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La historia del hombre-bomba

Con 64 años encima, Raúl Villabón afirma que perteneció a las Farc y que estuvo muy cerca de cometer la primera inmolación de la guerra colombiana. Hoy el Estado no lo reconoce como desmovilizado, a pesar de sus confesiones.

Camilo Segura Álvarez
11 de abril de 2013 - 09:53 p. m.
Raúl Villabón no muestra su rostro por su seguridad. / Andrés Torres - El Espectador
Raúl Villabón no muestra su rostro por su seguridad. / Andrés Torres - El Espectador

Muy pocos colombianos han pronunciado, frente a uno de los máximos representantes del Departamento de Estado de los Estados Unidos, un discurso político como lo hizo Raúl Villabón, un hombre que se reconoce como desmovilizado de las Farc. Fue el pasado lunes en Altos de Cazucá, uno de los barrios más deprimidos de Soacha.

“La pobreza y las víctimas de este país se las debemos a los gobiernos que por casi un siglo han vivido arrodillados ante los norteamericanos. La intervención yanqui es una de las causas de nuestra guerra y, por lo tanto, mi pobreza, mi falta de salud y vivienda es su consecuencia”, les dijo este campesino de 64 años, en un evento celebrado por la Defensoría del Pueblo el pasado lunes, al representante en Colombia de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Todd Howland; a su homóloga de Acnur, Terry Morel, y al director de Usaid (la agencia de cooperación del Departamento de Estado de EE.UU.), Peter Natiello.

La sorpresa y la incomodidad de Natiello fueron evidentes. Un hombre de sombrero vaquero que, inicialmente, debía asistir a la reunión para relatar las afugias que ha vivido después de su desmovilización, terminó acaparando las cámaras y micrófonos por cerca de diez minutos, con un discurso que cualquiera podría esperar de los representantes de la izquierda radical criolla. “Venía esperando esta oportunidad hace tiempo”, confesó Villabón.

Tal vez, la venía esperando desde el año 2002 cuando, “cansado de las injusticias que viven los más pobres y viendo la miseria a la que nos tiene condenados el Estado, decidí colaborar con las Farc. No me vinculé como combatiente porque ya estaba muy viejo para esos trotes. Comencé llevando remesas y medicamentos”, recuerda Villabón, quien por ese entonces tenía un terreno pequeño cerca de Planadas (Tolima).

Este campesino, poco a poco se fue ganando la confianza de Arquímedes Muñoz, alias Jerónimo, del Comando Conjunto Central de las Farc y por mucho tiempo mano derecha del fallecido Alfonso Cano. A tal punto que, según cuenta Villabón, en junio de 2010 le encargó viajar a Bogotá a comprar una camioneta para un atentado que se efectuaría en la celebración del Bicentenario de la Independencia.

Cuando llegó con la camioneta, Raúl cuenta: “me dijeron que yo llevaría la bomba. Pero el carro no funcionó, o no le pudieron instalar las 20 libras de pentonita. Y yo, ahogado por las deudas, sin mucho por qué vivir y convencido de que estábamos luchando por el pueblo, les dije que yo me explotaba junto a los militares”.

Llegó el día y la determinación de Villabón no mermaba. “Llegué al desfile que habían organizado los militares. Me pude haber bajado a unos 28, que componían la banda de guerra, pero no fui capaz, estaban rodeados por civiles y, si por ellos es por los que estábamos peleando, no tenía sentido llevármelos por delante”. Arrepentido, fue a devolver la bomba, pero la respuesta de los jefes guerrilleros fue que su compromiso con la causa subversiva no era el esperado.

Se sintió amenazado y se presentó ante las autoridades en Chaparral en agosto de 2010. Allí, le preguntaron por sus contactos y por información que fuera de utilidad para el Ejército en su lucha contra la guerrilla.

“Les dije que el campesino era una mula de tres riendas. Le toca ayudar al guerrillero, al militar y al paramilitar por igual, si no, su vida corre peligro y que, por lo tanto, yo no iba a poner mi seguridad en riesgo ni la de la gente de mi vereda contando en qué consistía mi trabajo”, dice Villabón, quien afirma que, después de la diligencia, supo que no podía volver a su finca y que, con lo poco que le dieron, salió corriendo para Soacha, donde tiene familia.

Ya muy cerca de la capital, se presentó ante el Grupo de Atención Humanitaria al Desmovilizado y el Comité Operativo para la Dejación de las Armas del Ejército para volver a contar su historia. Sin embargo, en agosto de 2012 recibió una carta de Germán Saavedra, secretario técnico del Comité, en la que le decía que el Estado no podía confirmar su pertenencia a las Farc, pues la información que entregó no era precisa.

En diciembre, Villabón se volvió a presentar ante el Grupo de Atención Humanitaria y le dijeron que el expediente de su desmovilización fue remitido a la Fiscalía en Ibagué para verificar su pasado judicial y ver si hay forma de comprobar su vinculación con la guerrilla. “No van a encontrar nada, yo nunca pertenecí a la estructura. Lo más difícil es que allá yo tenía la comida que da la tierra, aquí no tengo nada. Vivo arrimado y lo poco que consigo es con el rebusque. Ahora me pregunto para qué me desmovilicé, me alegra haber salvado vidas, pero la mía se arruinó”, dice Villabón entre lágrimas.

Hoy, la ambición de Raúl, más allá de sobrevivir, es pertenecer a una organización política donde “pueda ayudar a que gobiernen los de abajo, los que nunca lo han hecho”. Así lo dijo en el discurso frente a la comunidad internacional que muchos no incluyeron en sus notas periodísticas por parecer “muy belicoso”, afirmaban tras bambalinas. Pero así no lo consideró el mismo Peter Natiello quien, pese al carácter “antiyanqui” de Villabón, se apartó de sus escoltas y le agradeció al campesino por sus palabras y le terminó dando un fuerte apretón de manos acompañado de la expresión “un gusto conocerlo”.

Por Camilo Segura Álvarez

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