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Mardonio Mejía: lo que pasa después de la muerte de un periodista

A finales de enero fue asesinado Mardonio Mejía, periodista de San Pedro, Sucre. Su nombre se suma a la lista de 166 reporteros ausentes en Colombia, asesinados por razones vinculadas a su oficio desde 1977. En los últimos 16 meses han sido asesinados cuatro periodistas locales.

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Daniel Chaparro*
16 de febrero de 2024 - 02:37 p. m.
Mardonio Mejía fue fundador del periódico “La Plana” y de TeleMardo, el primer canal de televisión de San Pedro. / Paula Sánchez
Mardonio Mejía fue fundador del periódico “La Plana” y de TeleMardo, el primer canal de televisión de San Pedro. / Paula Sánchez
Foto: Paula Sánchez
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¿Qué sucede cuando asesinan a un periodista? ¿Qué se llevan los violentos? ¿Qué le arrebatan a la gente? Apenas musitamos algunas palabras para responder a estas preguntas, pero la falta de claridad en las respuestas nos lleva a un lugar al que nos hemos aproximado en las últimas décadas. Un espacio conocido, que visitamos de tanto en tanto, cada vez que nos enteramos de la noticia de la caída de un periodista, pero en el cual no logramos establecer las dimensiones de su pérdida.

El miércoles 24 de enero asesinaron en San Pedro, Sucre, a Mardonio Mejía, gerente y periodista de Sonora Stereo 94.3 FM, la única emisora del pueblo. Lo hicieron cuando Mardonio guardaba su moto en un pequeño espacio de su casa que le servía de parqueadero. Una casa de madera grande y esquinera, color azul claro, patio y techo alto, en donde también funcionaba la emisora. A las 6:55 de la tarde, en la puerta por donde se entraba a la emisora, fue asesinado Mardonio, su único periodista.

La noticia de su muerte llegó en la víspera del reconocimiento de responsabilidad del Estado por el asesinato de Guillermo Cano, otro periodista y director, asesinado hace 37 años a la salida de su medio: El Espectador. En ese evento, donde la justicia colombiana empezó a mover sus piececillos para reconocer su falta, casi 40 años después, se mencionó el asesinato de Mardonio.

Jonathan Bock, director de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), comentó un deseo ingenuo, muy común entre quienes hemos estado cerca a periodistas que han sido asesinados: el de volver al instante previo a su muerte para dar una seña o emitir un sonido que evitase su caída, para evitar el rumbo del destino desde ese momento hasta nuestros días. Dijo Bock: “Si yo pudiera tener esa oportunidad, retornaría a mi infancia, dejaría hablar a mi niño interior, a mi niño ingenuo y le pediría al tiempo que se detuviera antes de las 7 de la noche del 17 de diciembre de 1986. Pero ese es el sueño de un niño ingenuo, y sabemos que es imposible”.

Como imposible también lo sabe Yuri Quintero, hermano de Guzmán Quintero, periodista asesinado en Valledupar en 1999, que también hizo pública esa fantasía. Escribió un texto que recoge el trabajo periodístico de su hermano y plantea con claridad quiénes fueron los responsables de su muerte: “Cada día, durante los quince años que han transcurrido desde el asesinato de mi hermano Guzmán Quintero Torres, rememoro el domingo 12 de septiembre de 1999, cuatro y treinta de la tarde, de fuerte sol, cuando lo saqué de la sala de redacción del periódico El Pilón con la excusa de ir a comer empanadas, y como no encontramos expendios abiertos, terminamos lamiendo helado bajo el emblemático palo de mango, de la plaza Alfonso López Pumarejo en Valledupar… “Hey, Manzo, vienen por ti, ¿qué esperas? Mira cómo se han dado las cosas, hagamos algo”. En algún momento consideré que me había equivocado por no haberlo obligado y sacarlo por la fuerza de Valledupar”.

Ese momento previo, que en Colombia se multiplica por 166 periodistas, es un anhelo imposible para esta y cualquier sociedad. Pero ¿qué sucede después?, ¿qué implica cada asesinato de periodistas en el país?, ¿cómo interpretamos ese intervalo de silencio que le sigue a su muerte, qué nos resulta tan largo?

No tengo respuestas para esas preguntas, por lo menos no de manera exacta, pero también fantaseo con tenerlas. Solo sé que tras la muerte de Mardonio Mejía pude, en compañía de dos periodistas, ver ese silencio. Un silencio que se estiraba por todo San Pedro cuando, ocho días después de su asesinato, lo visitamos en una misión que realizó la FLIP para indagar las razones que motivaron el homicidio.

San Pedro es un pueblo pequeño, de buenas vías, de casas blancas en su mayoría y comercio activo. Durante los dos días que lo recorrimos, no escuchamos salir ningún sonido de los parlantes, dispuestos en cada restaurante y cafetería, para sintonizar la emisora Sonora Stereo, que estuvo apagada desde el 24 de enero. La anchura de ese silencio debe alcanzar las veredas del pueblo, lugares que no visitamos, pero que supimos eran a los que Mardonio dedicaba con empeño su trabajo periodístico, en el noticiero Amanecer campesino.

Tal vez, un campesino de rostro huesudo y piel tostada por el sol, que escuchaba sin falta el noticiero de Mardonio al despertar, tenga las palabras exactas para decirnos qué sucede después de la muerte de un periodista.

*Asesor de dirección de la FLIP.

Por Daniel Chaparro*

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