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“He vivido tres tomas paramilitares y dos guerrilleras. Me han amenazado los unos y los otros. Estuve en la masacre de 2002 y en todos los momentos he ayudado a enterrar a los moros y a los cristianos. Y aunque muchos optaron por irse para salverse o cambiar de vida, yo decidí quedarme. Llorar los muertos y luchar por este pueblo. Han sido 24 años de duras batallas para ofrecerles a los niños y jóvenes de Vigía del Fuerte una oportunidad distinta a la guerra y la criminalidad”, afirma Juan Leonidas Torres, un envigadeño de 61 años que hace ya casi tres décadas llegó a este rincón entre Antioquia y Chocó, y en el cual sueña ser enterrado.
Le dicen “Panguana” y es uno de los personajes más importantes de Vigía del Fuerte, un municipio no vecino, hermano, de Buenavista, lugar que se hizo tristemente célebre por la masacre de Bojayá, ocurrida en mayo de 2002, cuando en medio de un enfrentamiento entre las Farc y los paramilitares, un cilindro arrojado por la guerrilla fue a dar contra la iglesia donde se refugiaban niños, mujeres y ancianos de la cruenta batalla. El saldo fue el horror: casi 100 personas, entre ellas casi 70 menores de edad, murieron. Y ese día la vida le cambió a “Panguana” y a todos los residentes de los pueblos del río Atrato. Decidió sacar su megáfono para narrar la tragedia, dejó la marihuana para siempre y tuvo una revelación: los niños de Vigía, Buenavista y Bojayá necesitaban una cosa en especial: oportunidades para seguir siendo niños.
Hizo conciencia de esto unas semanas después de la masacre, cuando aún enterrando personas, vio a un grupo de ellos jugando a la guerra con fusiles de palo. Le dolió en el alma la imagen. Acababa de enterrar por docenas a los hijos de esta tierra y se negaba a aceptar que su único juego fuera la guerra. De inmediato los retó a un duelo con un balón. Corriendo llegaron a un potrero, empantanado como casi todo en este bajo Atrato, y empezaron a jugar fútbol. A la semana, los cinco niños con fusiles de palo eran cien en pantaloneta. Le decían “profe” y convirtieron sus pies en su mejor arma. Desde entonces, hace 16 años, empezó una lucha por hacer una escuela de fútbol. La violencia y la falta de apoyo institucional han sido sus peores enemigos, pero la risa de los niños y su perseverancia han sido sus mejores aliados.
“Yo quise ser futbolista. Cuando tenía 17 años jugué en la Selección de Antioquia, Humberto Sierra, hoy técnico asistente de la selección mexicana, fue compañero mío. Pero a los 19 años caí en el vicio. Estuve 20 años metido en eso. Y llegué a acá con 39. Cuando pasa toda esa tragedia yo me replantee todo. Desde ese día no volví a fumarme un ‘bareto’, y me dediqué a los ‘pelaos’. Ellos son mi vida, mi razón de ser. Es una obra social. Y aunque nadie lo entienda, yo sigo para adelante. A mí sólo me importa que ellos tengan oportunidades distintas a la violencia y las drogas. Y en cada momento difícil de la vida, cuando me he encontrado en las sin salidas, vuelvo a esta cancha de tierra y barro a refugiarme en sus risas. Ellos me han enseñado el camino. Yo esto lo dejo cuando me muera, esta es mi pasión. En este pueblo encontré una forma de vivir, aquí todo el mundo sabe que el día que me muera me tienen que enterrar debajo de los tres palos en la cancha de Vigía del Fuerte, el lugar donde luché”, concluye Juan Leonidas.