En 2007, aproximadamente, leí con ciertos sobresaltos, el libro “El cerebro y el mito del yo” del neurólogo colombiano Rodolfo R. Llinás, cuya primera edición en inglés había sido publicada en 2001, y en español en 2003, un libro cuya lectura me deparó enormes sorpresas, agradables, por cierto, al percatarme mientras leía sus primeros párrafos, que tan eminente científico había orientado sus investigaciones sobre la cognición, con el mismo enfoque que desde 1980, había optado en mi trabajo sobre las emociones.
Por ese entonces, con un desconocimiento total, de cómo funcionaban las neuronas en nuestro cerebro, y de cómo se encontraba organizada su arquitectura, soy ingeniero civil, pero a pesar de ello, en lo que respecta a las emociones, pude visualizar que estas de alguna manera se encontraban ligadas a las resonancias. Esta ligazón, una especie de eureka, la pude dilucidar con base a mis conocimientos de física en lo referente a los movimientos oscilatorios, aunado, claro está, de continuados razonamientos en este sentido.
Este trabajo, después de una ardua labor investigativa, el 11 de junio de 1989, fue publicado en el suplemento dominical “Intermedio”, 742, del Diario del Caribe de Barranquilla. Y ya ampliado y mejorado, por igual, el 8 de junio en de 2008, lo publicó el periódico digital chileno, Región Coquimbo.
Aunque Llinás, en especial, enfoca su investigación hacia la cognición, y no hacía la naturaleza de las emociones, en el despliegue que hace de las resonancias como soporte a su investigación, encontré catorce anotaciones sobre ellas, que por supuesto, me dejaron muy satisfecho, ya que demostraron que no me había equivocado en mi apreciación inicial, de que las emociones se trataban de un fenómeno de resonancias o de disonancias.
Lo primero que hallé, cuando apenas leía la solapa del libro referido, fue lo siguiente: “El núcleo de la teoría de Llinás es el concepto de oscilación. En muchas neuronas, la actividad eléctrica se manifiesta como variaciones oscilatorias representadas por oscilaciones de mínimo voltaje a través de la membrana celular. En los picos de esas oscilaciones se presentan eventos eléctricos mayores, que son base de la comunicación entre las neuronas. Como cigarras que suenan al unísono, los grupos de neuronas, a su vez, oscilan en fase con otros grupos distantes, creando una especie de resonancias”.
Para mí este pasaje me obnubiló, ya que se trataba de una ponderación de mis observaciones al respecto.
Y en otro aparte dice: “Cuando diversos grupos de neuronas, con patrones oscilatorios de respuesta, “perciben” o codifican diferentes aspectos de una misma señal de entrada, podrán unir esfuerzos para resonar en fase uno con otro (como los gritos de “olé” en la plaza de toros o de “gol” en el estadio de fútbol), fenómeno este que se conoce como coherencia neuronal oscilatoria. Como veremos más adelante, la raíz de la cognición se encuentra en la resonancia, la coherencia, y la simultaneidad de la actividad neuronal, generadas no por azar, sino por la actividad eléctrica oscilatoria”.
Y más adelante: “Recordemos la breve discusión del capítulo 1 respecto de las uniones electrónicas entre neuronas y de la generación de los estados oscilatorios y resonantes; son conceptos fundamentales para comprender la organización pulsátil sinérgica del movimiento”. Y así, once acotaciones más por el estilo.
El ensayo aludido lo presento a continuación con algunas aclaraciones extras en su contenido, al igual que con ajustes de escrituras, en especial en la parte didáctica, a fin de que los lectores poco avezados con la física de las oscilaciones puedan comprenderla de la mejor manera posible.
“El equilibrio psíquico no es más que un fenómeno de resonancias”
Hacia finales del año 80, con cierta insistencia, empecé a preguntarme, ¿Para su cabal funcionamiento, de qué mecanismo es del que se valen las emociones? Y después de mucho pensarlo, llegué a la conclusión, no sé cómo, fue un chispazo, de que estás al igual que dos diapasones idénticos y cercanos, en los que ambos terminan vibrando con la misma frecuencia, inmediatamente después que uno de los dos es excitado.
