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Esta crisis también nos puede servir para renovar nuestro espíritu compasivo con los animales. Estos días me he enterado de conocidos que adoptaron perros y gatos lanzados a la calle por inconscientes que creyeron las noticias falsas de que nos pueden transmitir el nuevo coronavirus. He visto a la gran mayoría de personas cuidando amorosamente a sus mascotas. (Más de esta serie: La hora de tomarnos en serio la ciencia).
La legendaria defensora de los gorilas, la inglesa Jane Goodall, dijo: "Nuestro desprecio por la naturaleza y nuestra falta de respeto por los animales, con quienes tendríamos que compartir el planeta, son los que han causado esta pandemia". La escritora Margaret Atwood opinó que ojalá la pandemia haga que los seres humanos seamos menos depredadores y esto beneficie a la naturaleza y a los animales. Investigan el origen del COVID19 en los mercados populares de animales salvajes en China, aunque también podría surgir en muchos lugares del mundo donde el hombre somete a esas especies a un cautiverio y tráfico que contraviene las leyes de la naturaleza y se vuelve nocivo para ellos y para nosotros. La canadiense es autora de novelas como Oryx y Crake (2003), donde ironiza con la creación de animales transgénicos como los “cerdones”, cerdos híbridos de cerdo y humano destinados a trasplantes. Dijo: “Quizás dejaremos de comer algunas especies de animales exóticos. Quizás dejaremos de una vez en paz a los murciélagos”.
Ojalá aprendiéramos a valorarlos como nuestros compañeros de vida en este mundo. Así lo entendió el escritor francés Albert Camus desde que vio a su abuela degollar la gallina que le pidió sacar del corral y nunca olvidó aquel “grito de agonía”. Quien mejor ha desarrollado esa filosofía de vida y la ha incorporado a su literatura es el sudafricano John Maxwell Coetzee, ganador del Premio Nobel de Literatura 2003. De la única política que le interesa hablar es la defensa de la causa animalista y por eso promueve campañas globales de protección de fauna salvaje y domesticada.
En la ficción se apoya en su más conocido personaje femenino, "Elizabeth Costello", a través de quien dicta la conferencia "Los poetas y los animales", como lo hizo durante la Feria Internacional del Libro de Bogotá de 2017, en el auditorio José Asunción Silva, en Corferias. En ella propone construir un matadero de vidrio en el centro de las ciudades, para evidenciar el maltrato a los millones de animales que se sacrifican cada día en el mundo, para dejar constancia de su sufrimiento, para que el ser humano reflexione sobre su supuesta superioridad.
Revisa la historia de las matanzas animales desde la Edad Media y pregunta por qué las autoridades civiles institucionalizaron que no se hicieran en espacios públicos, sino lejos del centro de las urbes, para evitar “una molestia obscena”, para no recordar una de las mayores vergüenzas de la humanidad. “Los niños deberían ir al matadero igual que van al museo… Esa visita podría hacer mucho para sacudir sus almas”.
Nos pide militar en el partido político que les da voz a “nuestros rebaños cautivos y esclavizados, cuyo trabajo es reproducirse para nosotros”. Entre los libros preferidos de Coetzee está Platero y yo, del español Juan Ramón Jiménez (1881-1958), porque no humaniza al animal sino acerca a las personas a esa vida desconocida que merece respeto desde la moral y la inteligencia.
Se pregunta, siempre a través de Elizabeth, por qué sólo cuando nuestros apetitos están satisfechos regresamos al mundo de la razón. Y entre posibles explicaciones, porque ella siempre propone el debate sin imponer verdades, incluye esta: “He pensado que la gente tolera el sacrificio de animales porque no llegan a verlo. A oírlo. A olerlo”.
Durante un paseo por las afueras de Bogotá en 2013, Coetzee, que había venido a la Universidad Central, supo de la tradición de las morcillas y le comentaron, con folclor sabanero, que es mejor comerlas y no preguntar cómo las hacen. Guardó silencio. Opina a través de Las vidas de los animales, ficción de Elizabeth: “La gente no quiere que se le recuerde cómo llega a su plato la comida: porque, cuando cortas la garganta de un animal, la sangre es pegajosa y desagradable, atrae a las moscas…”.
Allí aborda distintos planos del conocimiento, desde lo primitivo hasta el pensamiento abstracto, las reflexiones de San Agustín, si Descartes tenía razón al considerar que los animales no son más que autómatas biológicos o ¿tienen alma?, hasta los argumentos de Franz Kafka para rechazar comida de origen animal o los de Ernest Hemingway en pro de las corridas de toros.
En 2018, Coetzee recuperó la voz de Elizabeth Costello y de su hijo John para el libro Siete cuentos morales. En el relato "Matadero de cristal" el tema es la ecología y el factor animal. En otro, "El perro", el argumento busca explicación a por qué un perro guardián le ladra a ella desde detrás de una reja cuando pasa en su bicicleta. Plantea el miedo y la compasión hacia otro ser vivo.
Pregunto, como Elaine Marx a Elizabeth: “¿No está usted esperando demasiado de la humanidad cuando nos pide que vivamos sin explotar a otras especies y sin crueldad?”. Y como le pregunta John: “Madre: ¿Realmente crees que las clases de poesía van a cerrar los mataderos?”.
Ella, que ya se ha declarado hastiada de “charlas eruditas sobre los animales”, admite que no puede quedarse callada y nos deja a los carnívoros, otra vez, en qué pensar: “Siempre abrigué la convicción de que tengo cierto grado de acceso a la interioridad de los animales… Por la facultad de la empatía que, en mi poco científica opinión, es innata en nosotros. Nacemos con esa facultad… y podemos optar por cultivarla o dejar que se marchite”.
* @NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.