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La muerte natural de un mafioso en retiro

Dice una allegada que “Juan David como mafioso no llegaba siquiera a contrabandista”. En realidad, nunca se destacó en casi nada. Semblanza.

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Medellín
25 de julio de 2013 - 08:24 p. m.
De izquierda a derecha, Fabio Ochoa Vásquez, extraditado a Estados Unidos; Jorge Luis Ochoa Vásquez y Juan David Ochoa, miembros del cartel de Medellín en los años 80. /Archivo
De izquierda a derecha, Fabio Ochoa Vásquez, extraditado a Estados Unidos; Jorge Luis Ochoa Vásquez y Juan David Ochoa, miembros del cartel de Medellín en los años 80. /Archivo
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En el principio fueron los caballos. Después vino la cocaína, la mafia, la mala fama ganada a pulso y la breve cárcel pactada con el Gobierno. El final fue un regreso a los orígenes: otra vez los caballos. Tenía más de dos mil en varios de sus criaderos, de los cuales los mejor dotados eran La Vitrina, en la carretera que de Medellín lleva hacia Bolombolo, y La Manuela, en la Sabana de Bogotá. Allí, además de las innumerables caballerizas, pistas y picaderos, Juan David Ochoa montó incluso una planta de concentrado para alimentar sus animales.

Compraba y vendía bestias todo el día, como un gitano; las admiraba, las montaba, las almohazaba, las cambiaba por otras. Envidiaba mucho a cualquiera que tuviera un caballo mejor que los de él. En esto era —como en tantas otras cosas— el vivo retrato de su padre, Fabio Ochoa, a quien le decían Don, el fundador del clan y del criadero más importante de la familia: el Ocho. La marca de sus bestias —un hierro de buena vista— era y sigue siendo precisamente una alusión al apellido: el número 8.

Juan David Ochoa, 65 años, era hijo del dueño del estadero y restaurante Las Margaritas, y el hermano de reconocidos integrantes del Cartel de Medellín (Jorge Luis, Fabito), pero a pesar de ser mayor de todos, no fue el que más se destacó en el mundo del narcotráfico. Según una allegada, “Juan David como mafioso no llegaba siquiera a contrabandista. Ese se caía pasando un cartón de Marlboro”, declaró, en son de burla. Quizá por eso nunca llegó a la cúpula del negocio. En realidad nunca se destacó en casi nada. De joven fue regular estudiante, tirando a malo, pendenciero y malhablado. De su paso por el Colegio Conrado González —donde solo alcanzó a terminar tercero de bachillerato— solo se recuerda que vivía peleando: era muy bueno para gritar, casar peleas y dar puños, pero tapado para los libros y los números. Y así siguió siendo casi hasta el final: brusco, de trato duro y palabras malsonantes.

Se lo llevó este miércoles un infarto, o más bien, para decirlo en lenguaje de los caballistas, le dio un salto. A los 65 años la glotonería, más que su vida peligrosa en el mundo de la ilegalidad, le pasó la factura. No era tan gordo como su padre y modelo, que llegó a pesar 157 kilos. Pero sí estaba pasado de peso. Hace quince días tuvo su primera crisis cardíaca. Le pusieron dos stents en una clínica de Medellín y le sugirieron que hiciera una dieta estricta. Estaba pesando 116 kilos. Como no fumaba ni bebía, un amigo le dijo: “hombre, a vos no te va a matar el tabaco ni el trago, te va a matar el mecato”. De hecho sus últimas apariciones en público fueron por las panaderías de Envigado, donde le gustaba sentarse a mecatear a cualquier hora, solo y desarmado, plácido, engullendo mojicones, pasteles, papas rellenas, bocadillos…

Quienes sentían por él algún aprecio dicen que los años atenuaron su grosería y lo volvieron bonachón. Dicen también que el milagro lo hizo un nieto recién nacido. Cuando su nieto sea viejo, quizá ya nadie recuerde al abuelo, para bien de los dos.

Juan David Ochoa se murió como se muere cualquier hijo de vecino, pero en su caso, aunque no deja un buen nombre, sí deja muchas tierras y muchos animales. No lo sobrevive su primera esposa, Ofelia Correa, que se quitó la vida hace muchos años. De la segunda estaba divorciado. Herederos de su fortuna, ahora limpia tras pasar por el cedazo de la justicia, son sus hijos, tenidos en los dos matrimonios sucesivos. Quizá su mejor obra fue un excelente caballo que tuvo, Capitán de la Vitrina, que vendió hace tiempos en Estados Unidos, y que a los 25 años, una edad provecta para un caballo, aún le sobrevive.
 

Por Medellín

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