El general Jaime Ernesto Cabal, comandante de la Tercera Brigada de Cali, levanta el tono de voz para que nadie olvide que el Eln incumplió su promesa de no volver a realizar “pescas milagrosas”. El eco de sus palabras atraviesa el casino de oficiales del Cantón Nápoles de la III División del Ejército, donde se escucha un murmullo de llanto y una salva de aplausos.
Son las 5 y 25 de la tarde de este domingo de terror en Cali. Y las lágrimas y las palmas forman parte del improvisado comité de bienvenida para el grupo de personas que en la mañana de ayer fueron secuestras por el Eln en plena iglesia y momentos antes de que el padre Jorge Humberto Cadavid sentenciara: “Podéis ir en paz”.
El rescate se produjo a cuenta gotas durante una jornada angustiosa. “No los vamos a dejar ir así de fácil”, prometía, una y otra vez, el general Jorge Enrique Mora, comandante del Ejército, a un lado del salón. El rostro del oficial era contradictorio. Sonreía levemente para anunciar: “Ya traen otro grupo, entre ellos un bebé de brazos”. Y fruncía el ceño cuando reconocía que en poder del grupo insurgente aún estaban unas 30 personas más.
En total el Eln se había llevado al menos a un centenera de personas. La suma rompe todos los registros en la historia del conflicto armado, pues nunca antes la guerrilla había realizado una “pesca milagrosa” en el casco urbano de la ciudad, como ocurrió ayer a las 10 y 15 de la mañana, en esta capital, la segunda en importancia del país.
“Hay una bomba”
“Es un hecho de locos”, le dijo el general Mora a El Espectador, para calificar a los autores del grupo que retuvo a las personas en la iglesia La María, en el exclusivo sector de Ciudad Jardín, en una mañana diáfana que ni siquiera anunciaba lluvia.Sin embargo, guerrilleros armados con fusiles y pistolas, y con brazaletes rojo y negro, irrumpieron en la pequeña iglesia aún en obra negra, y metieron a la fuerza en dos furgones a los secuestrados para darle un giro a la vida de unos feligreses cuyo único pecado ayer fue ir a invocar a Dios.
La acción fue rápida y calculada. La reacción también. El batallón de contraguerrilla Primero de Nomancia fue el que empezó la persecución de los guerrilleros que huían hacia la zona rural de Jamundí, de vegetación boscosa y espesa, con sus víctimas: mujeres, hombres y niños. Germán Joens, 56 años, uno de los secuestrados que entró ayer perplejo, emocionado y sudoroso al salón donde se concentraron los rescatados, se abrazó con sus familiares en medio de un mar de micrófonos que lo asediaban. Tomó una bocanada de aire y recordó lo que ocurrió un par de horas atrás: “Éramos demasiados, no podían llevarnos tan rápido como ellos querían. Uno a uno fuimos quedando libres”.
En el otro extremo el general Mora seguía dando órdenes. Hablaba con un oficial de la Fuerza Aérea Colombiana, para coordinar las operaciones.
“¿Cuántos helicópteros tenemos en la zona?”, preguntó. “Cuatro”, le respondió el oficial. “No vamos a descansar”, ordenó Mora.
Y era cierto. Sus hombres corrían con sus armas. Por los radios se transmitían órdenes y felicitaciones, porque simultáneamente los familiares de los rescatados se acercaban para agradecerle: “Gracias, general, Dios lo bendiga”. La cálida voz era interrumpida por otra de inquietud: “General, ¿dónde está mi papá?”
Al revisar las listas no se hallaba una respuesta y el general volvía a fruncir el ceño.
Entre tanto, Joens caminaba hacia los brazos de un ser querido que le gritaba ¡Bienvenido!. “¿Estás bien?, le preguntaba. Le respondía afirmativamente y le contestaba que el susto mayor ocurrió cuando los guerrilleros ingresaron a la iglesia gritando que había una bomba: “Todos salimos presurosos, pero cuando nos dimos cuenta íbamos casi en fila hacia los furgones”.
Una polvareda se levantó de la iglesia La María aún sin terminar. Y el padre Jorge Humberto Cadavid se daba cuenta de que todo era una trampa de la guerrilla a la que había visto el día anterior.
En efecto, un grupo de guerrilleros llegó hasta el púlpito y le pidió ayuda porque, según dijeron, eran reinsertados y no tenían para comer. Cuentan varios testigos que esa noche del sábado hubo unos buses estacionados durante varias horas en el lugar al que varios muchachos simulaban arreglar.
El padre Cadavid, siempre generoso, como lo definen quienes lo conocen, les dio parte de la limosna y se lamentó de la suerte de otros que sufren más que él, que acaba de enterrar a su padre.
Salva de aplausos
“Estaba hablando el padre”, dice la pequeña Margarita Iragorri, de siete años, vestida de blanco, cabello rubio, una de las rescatadas, para detallar el momento en el que ocurrieron los hechos. La niña y su hermano Daniel, de tres años, volaron ayer el casino de oficiales del Cantón Nápoles, entre los brazos de militares, familiares y periodistas, que los pasaron hasta donde se hallaba su madre, Margarita.Entre las 6 y 15 de la tarde, justo cuando el general Mora ofrecía una rueda de prensa y se escuchaba la salva de aplausos, bañados de lágrimas, cuando los niños hicieron su ingreso al salón. Era tal la multitud que las manos solidarias espontáneamente los levantaron y los pasaron como si volaran, hacia el regazo de su madre. Eran lágrimas de felicidad y de angustia, porque si bien los niños están libres, su pare, Luis Adolfo, seguía anoche secuestrado.
El bochorno en el salón era asfixiante. Los liberados lloraban, los familiares de los secuestrados preguntaban y el general Jaime Ernesto Canal exclamaba: “¡Mintieron, mintieron!”
El general no les hablaba a sus adversarios sino a los seres humanos que faltaron a su promesa. Tal como lo hizo monseñor Isaías Duarte, cuyas palabras se reproducían por los radios que inundaban el salón: “Esta guerrilla debe dejar de ser criminal y asesina”.
Se refería al Eln, un grupo que surgió en el seno de la Teología de la Liberación y que ayer profanó una iglesia para llamar la atención del país y causar dolor a una multitud que anoche, en este salón, se confundía entre brazos y aplausos, y órdenes para que la persecución continuara.