Pues bien, nuestras emociones ante estímulos externos deberían responder como si otro diapasón sincrónico y próximo igualmente vibrara. De ahí, que digamos, que la risa y el llanto sean contagiosos. Las emociones, no me cabía la menor duda, se debían a este fenómeno.
Clasificación
A las emociones las podemos clasificar en dos categorías, las que nos brindan bienestar y las que nos producen dolor o desasosiego. En el primer grupo, al amor le correspondería, desde mi punto de vista, la frecuencia fundamental, que es donde parten múltiplos enteros, paquetes de frecuencias ligadas a la frecuencia dominante, las que se conocen como armónicos; y entre los armónicos complementarios de este sentimiento emocional, podríamos citar la ternura, el afecto, la estima, el respeto, la consideración, entre otros sentimientos edificantes. Y en el segundo grupo, la frecuencia fundamental, también conocido como primer armónico, se la adosaría al odio, y entre los armónicos que le cortejan incluiría la ira, el rencor, el desprecio, la envidia, los celos y el egoísmo, entre otras.
En otras palabras, cuando se activa un sentimiento, ya sea este positivo o negativo, a la par se activan los sentimientos conexos, sus armónicos. Algo bueno cuando de emociones positivas o edificantes se trata, en razón a que sus vibraciones sincrónicas tienden a potenciarse, lo que nos direccionaría hacia el éxtasis regenerador emocional, o lo que sería lo mismo, al máximo gozo que podamos alcanzar. Resonancia pura.
Y en lo que respecta a las emociones adversas o corrosivas, igualmente susceptibles de potenciarse, pero por el camino opuesto, podrían, a diferencia de las edificante o estimulantes, riesgo asegurado, desviar nuestro contexto emocional regenerador, hacía un posible desastre emocional, ceguera mental, que nos dejaría a expensas de infligir daños físicos, no solo a nuestra persona, sino hacia nuestro congéneres cercanos o lejanos. Disonancia en su máxima expresión.
Pero cuán mayúscula podría ser nuestra sorpresa, si llegásemos a dilucidar, aunque sea someramente, que a pesar de la faz nociva de las que hacen parte las emociones negativas-instinto-irreflexivas, estas, sin embargo, nos pueden orientar, si con antelación nos encontramos preparados para afrontarlas, hacia alternativas saludables y enriquecedoras, cuyo potencial regenerador y edificante rebasarían todas nuestras expectativas de crecimiento positivo en perspectiva.
En otras palabras, entendámoslo bien, este tipo de reacciones muchas veces incontrolables, no serían más que alertas, un semáforo en rojo o llamados de atención, para que la frenada en seco que demos ante una advertencia de este tipo, se convierta en una alarma, que nos invite a reflexionar, para revisar si es que nos encontramos preparados para someter bajo control el sentimiento negativo-destructivo que de momento nos embarga. Y en caso contrario, ante una eminente carencia de conocimientos, de experiencia o de entrenamiento para resolver de manera edificante, el callejón sin salida que nos descontrola en lo emocional, si lo que pretendemos es evitar desembocar en una episodio de mal gusto o en casos extremos, trágico, lo más saludable es que con antelación, nos preparemos para direccionar por el lado edificante las reacciones que consideramos incontrolables.
Para el caso, como un ejemplo aclaratorio, vale la pena traer a colación algunas directrices de los monjes tibetanos, que, en sus meditaciones, entre otras debilidades, fortalecen “la compasión”: “Si alguien te odia, es su decir, es por qué está sufriendo”.
Y si sufre, me pregunto, ¿qué podríamos hacer al respecto?, ¿incrementar su sufrimiento para que aprenda la lección, la letra con sangre entra?, o, ¿le doy un apoyo psicológico para redireccionar su estado emocional?, o, más bien, ¿asumo un comportamiento que lo lleve a reflexionar sobre su actitud adversa?
Pero ¿Y si no me encuentro preparado para ofrecer este tipo de apoyo? ¿Qué hacer en consecuencia? Lo lógico, por lo menos, es evitar incrementar su inestabilidad emocional, carencia que de paso nos debería llevar a insuflar nuestro conocimiento en lo concerniente a la naturaleza humana. Este sería otro cantar. Y así para todas las experiencias corrosivas, semáforos en rojo, que, si las evaluamos en este sentido, nuestro crecimiento para operar de manera edificante, ante estas señales de advertencia, nos llevaría enriquecer nuestro conocimiento, no solo en este tópico, sino en otros ámbitos. Y para adentrarnos en esos otros entornos, por igual edificantes, les dejo estas dos perlas, también de los monjes tibetanos:
“Al estar con un enemigo podemos aprender la importancia de la paciencia, el control y la tolerancia. Nuestro enemigo en nuestro mejor maestro”.
