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No hay que dudar mucho de que la gente en Manizales tiene buenas piernas. Calle tras calle las pendientes son tan empinadas que quien no tenga la costumbre de escalarlas terminará al final sin pulmones. Los ciclistas hacen su mejor esfuerzo con el cambio más ligero. Para muchos conductores podría ser un reto, pero parece ser pan comido para quienes manejan con frecuencia en esta capital.
Es precisamente el grado de inclinación de la mayoría de vías en Manizales lo que ha motivado una de las tradiciones locales que tiene especial importancia durante la Feria. Con madera, pita y balineras, desde hace muchos años los habitantes han construido vehículos artesanales que ponen a rodar cuesta a abajo. Y lo que tal vez comenzó como una diversión infantil, en 1985 se convirtió en una competencia que año tras año atrae a decenas de participantes de varios rincones de la ciudad y del país para demostrar sus habilidades a bordo de carritos con ruedas de balineras.
“Se volvió tradición. Y a partir de 2008, cuando se crea la Secretaría del Deporte, se institucionalizó. En los últimos años hemos tenido otras categorías como triciclos derrapantes o patinetas”, señala Andrés Mora, organizador de la competencia. Durante la Feria se realiza en cuatro etapas. La primera, que fue ayer, tuvo un recorrido de casi dos kilómetros con unas 25 curvas, que exigen a los pilotos llevar al límite sus habilidades técnicas; la segunda, que se realiza hoy, entre Fátima y el colegio Eugenio Pacelli, tiene dos giros de 90 grados, que serán sus principales dificultades. La tercera, considerada la más tradicional, entre Chipre y La Francia, cuenta con dos curvas en forma de S muy peligrosas y aglomera la mayor cantidad de competidores y aficionados. La última, que será entre los barrios Sultana y Toscana, aunque es bastante corta tiene un giro a la derecha en el que se han accidentado varios participantes. “A los competidores les gusta la adrenalina que se siente en este tipo de etapas”, explica Mora.
Es tan arraigada esta tradición que muchos vehículos pasan de generación en generación. Es el caso de Jerónimo Castro, un corredor de 16 años, quien está compitiendo desde los diez y ha ganado la competencia en varias oportunidades. “Mi papá corría, mi hermano corre y aquí estoy yo dándole como se debe. Uno siente mucha adrenalina y comparte con los amigos. El carro que uso fue construido hace 15 años, lo manejaba mi papá y ahora lo tengo yo”, cuenta.
¿Qué podría ser lo más difícil? Jerónimo asegura que lo primordial es saber maniobrar el vehículo y tener un buen copiloto para equilibrar el peso y lograr con más facilidad las curvas a alta velocidad. Para Alejandro Salazar, de 20 años, quien este año corre por primera vez en la categoría de mayores y construyó su vehículo con $130 mil y un patrocinio para la pintura, lo más difícil es tener el control del carro: “A veces se queda sin dirección o las balineras resbalan mucho en el pavimento y hacen que uno se choque. Siempre se corre riesgo”.
Sea cual sea la habilidad, ambos competidores concuerdan en que lo más importante es perder el miedo y atreverse a lanzarse en un carrito artesanal por las empinadas calles de Manizales, para vivir de cerca la adrenalina y una experiencia verdaderamente única.
ggomezp@elespectador.com