lo ha perdido todo si tiene a un compatriota a su lado, listo para ayudarlo, ¡listo para darle su mano solidaria! ¡Con la ayuda de Dios, queridos colombianos, vamos a salir adelante! Buenas noches”.