“Se tan grande que nadie pueda herirte, tan noble que nadie pueda ofenderte, tan bueno que todos quieran imitarte; así harás que tu vida sea un jardín de flores”
¿Cómo les parece esta manera de reflexionar ante situaciones adversas e incómodas? Me pregunto, ¿cuánto nos toca por aprender en el campo emocional al que consideramos negativo-destructivo, que nos lleve a trasformar las disonancias de toda índole, en consonancias puras? Un largo camino por recorrer ¡Si señores! Pero no debe importarnos.
Caso de la envidia como la de otros tantos sentimientos de esta naturaleza, ¿cómo la podríamos afrontar?
Si sentimos envidia, sea el caso, por un compañero de labores o de estudios, o si por el contrario, se encuentra dentro del marco de cualquier otra disciplina en la que nos supere, la cuerda que de momento le da apoyo al sistema de las emociones positivas-constructivas, al estilo de una guitarra, perderá su tensión sustentadora, y por ende, su afinación, y automáticamente, como consecuencia del malestar que tras la momentánea pérdida de afinación nos embarga, tomará posesión el sistema de las emociones degradantes y lesivas.
Pero si más bien optáramos por una salida edificante y regeneradora, lo que sería el equivalente de tensionar o destensar la cuerda en sentido contrario, incluidas las subdivisiones a la que hayamos sometido a la cuerda objeto, podría llevarnos, porque no, a que más bien nos consagráramos a desentrañar los secretos que le permitió al compañero que envidiamos alcanzar el éxito. Y desentrañados sus secretos, no es más que ponerlos en práctica. Y aunque con nuestro esfuerzo no alcancemos a igualar o superar a nuestro modelo guía, de seguro que de parte nuestra nos habremos superado un montón, lo que nos llevaría obviar la vía lesiva, que a lo único que nos podría conducir es a un callejón sin salida con características degradantes.
Así las cosas, con lo aprendido y superado, la envidia, el rencor y otros malestares conexos, que nos corroían por dentro en razón a la carrera exitosa de nuestro “amigo” envidiado, en vez de zancadillas y difamaciones a alimentadas en su contra, estos sentimientos cargados de malestar, en automático, se troquelarían en admiración, agradecimiento y respeto por lo que de esa persona hemos aprendido y superado. Así de sencillo es como podríamos, redireccionar nuestras emociones adversas, y entre todas ellas, las más perturbadoras.
Las resonancias y su aplicación a las emociones
La naturaleza incluidos todos los seres vivos y los inertes, emiten en forma simultánea y continuada una gama de ondas de frecuencias con amplitudes e intensidades características, las fundamentales y sus armónicos, el timbre y el tono incluidos, cuya resultante de alguna forma exitan nuestros sentidos, que, al entrar con ellos en resonancias, vuelcan nuestras emociones en su faz positiva o negativa.
Si para el caso, relajadamente contemplamos un fenómeno natural cualquiera, el océano, por ejemplo, la gama de frecuencias y las diversas intensidades de estas provenientes del oleaje, del azul cristalino de sus aguas, de la blancura de la playa, del vuelo y parloteo de las aves y la diversidad de colores que nos ofrece el horizonte, se conjugarán con nuestras frecuencias e intensidades receptoras naturales permisibles de nuestros sentidos, al igual que una radio sintoniza a una emisora. En forma similar, la madre emocionalmente armonizará con las características infantiles del niño: La necesidad solícita de protección, la ternura, el amor, el afecto. Cuando el bebé llora, o se enferma, sea el caso, la recepción resonante positiva apetecible se distorsiona, disonancias, y los cuidados correspondientes que la madre le ofrece al bebé se encaminarán a rectificar la armonía resonante alterada: o lo que sería lo mismo, obtener la tensión base en la cuerda ligada a las emociones, de tal manera que armonice plenamente con el paquete de las cuerdas armónicas.
