Hace ocho años, María Ospino dejó Venezuela y cruzó la frontera por Cúcuta, en medio del éxodo masivo que llenó las calles de esa ciudad. Ospino trabajaba como enfermera en un hospital en Maracay, estado de Aragua, donde ya no tenía insumos ni condiciones dignas para atender pacientes. Esta es una de las razones que la llevó a decidir salir del país.
“Me tocaba prestar los servicios en condiciones demasiado precarias, donde vi muchos niños que prácticamente nos tocaba dejarlos morir porque no había con qué atenderlos y los papás no tenían ni siquiera para comprar una inyección”, recordó Ospino. Llegó a Colombia con la ilusión de ejercer su profesión, pero se encontró con otra realidad: rechazo, estafas, trabajos informales y días en los que vivía con solo pan y café.
Junto a ella, miles de venezolanos llegaron a Colombia entre 2017 y 2021, en uno de los éxodos más grandes que se ha presentado (en el país residen más de 2,8 millones de venezolanos, según Migración) y Cúcuta fue uno de los principales puertos de llegada. Por lo que a las altas tasas de desempleo y necesidades insatisfechas en la población nacional, se le sumó la emergencia migratoria, que principalmente atendieron organismos humanitarios e internacionales.
Valentina Badillo, quien trabaja en apoyo psicosocial en la Fundación Arduvi, que asiste a venezolanos en condición de vulnerabilidad, recuerda que al principio se trató de una atención humanitaria inmediata. “Era una emergencia. Gente durmiendo en la calle, sin comida, sin baños, sin albergue. Había que responder rápido”, explicó.
Ospino fue una de esas personas. El día que llegó la estafaron y perdió todas las cosas de valor que traía para vender. “Me dieron 25 mil pesos y yo pensé que era mucho. Me alcanzó para dos días de arriendo a 10 mil pesos”, mencionó. Por esto, tuvo que dedicarse a trabajos informales, desde vender dulces en la calle hasta trabajar haciendo aseo en viviendas.
La migración ha cambiado
En el último año, el paso de venezolanos ha bajado radicalmente, en gran parte por la serie de medidas que se han impuesto en Estados Unidos contra la migración, por lo que el tránsito en la frontera de Cúcuta con Táchira ha vuelto a ser pendular, como lo era mucho antes del gran éxodo. Con los cambios han ido desapareciendo las organizaciones de ayuda humanitaria, que no solo han menguado su trabajo por la reducción de personas que cruzan, sino también por la desaparición de la ayuda de USAID y la disminución de la cooperación internacional, principalmente desde que estalló la guerra en Ucrania.
A diario se estima que alrededor de 35.000 personas cruzan por los tres puentes internacionales que unen los dos países por esta zona, mientras que los fines de semana la cifra se puede llegar a duplicar. Como los cruces son pendulares, muchos van y vuelven para abastecerse de alimentos y medicinas, mientras que otros viajan para trabajar o estudiar.
La migración de venezolanos de todas formas no ha parado. Ya no cruzan alrededor de 150 personas diariamente, como ocurría en 2024, pero sí se mantiene un promedio de dos personas por día, de acuerdo con el observatorio de Migración Irregular en Tránsito de Migración Colombia. A la par, cerca de medio millón de migrantes se han asentado en Cúcuta. En el caso de Ospino, logró obtener la nacionalidad gracias a su padre, que era colombiano. Ese documento le abrió puertas para conseguir un trabajo como cuidadora y luego como auxiliar de enfermería.
Los cambios en la migración, sumados a los mencionados, han exigido que asimismo se cambie la respuesta local a la asistencia humanitaria. Las organizaciones que aún sobreviven han adaptado su modelo de atención y ahora se concentran en la inserción laboral y el acompañamiento psicosocial a los venezolanos. “Ya no se trata solo de dar una ración de comida. Se trata de ayudar a las personas a estructurar una hoja de vida, entender sus derechos, sanar los duelos migratorios y construir una vida digna aquí”, explicó Badillo.
Sobre esto, Ospino reconoce que el camino no ha sido fácil, especialmente por el rechazo a los migrantes. “Iba a buscar trabajo y me decían que no por ser venezolana. Para arrendar también”.
En paralelo persisten barreras para quienes acaban de migrar, tanto por la falta de programas que faciliten su regularización, como las dificultades que siguen existiendo para hacer trámites consulares, la homologación del título de bachiller o el de formación profesional. “Quiero estudiar seguridad ocupacional, pero sin papeles, no me dejan avanzar”, dijo Ospino. A estos problemas se suman las dificultades de acceso a programas de salud, educación formal o de asistencia fuera de los que brindan organismos internacionales, además de los riesgos de caer en la trata de personas y hasta de que los venezolanos sean reclutados por grupos armados.
La migración está cambiando, y cada una de sus variables requiere un tipo de atención en particular. Ospino señala que dentro de su plan de vida no está volver a Venezuela. “Por cualquier cosa, simplemente porque a ellos les da la gana, usted tiene que darles plata. Así sean cinco dólares, para que lo dejen pasar tranquilo”, pero ella misma ha visto como varios de sus allegados han decidido regresar ante las dificultades para estabilizarse tras migrar.
El tránsito sigue, tanto de salida como de ingreso a Colombia, por lo que no solamente se requiere estructurar planes de atención en fronteras para quienes siguen saliendo, ahora de una forma más reducida y silenciosa, sino también de acogida, pues como lo señala Nastassja Rojas Silva, directora de Amnistía Internacional Venezuela, aunque ya no se vean las mismas cifras de años anteriores, aún se requieren muchas acciones para atender la migración.