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Grandes mujeres que construyeron oportunidades en negocios

La edad no ha sido límites para las mujeres que desde sus comunidades han aprovechado sus saberes y habilidades para sacar adelante proyectos que generan nuevas fuentes de ingreso para sus familias, visibilizan los saberes de sus culturas o fortalecen procesos que mejoran la calidad de vida de las personas en sus regiones.

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Valeria Gómez Caballero
09 de marzo de 2025 - 12:21 a. m.
Rocío Agudelo, Juana Pérez y Carmen Mestra han trabajado por sus comunidades.
Rocío Agudelo, Juana Pérez y Carmen Mestra han trabajado por sus comunidades.
Foto: Archivo particular
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Las mujeres han sido el pilar de sus hogares y comunidades por generaciones, pero muchas de ellas han ido más allá y han encontrado en el emprendimiento una forma de fortalecer aún más su independencia y con ello apoyar a quienes las rodean. Sin importar la edad ni las dificultades, han logrado transformar lo que antes eran oficios cotidianos en negocios sostenibles, creando oportunidades para otras personas en el camino.

Sus historias no solo reflejan esfuerzo y determinación, sino también la capacidad de adaptación a nuevas formas de trabajo sin dejar de lado sus raíces y propósitos de vida.

Este es el caso de estas mujeres, que se encuentran en diferentes partes del país y lideran procesos que incluyen a sus familias o comunidades; en medio de condiciones hostiles en sus regiones, ya sea por la presencia de grupos armados o por las inequidades que genera la lejanía con grandes centros económicos.

Estas mujeres no son grandes empresarias, ni figuras de los medios, pero sí ejemplos de que con su liderazgo su entorno cercano ha tenido importantes cambios en los últimos años.

El resguardo de Mama Juana

En el Raudal de Mavicure, en Guainía, Juana Pérez Medina, más conocida como “Mamá Juana”, encontró una oportunidad en el turismo. A sus 65 años, esta mujer de la etnia puinave recuerda cómo antes sobrevivía de la pesca a la que se dedicaba su esposo, así como del cultivo de yuca, piña, mapué, guama, chontaduro y otros frutos, y de lo poco que ganaban vendiendo casabe, mañoco (preparación de la región).

Pero, desde hace cuatro años, la mujer decidió construir “La Cabaña de Doña Juana”, un restaurante y hospedaje que levantó junto a su familia, cargando palos y palmas para hacerlo realidad, en un terreno del resguardo indígena. “Lo hicimos con la fuerza, digo yo, porque no teníamos nada cuando comenzamos, no teníamos recursos, iniciamos de a poquito”, dice.

Aunque aún se enfrenta a desafíos, como los altos costos de traer insumos desde Inírida, que pueden superar el millón de pesos por transporte fluvial, cada semana recibe entre 10 y 15 visitantes, y en ocasiones grupos de hasta 30 personas que buscan probar los sabores tradicionales cocinados en leña y carbón.

Para Mamá Juana, el turismo ha sido una oportunidad que desconocía, con la que ha mejorado su calidad de vida, ya que no debe exponerse a largas jornadas bajo el sol en los cultivos, que ya la tenían enferma. “Antes no sabíamos qué era el turismo, ahora lo entendí”, afirmó. El sueño no para. Ahora planea construir otras cabañas, ampliar la capacidad de su hospedaje y hacer alianzas con operadores turísticos. Hoy en su restaurante, cada plato es un reflejo de su historia, mientras que el hospedaje se ha convertido en resguardo de su cultura y tradición ancestral.

Una junta de hermanas

Con un litro de leche Rocío Agudelo, de 59 años, comenzó a vender cremas artesanales desde su casa en Caldas, Antioquia. Su prioridad era estar presente en la crianza de sus hijos, por lo que buscó una alternativa de negocio que pudiera manejar desde casa. Empezó a vender sus cremas entre vecinos y familiares hace 14 años; una persona la recomendó con otra y poco a poco comenzó a tener más cliente y con ello la necesidad de ampliar su negocio. Invirtió en congeladores y la producción comenzó a requerir decenas de litros de leche.