El ser social, mirado desde este punto de vista, no es más que uno entre los muchos ejemplos de los que podríamos echar mano: Una fusión múltiple y abigarrada de resonantes y de resonadores. En las aves para no ir muy lejos y ser más explícitos, el plumaje, el colorido, la mímica, la danza y el canto, son un número ilimitado de resonantes, que hacen posible la consumación den instinto sexual. La sociabilidad, como bien podría desprenderse de este párrafo, no sería más que una función directa de los resonadores disponibles para el caso. Entre mayor sea el número de resonantes, y, por ende, de resonadores activados, mayor serán los vínculos de unión de una especie y entre individuos.
El hombre, por su parte, es un ser ávido de resonantes y de resonadores, el que más: visuales, sonoros, táctiles, olfativos, gustativos, en fin, todos los sentidos involucrados. Su ansia desbordante en este sentido es tal, que cuando por uno u otro motivo los resonantes naturales enriquecedores no encuentran los resonadores naturales compatibles y viceversa, los artificiales, como el alcohol y las drogas, en los casos más extremos, se nos revelaran como los más atractivos de todas las opciones. Si señores, si se nos cierra un camino, la ansiedad, esa necesidad solicita e instintiva hacia cierto tipo de resonancias y resonadores, nos inducirá por cualquier camino, errado o no, ya que el fin es el de llegar a ellas y a cualquier precio.
Pero nuestra tragedia, la mayor quizás, es la de no crear resonadores: El rechazo social, el de nuestros seres queridos y allegados que nos enfrenta a la degradación, a la muerte prematura, al suicidio o al homicidio, empañan nuestro goce unilateral. Contrariamente, entre las resonancias genuinas, abundan los oficios en el que los protagonistas giran en torno de la muerte, pero que al crear resonadores con los que se puede resonar, les mantiene en la vida: El automovilismo, el boxeo, el alpinismo y el toreo, entre muchas otras actividades de sumo riesgo.
Resonancia pura
A todos se nos da de cuando en vez, cierto estado de excitación, el mayor que en un momento dado pueda embargar nuestros sentidos. Este estado excepcional que bien podríamos denominar resonancia pura, la fascinación, el éxtasis, el sobrecogimiento, sencillamente se alcanza cuando nuestro sistema emocional como resonador que es, entra en resonancia plena, absoluta y libre con un resonante externo cualquiera que haya emitido una gama de frecuencias e intensidades a la medida justa de nuestros resonadores naturales, incluidos, por supuesto, todos los armónicos a disposición: Una conquista amorosa, la que tanto anhelábamos, la lectura de un clásico de la literatura, la contemplación de un paisaje maravilloso, de una obra de arte o de un personaje de moda, la solución de un problema de características insolubles y las actitudes estoicas, cualesquiera que éstas sean.
Pero al margen de todo, nuestra meta más que nada se orienta hacia la consecución de un estado especial y único de resonancias, resonancia pura, que más tarde o más temprano podríamos alcanzar, incluso en la otra vida, tal es la fe de muchos: La salvación del alma, la riqueza, la gloria, el poder, el éxito, el dominio de un deporte, de un arte o de una ciencia, entre los de mayor relieve, alrededor del cual han de girar nuestras acciones vitales y de las que el grado del éxito o del fracaso dependerá el nivel de felicidad o de frustración que en definitiva pueda apropiarse de cada uno.
Sin embargo, además de los estados antes señalados, también pueden darse otros más, infinidades, que, aunque menos transcendentales que estos, por ello los denominaremos “Estados de resonancias transitorios”, nos harán más llevadera la vida, estimulando la consecución de la resonancia directriz vital, la que en última instancia perseguimos: Un buen negocio, un título académico, un reconocimiento por nuestra labor en cualquier disciplina, un triunfo deportivo, un viaje, la educación de los hijos, una mejor posición social y económica, una tarde de solaz, un buen libro de lectura, un pasatiempo, y así, un sinnúmero de adquisiciones menores que al final nos permitirán con poco o mayor esfuerzo alcanzar la tan anhelada resonancia directriz fundamental, si es que no desfallecemos antes en su intrincada búsqueda, lo común en nuestra cultura.
