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“¿Estamos bien?” Se preguntan uno a uno los vecinos al reconocer sus caras en la que alguna vez fue la vereda Junín en Mocoa y que ahora está cubierta de inmensas piedras que aplastaron viviendas completas y sepultaron más de 200 vidas. La respuesta enuncia entonces la larga lista de quienes fallecieron: Pablo, Lucía, el hijo de Andrés, las gemelas de la esquina, el tendero, Anita, doña Inés (que organizaba hasta las novenas de Navidad) y otros cientos más. Jeison Aguirre les sonríe a todos mientras recorre las calles que se desdibujaron con la avalancha del viernes, salta con cuidado las rocas para no quedar atrapado en el barro y señala el lugar donde levantó a pulso una casa de madera que desapareció del panorama. (Vea "Mocoa, el día después de la tragedia")
A unos 10 minutos más de caminata y en medio del nuevo cauce de la quebrada Taruca (que cambió su curso con la tragedia), unos 15 rescatistas del Ejército y varios civiles mueven estratégicamente las piedras del afluente para evitar que el agua obstruya las operaciones y excavan con prisa buscando a Rudy, una mujer de 18 años, quien estaba en la tienda del barrio junto con su papá cuando la avalancha la sepultó. Él logró salir con vida y, como pudo, indicó el punto en donde vio por última vez a su hija que le gritaba que no la dejara morir. En medio del llanto sus vecinos, entre ellos Jeison, tratan de consolarlo. Sus primas y amigos se suman a la tarea sin éxito, mientras otro habitante pide respeto a quienes graban con sus celulares el momento. La recuperación de un cuerpo puede durar un día. “Que los cuerpos no sean maltratados”, ha sido la súplica constante de los seres queridos al encontrar los cadáveres.
Rescatistas buscan a Rudy. /Pilar Cuartas - El Espectador
El corazón se le arruga a Jeison y sus ojos se encharcan por su amiga Rudy. Rememora el 31 de marzo, cuando la experticia de Libardo, el papá de su padrastro, salvó a su familia. Aunque la tierra crujía sin piedad y las gotas de lluvia eran más intensas de lo normal, el joven de 26 años dormía sin percatarse de la tempestad. Libardo avisó que había que salir de ahí cuanto antes, su mamá lo despertó angustiada, pero él creyó que se trataba de otra falsa alarma, como la de hace dos años, época en la que corrieron despavoridos por un rumor y no volvieron a confiar en las alertas. Pero la madre no se venció e hizo que su hijo la sacara en una moto a la carretera con su nieto, ahí tomó un taxi y se quedó esperando en una bomba de gasolina a que él regresara.
“Me subí a un taxi y le dije lléveme. —¿Para dónde?, respondió el conductor. No sé, lléveme, sáqueme de por acá”, narra Francy Martínez. Se quedó en la bomba Las Vías y ahí pasó la lluvia con su nieto.
Jeison y su hijo están albergados en el Instituto Tecnológico de Putumayo. / Pilar Cuartas - El Espectador
Al devolverse a sacar las cosas esenciales, Jeison quedó atrapado por el agua, y de inmediato pensó en la familia de la mamá de su hijo de cuatro años, con quien tuvo una relación de seis años. A pesar de su separación, el cariño sigue latente y él golpeó insistentemente para que la madre y las hermanas de su expareja despertaran. El agua colmó el primer piso y por la cocina subieron al techo de la vivienda.
Desde ahí fueron saltando techo por techo en busca de una zona más alta para que el afluente no los ahogara. En ese trayecto pudieron salvar a otros vecinos, pero algunos, como la mujer a la que le cayó una pared encima, no sobrevivieron. Hallaron minutos después una construcción de dos planchas. Allí se quedaron y poco a poco fueron llegando más personas, algunas heridas, con fracturas en las piernas y en la cabeza. Unos 25 adultos y 15 niños se acurrucaron para calmar el frío en sus cuerpos, viendo con impotencia pasar a conocidos y amigos que pedían auxilio mientras la quebrada los arrastraba junto a motos, muebles, escombros y animales. “Sólo rezábamos y nos abrazábamos”, dice el rescatista.
Jeison llamó con su celular a sus amigos de la Cruz Roja, donde es rescatista desde 2008, para darles su ubicación: tres casas más arriba de la de su expareja, porque ya las calles no existían. Hacia las 5:00 a.m. el joven nadó hasta que encontró una salida y con una cuerda ayudó a salir a las casi 30 personas que estaban junto a él. Al mismo tiempo, su madre lo lloraba al pie de la cárcel, donde se ubicaron las ambulancias, creyéndolo muerto. Ahí los reclusos también padecían la angustia de no saber el paradero de sus familiares, quienes ayer esperaron una larga fila para ponerlos al tanto de la peor tragedia que ha vivido Mocoa en su historia.
El fontanero, como llaman a Libardo, supo que se venía lo peor porque conoce los sonidos del agua. Él fue el constructor del acueducto artesanal con el que 150 familias se surtían del líquido, porque allá no llegaba el servicio básico. “Mi labor consistía en subir una hora y media a la montaña a monitorear el acueducto, averiguar por qué no bajaba el agua o solucionar si estaba sucia”, recuerda el hombre. (Lea "Hace nueve meses se advirtió que podía pasar la avalacha en Mocoa)
Madre, nieto e hijo se reencontraron a las 6:00 a.m. del sábado. “Perdimos todo lo que teníamos en la casa, pero estamos todos vivos, esa es la mejor ganancia”, dice la familia, ahora ubicada en el albergue del Instituto Tecnológico de Putumayo. “Tenía la ilusión de llegar a mi casa a limpiar, pero nunca pensé que esto terminaría así”, agrega Jeison.
Un niño acaricia a su perro en la vereda Junín, mientras rescatistas buscan a una de sus vecinas. / Pilar Cuartas - El Espectador
Por el momento están a salvo, pero la incertidumbre del futuro los trasnocha. Hoy cierra sus puertas el hotel Marly Plaza, a dos cuadras del parque central, donde el rescatista trabaja como técnico de mantenimiento. ¿La razón? No hay agua, energía eléctrica ni gas domiciliario en el municipio, y se dice que su restablecimiento puede durar hasta meses. El comercio también ha cerrado, las pocas tiendas que venden lo hacen a puerta cerrada y a personas conocidas, porque hay quienes han aprovechado la tragedia para saquear estos negocios.
El estudio también está paralizado, el grado técnico en instalaciones eléctricas que el rescatista adelantaba en el Sena está en suspenso porque las clases son desde las 6:00 p.m. hasta la medianoche y no hay luz para las aulas. Quienes quieren comunicarse con sus familiares acuden a la Estación de Policía, en donde, si cuentan con suerte, pueden cargar sus celulares.
En medio de este drama, Jeison, nacido en La Virginia (Risaralda), recuerda que lo desplazó una vez la guerra. Así llegó a San Miguel (Putumayo) y de ahí a Mocoa. Y no piensa dejarse desplazar esta vez por la naturaleza. Su vida está en esta tierra, y seguirá en busca de sus vecinos desaparecidos. Otros sí han decidido huir a Villa Garzón por la furia de la naturaleza.
