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Lo admito: soy impaciente. Sufro de uno de los principales males de la sociedad actual. Afán, estrés, todo lo queremos para ya. Al comienzo de la cuarentena se me estaba agravando, porque con el confinamiento estoy trabajando más que en la oficina, no hago vida social y no puedo salir a hacer deporte. Un mes después puedo decir que le estoy ganando la batalla a esa ansiedad y creo que esta cuarentena puede servirme como terapia física y espiritual de aproximación a las bondades de la paciencia.
Se supone que debemos practicarla por enseñanzas como la del santo Job, que siendo rico aceptó todos los males incluidas quiebra económica y enfermedad hasta volver a ser bendecido, y de Séneca, filósofo del Imperio Romano, que hablaba de esta virtud heroica ligada a la capacidad de resistencia del ser humano ante la adversidad camino a la sabiduría. (Más de esta serie: Enfrentemos al coronavirus con nuestras manos).
La persona más paciente y sabia que he conocido fue uno de mis grandes maestros de periodismo: Javier Darío Restrepo (1932-2019). En los años 90 me impresionaba verlo y oírlo informando sobre la guerra en Colombia reflejando total autocontrol y equilibrio, incluso en una zona de combates. Un perfil que escribí sobre él en 2014, en el que le agradecí haber sido el tutor de mi tesis de grado y nuestro maestro de ética en la Fundación Gabo, lo titulé con la palabra que mejor lo definía: serenidad. Su actitud siempre era reflexiva. “La paciencia se transforma en sapiencia”, aconsejaba.
En estos días de encierro hice una lista de las situaciones que más me impacientan (desde la impuntualidad hasta el ruido, el tráfico vehicular y la contaminación en las calles de los que nos hemos librado estos días), para luego enfrentarlas en un ejercicio mental de aprendizaje. El Transmilenio es uno de los lugares en el que uno puede llegar a la desesperación. Hay que respirar profundo y contener la indignación para que nunca se transforme en violencia. Hice otra lista de las personas, desde familiares hasta colegas, que llevan al límite mi capacidad de tolerancia, para responderme por qué y luego cómo puedo mejorar mi actitud.
En eso me va a ayudar otra con los nombres de quienes me tienen paciencia a distintos niveles, porque ahí identifico cualidades sociales con las que yo puedo mejorar. Otra idea que les comparto es revisar cómo andamos de paciencia con nuestra familia y, en especial, con los niños y los adultos mayores. ¿Somos atentos y amorosos con ellos? ¿Oímos de verdad sus opiniones y necesidades? ¿Podemos ser más compasivos y comprensivos? Si admitimos nuestras fallas y nos proponemos puntos de mejoría, pensaremos dos veces antes de reaccionar como lo veníamos haciendo y nos acercaremos a esa sabiduría de los más pacientes. “¡Cuántos incidentes importantes pueden sacarse del asunto más sencillo, si se tiene la paciencia de meditar!”, decía el filósofo francés Denis Diderot (1713-1784). El mayor desafío es recuperar un atributo en desuso: la mansedumbre.
Otro ejemplo para mí son los colombianos, hombres y mujeres, que llegaron a las cimas del Everest y los otros picos de más de 8.000 metros del Himalaya. Escalé con ellos en Suesca y en el Parque Nacional de los Nevados y aprendí algo de su filosofía: entrenas a nivel físico y sicológico para lograr cualquier meta, pero sólo puedes alcanzarla si tienes la resistencia mental suficiente, paciencia en mayúscula, para entender cuando la montaña te dice 'no, hoy no, espera', y debes entenderlo así durante días, semanas, meses o años, mientras lo intentas una y otra vez, hasta que llega el momento en que la naturaleza te da acceso al escalón más alto. (Lea: Las lecciones de las montalas de Nepal para los colombianos).
Debe ser parecida a la “ominosa paciencia” del navegante de la que nos habla Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas o a la “paciencia angélica”, que reclamaba el filósofo francés Jean Paul Sartre -fallecido el 15 de abril hace 40 años-, o la “pródiga paciencia” de los personajes rurales del novelista estadounidense William Faulkner (1897-1962). Invoquémoslos cuando enfrentemos esos momentos en que la mente nos pide calma. ¿Qué recibiremos a cambio? Los persas aseguraban: “La paciencia es un árbol de raíz amarga pero de frutos muy dulces”.
@NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.