Resonantes, resonadores, pulsaciones
Cualquiera de nosotros, una gran ventaja, podría en un momento dado, transformarse en un resonante o en un resonador, ya sea que emocionalmente emita un paquete de frecuencias de efectos resonantes, o que las perciba igualmente. Un personaje de éxito, un cantante de moda para ser más explícitos, serían resonantes en un momento dado, esto es, cuando en torno suyo se aglomeran las multitudes, con el fin, ya que ese es el fin, de entrar con él en resonancia y viceversa: Un diapasón que al vibrar en una frecuencia especifica, hace vibrar a otro u otros diapasones idénticos circundantes. Para el caso, las multitudes hacen de resonadores, pero estas a su vez responden como un resonante, reforzando el efecto final.
En otras circunstancias, sin embargo, nuestro equipo emotivo puede verse sometido a cambios imprevistos en lo que respecta a las resonancias que nos reportan bienestar: La ruptura inesperada de una relación amorosa, una desgracia familiar, el colapso económico, acontecimientos fortuitos que en forma súbita y desgarradora afectan nuestro equilibrio emocional, pero que después de una etapa de conciliación consigo mismo, a semejanza de un registro sísmico, que pasados los efectos abruptos del cataclismo se precipita hacia un nuevo estado de equilibrio, de la misma manera nuestras emociones descompensadas de manera súbita, si así lo decidimos, se atemperarán hasta alcanzar un estado pasivo de resonancias: El sufrimiento callado, la resignación, y lo que sería más importante, quizás, su bloqueo, a fin de que el sufrimiento no nos termine afectando destructivamente, y que, por el contrario, podamos, a pesar de todas las vicisitudes presentes, con solo proponérnoslo, seguir en sintonía resonante con el paquete correspondiente al de las emociones edificantes.
Pero dentro de las resonancias, también se da otro caso, especial por cierto, el de las pulsaciones, que se presentan cuando la diferencia de frecuencias entre las resonancias naturales y las que se perciben del exterior de nuestros sentidos, resultan casi imperceptibles, al estilo de dos emisoras AM con frecuencias próximas en las que en un momento dado estas se refuerzan y luego se anulan (máxima y mínima audición) creando una distorsión en la recepción denominadas pulsaciones, lo que nos lleva a sintonizar a otra emisora. Cuando las frecuencias receptoras naturales y las recibidas son ligeramente iguales, en un principio se confunden conn las naturales, pero debido a las interferencias sutiles que se presentan, con el tiempo terminan agotando los sentidos, tal como suele ocurrir con la música de moda, la brillante y el toreo tremendista en contraposición con el clásico.
Sólo lo genuino, lo que en verdad se ajusta en forma plena con nuestro equipo resonante puede perdurar. De ahí la directriz que el artista debe darle a su obra para que las generaciones futuras la acojan como parte integral de nuestro patrimonio cultural e inmaterial de la humanidad.
Identificarnos con nuestras resonancias naturales, es la tendencia instintiva de las artes: La pintura, la escultura, la literatura, la música. Una obra artística, musical, literaria, entre otras, pasará ocupar un lugar preponderante en la galería de los clásicos, sólo cuando en un grado superlativo, cada una de las resonancias que la identifican con un estado emocional especifico, se plasme en un trazo, en un volumen, en una frase literaria, en un compás o partitura.
Entre mayor sea el grado de afinidad con nuestro complejo emocional resonador, mayor será su arraigo con el paso del tiempo: “Y el toro solo corazón arriba”, frase del poema “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” de Federico García Lorca; “Cien años de soledad”, Gabriel García Márquez; “Alicia en el país de las maravillas”, Lewis Carroll; “El vapor de la sangre humana sonriendo”, frase de Esquilo; “La mona Lisa”, Leonardo Da Vinci; “La novena sinfonía”, de Beethoven; “El Moisés”, de Miguel Ángel; “La víspera de año nuevo”, de Tobías Enrique Pumarejo, son algunos ejemplos de resonancias puras alcanzadas a perpetuidad en una frase, en un verso, en una pintura, en una obra literaria o musical, entre otras múltiples posibilidades de este corte, por siempre arraigado a nuestros resonantes y resonadores naturales en su expresión más pura. A su salud mental y física ¡Y que lo hayan disfrutado!…