La pandemia y nuestra capacidad de sacrificio: Pensamientos desde casa, día 39

Completamos la primera etapa de una cuarentena que es apenas el abrebocas de una sociedad que está cambiando y que deberá enfrentar por años los efectos económicos del nuevo coronavirus. ¿Qué estamos dispuestos a dar?

Nelson Fredy Padilla *
02 de mayo de 2020 - 05:20 p. m.
La humanidad está enfrentando necesidades y las pruebas que se vienen serán mayores si no pensamos en una sociedad más solidaria, según pensadores como el filósofo francés Edgar Morin. / EFE
La humanidad está enfrentando necesidades y las pruebas que se vienen serán mayores si no pensamos en una sociedad más solidaria, según pensadores como el filósofo francés Edgar Morin. / EFE

Hablar de sacrificio se volvió un lugar común. Me sacrifico por el estudio, por mi profesión, por mí mismo, por mi familia, por amor. Es un decir. Ahora esa expresión tiende a recobrar su significado original. Con la humanidad en crisis sanitaria y económica, parece haber llegado el tiempo de respondernos de verdad ¿qué estamos dispuesto a sacrificar? (Recomendamos más columnas de esta serie: ¿Qué tan valiemntes somos?).

Empezamos la cuarentena sacrificando libertades como la de movilizarnos. No podemos salir de casa. Suspendimos la conexión física con nuestras familias y demás seres queridos. Nada de ir a algún lado a comer, a cine, al gimnasio, a una fiesta, a saludar amigos, al parque, menos a un centro comercial o a un concierto. Luego debimos acostumbrarnos a teletrabajar, lo que en la mayoría de los casos significa más horas de conexión y disponibilidad. Después empezamos a saber de millones de contagiados por el COVID19 y millones de desempleados en todo el mundo. A través de los medios de comunicación somos testigos de miles de muertes cada día. La mayoría de los 7.800 millones de seres humanos permanecemos confinados y angustiados. Comprendimos la magnitud de esta pandemia y los efectos que causará sobre el funcionamiento del planeta y la vida de todos.

Por la fuerza nos toca cumplir lo que un día pidiera el filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “Alejaos de lo superfluo”. Este es un primer punto sobre el que podemos buscar respuestas: ¿Cuáles eran los excesos de nuestras vidas hasta antes de esta situación y que ahora podemos suprimir para centrarnos en lo vital? ¿Excesos materiales como lujos? ¿Excesos espirituales como vanidad y envidia?

Si los gastos innecesarios de la sociedad de consumo pasaron a un segundo plano, estamos entendiendo la urgencia de concentrarnos en lo verdaderamente importante: nuestra salud y la subsistencia de nuestras familias. Luego debimos admitir que nadie es inmune, que todos somos vulnerables. Empezamos a saber de conocidos que se enfermaron por el nuevo coronavirus y ya nos llegan noticias de la muerte de allegados. A esto se suma que el desempleo afecta ya a familiares, que la incertidumbre es creciente y que no hay nada seguro en el corto y mediano plazo.

Les he enumerado distintos niveles de sacrificio que hemos asumido a lo largo de la cuarentena, que según la Organización Mundial de la Salud y científicos de todo el mundo, es apenas el abrebocas de un nuevo estado social que implicará una adaptación de cerca de cinco a diez años, desde que se descubra la vacuna contra el coronavirus hasta que se masifique, se consolide y cada nación supere los efectos de la depresión económica.

No estoy posando de Nostradamus, sólo reconociendo un horizonte aún más exigente. Ya lo plantearon respetados pensadores como el filósofo francés Edgar Morin en una reciente entrevista al diario francés Libération: “Pasamos bruscamente de una civilización de la movilidad a una inmovilidad obligatoria. Vivíamos principalmente afuera, en el trabajo, en el restaurante, en los cines, en las reuniones, en las fiestas. Henos aquí obligados al sedentarismo y a la intimidad. Consumíamos empujados por el consumismo, es decir la adicción a productos de mediocre calidad y virtudes ilusorias, incitados a lo aparentemente nuevo, en busca de más cosas y no de las mejores”.

Según Morin, todo lo que está sucediendo nos debe conducir a un grado que él llama “humanismo regenerado”. “El confinamiento puede ser una oportunidad de desintoxicación mental y física, que nos permitiría escoger lo importante y rechazar lo frívolo, lo superfluo, lo ilusorio. Lo importante es evidentemente el amor, la amistad, la solidaridad, la fraternidad, el florecimiento del Yo en un Nosotros. En este sentido, el confinamiento podría suscitar una crisis existencial saludable que nos llevaría a reflexionar sobre el sentido de nuestras vidas”.

Entiendo ese "yo en tránsito a un nosotros" como el próximo escenario de quien se concientiza con los males actuales y decide ajustarse el cinturón para enfrentar una vida en la que sacrificará comodidades para ser generoso con aquellos que pueden estar en una situación peor que la nuestra. ¿Qué me nace dar sin esperar algo a cambio? ¿Un mensaje de solidaridad? ¿Un abrazo? ¿Un mercado? ¿Una idea para crear una nueva empresa que beneficie a varios desempleados? Ya tenemos ejemplos de sobra. Desde profesionales que fabrican tapabocas y trajes de protección para evitar el contagio del COVID19, pasando por empresas que donan recursos para los más pobres, hasta bomberos que hacen pan y lo donan a adultos mayores.

Creo que no solo es momento de pensar qué bienes materiales podemos compartir, también qué cualidades tenemos que les pueden servir a otros. ¿En qué soy bueno para enseñar o aconsejar a otros en una actitud de voluntariado? En ese sentido es una buena época para “aprender a hacer sacrificios”, como decía Nietzsche. En la Biblia, en el libro del Éxodo, se habla del sacrificio de las primicias en referencia a las ofrendas que uno está en capacidad de hacer en actitud de agradecimiento por lo poco o lo mucho que tiene y en beneficio del prójimo. La pequeña Ana Frank anotó en su Diario, antes de que los nazis acabaran con ella y con su familia, “es menester que cada uno haga lo suyo”.

No se trata de asumir una actitud de masoquistas o kamikazes. Es más bien “la austeridad de un sacrificio ofrecido en aras de un noble ideal”, como escribió Joseph Conrad en Nostromo. Así encontraremos más posibilidades de reinventarnos para salir de este trance en el que el planeta nos tiene a prueba a ver si somos capaces de replantear una vida más equilibrada en relación con la naturaleza y nuestros semejantes.

Y admito que estas no son más que palabras compartidas para reflexionar, porque como dijo Conrad en Un puesto avanzado del progreso: “Nadie sabe lo que significa sufrimiento o sacrificio, excepto, tal vez, las víctimas del misterioso propósito de estas ilusiones”.

@NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com

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Por Nelson Fredy Padilla *

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