La oportunidad de expansión la llevó a asociarse con sus hermanas, Dora y Mercedes, junto a las que formalizó Delicrem+ hace 4 años. Actualmente, producen entre 3.000 y 3.500 cremas diarias de 16 sabores, llegando a más de 700 clientes, muchas de ellas amas de casa que revenden el producto.

El crecimiento del negocio les permitió a las hermanas trasladarse a un local más grande y ofrecer domicilios, incluso llegar a otros municipios aledaños, y aunque ya tienen una base sólida, siguen pensando en crecer, por lo que su próximo objetivo es lograr la distribución nacional de su producto, por lo que ya trabajan en ello.

Para Rocío, este negocio no solo significó estabilidad económica, sino también la posibilidad de ayudar a otras mujeres y a su familia, pues junto a ella también están sus hijos. “Ahora ellas tienen su propio dinero, no tienen que esperar a que el esposo les dé para comprar lo que necesiten”, afirmó. En el proceso tiene un consejo para aquellas mujeres que quieran emprender: “No hay que tener miedo de invertir. Si se trabaja con amor y dedicación, eso se refleja en la calidad de lo que se ofrece”.

Una simbiosis para creer en el campo

Una frase que apareció en una pancarta en el corregimiento de Berastegui, en Ciénaga de Oro, Cesar, fue clave para Carmen Mestra: Los sueños sí se pueden cumplir.

Eso fue en el 2017. Meses atrás habían trabajado con una fundación en establecer las problemáticas de la comunidad, entre las que resaltaron la falta de oportunidades tanto para las personas adultas como para los jóvenes. “A veces, los muchachos terminan el colegio y después no tienen para irse a estudiar a otra parte, ni opciones para quedarse a hacer otras cosas”, dice Mestra de 62 años.

Analizaron el problema y las opciones que tenían, entre las que destacó la agricultura, pues la zona es rica en suelos fértiles que nadie explotaba. “Lo primero fue enamorarnos del cultivo. Yo era ama de casa y no tenía idea de nada, pero a través de capacitaciones aprendimos lo que teníamos que hacer y comenzamos”. Al principio, sembraron 27 especies de hortalizas y productos que no se daban en la región, como los repollos o las zanahorias, y así empezaron a organizarse en grupos, que rápidamente consolidaron en organizaciones.

La de Mestra es Asproaber (Asociación de pequeños productores agrícolas de Berastegui), que hoy está integrada por 15 mujeres y seis hombres, quienes no solo han trabajado de la mano para obtener nuevos ingresos, sino también para fortalecerse como personas. Esto lo resalta Mestra, porque dice que varios han superado la timidez, pero también porque a nivel personal logró un sueño que había creído frustrado: ir a la universidad. “Estuvimos en la Universidad de Córdoba en una capacitación de transformación de alimentos y eso fue maravilloso”, añade.

Con dedicación y empeño, Mestra ha liderado el proceso y motivado a sus compañeros a seguir, lo que ya ha dado resultados. Su asociación se agremió con otras tres y juntas trabajan en fortalecer proyectos productivos, por lo que ya suman 96 familias involucradas en las actividades agrícolas que realizan en la región. “Hablamos de familias porque todos participan. Cuando hacemos actividades llegan los esposos, hijos y nietos”, indica Mestra.

Lo que tienen ahora es un proceso de valor. Además de las hortalizas que producen y venden en mercados campesinos, han creado un ají con ajonjolí, limoncillo y albahaca, así como una miel saborizada a la que añaden cúrcuma y jengibre. Y no paran de soñar, ahora están organizando un proyecto textil llamado La Rural, con el que esperan seguir fortaleciendo su trabajo en comunidad, a la cabeza de Mestra.

Por Valeria Gómez Caballero

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