Poco después de que un gran cúmulo de lodo y escombros arrasó con Armero, lo único que recuerda Martha Lucía López es que cada tanto el cielo se iluminaba en medio de la noche por explosiones. “Esta es la hora que no sé qué era, yo creo que eran como cilindros de gas los que explotaban”. Cuando comenzó a amanecer, lo primero que vio fue una bruma, como si se tratara de neblina espesa, que la rodeaba, pero a medida que fue saliendo el sol fue consciente de la dimensión de la tragedia. “Yo estaba en un techo y alrededor no quedaba nada. Todo estaba inundado y ya no había casas”. En ese momento ella estaba a salvo, pero no sabía qué había pasado con su hijo, Sergio Melendro, de cinco años, quien se quedó durmiendo en su cuarto.
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El 13 de noviembre de 1985 López salió del municipio para realizarse exámenes que le confirmaron que estaba embarazada; tenía tres meses. Al volver vio que caía ceniza, y como muchos otros se asustó cuando se comenzó a decir en las noticias que el volcán Nevado del Ruiz podría haber hecho erupción.
Poco después de eso, su esposo le dijo que iría a averiguar qué pasaba a la estación de Bomberos. Ella quiso acompañarlo, y fueron juntos en el carro. No encontraron a nadie, pero cuando regresaron se encontraron de frente con el lodo y los escombros que ya recorría varias calles del municipio. “El carro se lo lleva la avalancha, por lo que yo termino corriendo en sentido contrario hacia donde iba la gente, porque yo intentaba subir una cuadra para llegar a la casa mía, pero no de frente, sino de lado, porque uno a un río lo nada más fácil así. Por eso fue que nos salvamos, porque cerca del hospital, donde quedamos, logramos subir a una parte alta”.
Lo que pasó después no está en la memoria de Martha, su mente lo suprimió y su familia tampoco se lo quiso recordar, pues en un principio la prioridad era su salud y el embarazo de alto riesgo que tuvo que llevar los siguientes meses.
La historia volvió a tocarla años después, cuando uno de sus hermanos le confesó que un rescatista en Venadillo le aseguró que había visto al niño. Lo reconoció por el apellido, y además le dijo que tenía una herida en el brazo, y aunque lo buscó, no logró encontrarlo. Algo similar le terminó confesando su otra hermana, quien le dijo que luego de mostrar la foto del niño por televisión, la llamaron del ICBF para decirle que fueran a recogerlo, pero al llegar a la sede de la institución, en Bogotá, no los dejaron entrar ni les dieron razón del niño.
Ahí no terminan las confesiones, pues a Martha una amiga también le señaló que en una tienda de Benetton en Nueva Orleans, un empleado italiano le había dicho que su sobrino había sido adoptado de Armero, y coincidía con los rasgos de Sergio.
“Yo no estaba en condiciones mentales ni físicas de ir, y también tenía el riesgo de perder a mi bebé, entonces ellos consideraron que era mejor no contarme para que no me ilusionara e hicieron todo a mi espalda, pero eso fue desafortunado, porque si yo hubiera sabido no hubiera desfallecido en lo que tuviera que hacer”, añade López.
Cuando se enteró, Martha fue hasta Venadillo, pero no encontró nada. También viajó a Nueva Orleans, pero la tienda ya no existía. “No es lo mismo buscar cuatro años que veinte después de la tragedia. El rastro se perdió”.
En el sentido contrario, Jenifer de la Rosa, quien nació una semana antes de la tragedia y fue dada en adopción a españoles cuando tenía dos años, tuvo claro desde los 10 que quería conocer más de sus orígenes. Tenía un nombre: Dorian Tapasco, y dos referencias: Chinchiná y Armero. Así fue como con empeño y apoyo de la Fundación Armando Armero encontró a su hermana Ángela, tras realizarse pruebas de ADN, y a la mamá sustituta que la tuvo durante sus primeros años de vida.
Al respecto, Francisco González, quien creó la fundación, asegura que este tipo de encuentros se han logrado después de años recopilando información de las personas desaparecidas y con apoyo de instituciones, como el Instituto de Genética Yunis Turbay, que ha donado más de 300 pruebas. “Esta es una labor de resistencia. Todos los de Armero hemos resistido a los avatares del silencio. Acá tenemos a madres que seguirán buscando sus hijos toda la vida, y aún nos hace falta una ley que permita investigar y llegar a la verdad. ¿Qué pasó con esos niños que fueron adoptados?”.
Ayer, a orillas del río Gualí, Martha y Jenifer se conocieron. Ambas fueron las primeras en lanzar sobre el río las imágenes de los niños desaparecidos como parte del homenaje a las víctimas de la tragedia. Para Martha, el recuentro de Jenifer con su madre sustituta es una prueba de que aún puede pasar cualquier cosa, aunque cree que cuatro décadas después de la tragedia la búsqueda ahora la deberían encabezar esos niños que fueron adoptados. “Ojalá muestren interés y quieran encontrarnos a nosotras, porque ya son adultos. No podemos borrarles la vida que han tenido, pero sí decirles que no fueron abandonados y que no estamos en contra de sus padres adoptivos. Para mí sería maravilloso que nuestros hijos regresen a nosotros”.