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La nueva empresa de Lizcano

Con 21 días en libertad, el político caldense es uno de los líderes de la marcha del próximo 28 de noviembre.

Laura Ardila Arrieta
15 de noviembre de 2008 - 10:00 p. m.

Óscar Tulio Lizcano no ha desaprovechado un minuto de los 21 días que lleva en libertad. Ya comió la bandeja paisa que pidió apenas vio a los médicos que le prestaron auxilio a su regreso, en la Clínica Valle del Lili de Cali. Poco a poco, se ha ido poniendo al día con todos los acontecimientos de los últimos años en el planeta. No deja de conversar con su esposa, Martha Arango, y ya casi aprende a usar el celular.

Su empresa por fin dejó de ser dar infelices clases de historia y literatura a los impasibles árboles que se tropezaba en cada uno de los campamentos donde lo tuvieron preso. Ahora lee junto a su cálida ‘Barquerita’, como le ha dicho desde siempre a su mujer, en el cálido lecho de una cálida casa. Su primer libro en libertad se llama Bolívar, delirio y epopeya, del escritor colombiano Víctor Paz Otero. Se trata de la misma obra que meses atrás el presidente Uribe le regaló a su homólogo de Venezuela, Hugo Chávez.

Y siente el sol. De nuevo, siente el sol. En ocho años y 82 días, apenas lo vio en dos ocasiones. “En la espesa selva, en lo más impenetrable de la manigua, el único cielo posible son las hojas de las copas de los inmensos troncos que impiden el paso de la luz y lo alejan a uno más de casa”. Sentado en la sala del apartamento de su hijo, el representante a la Cámara Mauricio Lizcano, en el oriente de Bogotá, de traje entero y apariencia impecable, a Óscar Tulio Lizcano se le ensombrece el rostro al recordar que sus compañeros de drama, los que siguen amarrados en la jungla, no están disfrutando del mismo sol que hoy lo ilumina. “Alan, Sigifredo, el coronel Mendieta, Moncayo…”, y la voz se le entrecorta.

La felicidad, sin duda, todavía no es completa. Por ese motivo, uno de los principales propósitos de esta nueva vida que empieza es no descansar hasta que las cadenas de todos los secuestrados de Colombia estén rotas. Eso, y conseguir que el guerrillero que le devolvió la libertad, alias Isaza, esté a salvo y que el Gobierno le cumpla lo que le prometió. La playa, el regreso al mar con su ‘Barquerita’, puede esperar un poco más.

Para comenzar a impulsar el tema de sus hermanos cautivos, el ex congresista de Caldas se convirtió en uno de los líderes visibles de la marcha mundial que se realizará el próximo 28 de noviembre, para exigir la liberación inmediata y sin condiciones de todos los rehenes.

No  ha ahorrado horas para convocar a los ciudadanos del país a que se levanten, con paso firme y voz en alto, a pedir el regreso de quienes siguen padeciendo ese drama. “Se están muriendo, se están muriendo”, repite, y asegura: “Mi gestión durará hasta que salga el último”.

Ese día tiene planeado marchar en Manizales, su sede política de toda la vida, donde la semana pasada fue recibido en medio de aplausos y lágrimas por sus paisanos. El cariño de la gente es, precisamente, el capital con el que cuenta para lograr su cometido. “En la calle me abrazan, por mi condición de ex secuestrado sé que cuento con la solidaridad de las personas de bien. Por eso sé que nadie dejará de manifestarse en contra del secuestro”.

En la misma situación está el resto de los ex cautivos con quienes, por supuesto, ha hablado de la necesidad de no abandonar nunca la causa. En este punto recuerda a la senadora liberal Piedad Córdoba, cuya labor como mediadora en el tema del intercambio no duda en aplaudir. “Tenemos todos que agradecerle. Gracias a ella salieron varios. Siga luchando, Piedad”.

Lizcano aclara, eso sí, como ya lo ha hecho en varias ocasiones anteriores, que su misión no la piensa hacer desde el Congreso. La política, insiste, se la deja a su hijo Mauricio, quien preside la Comisión de Paz de la Cámara y ha prometido impulsar el acuerdo humanitario.

Mientras sus sueños de libertad se cumplen, este nuevo hijo del sol, lector incansable de poemas, seguirá aprovechando cada uno de sus segundos. Esa será su mejor manera de agradecer a la vida que por fin le permitió volver a ver el verdadero cielo.

Por Laura Ardila Arrieta

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