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Miraflores: once años, cuatro historias

A propósito de los 11 años que este lunes cumplen en cautiverio los uniformados de dicha toma, el ex gobernador Alan Jara, la persona que más compartió con ellos, recuerda anécdotas vividas a su lado en la selva.

Alfonso Rico Torres / Enviado especial a Villavivencio
01 de agosto de 2009 - 06:00 p. m.

Once días después de que arrancara su pesadilla, que vendría a durar 2.760 noches, los conoció. "Me secuestraron el 15 de junio de 2001, hace ocho años, y en camino, atravesando la zona de distensión desde el municipio de Lejanías (Meta), me gasté 11 días hasta llegar a un sitio donde estaban 28 militares y policías, hoy día los llamados canjeables".

"Era el primer civil en entrar a ese sitio. En el momento en que a mí me metieron a la jaula, al campamento donde estaban todos ellos, recuerdo mucho, sentí una solidaridad total. Todos, de una u otra manera, trataban de que no decayera. Y me llamó mucho la atención pensar que estas personas ya tenían tres años de cautiverio y no fui yo quien llegó a darles ánimo sino ellos a mí. Además conservan su dignidad, su integridad como soldados, respetando los grados y sintiéndose muy orgullosos de ser integrantes de la Fuerza Pública".

Y es por ello, por haber estado con los que siguen aguantando en la selva, que puede dar fe de sus historias. Ya en su casa de Villavicencio, en libertad, el ex dirigente político del Meta recuerda los momentos que junto al cabo Róbinson Salcedo Guarín, el teniente William Donato Gómez, el sargento Arbey Delgado Argote y el cabo Luis Alfredo Moreno, todos con diferentes grados dentro del Ejército por cuenta del ascenso que les han dado por ley, pasó en medio de la tragedia. Este 3 de agosto, estas cuatro personas cumplirán 11 años desde que fueron secuestradas tras el ataque de las Farc a Miraflores (Guaviare), cuando cerca de 500 insurgentes asaltaron la base antinarcóticos y se los llevaron.

El ex gobernador resalta cómo eran esos ejercicios de esparcimiento con el único fin, según sus palabras, de "robarle tiempo al secuestro". O como díría el policía Carlos José Duarte Rojas, plagiado en la Toma de Puerto Rico (Meta) el 10 de julio de 1999, como lograban, los militares aún, ponerse la máscara del payaso. "Podíamos reirnos, pero el dolor estaba por dentro", dice lacónico.

'El Mechudo' de Armero

La historia del cabo Róbinson Salcedo es de no creer. El 13 de noviembre de 1985, cuando Armero quedó hecha lodo y piedra, el entonces adolescente fue avisado y como pudo le escapó a la muerte, suerte que no corrió gran parte de su familia.

Pitalúa, como lo conocen sus seres queridos, se enfiló en el Ejército a pesar del malestar que para la señora Trina, su madre, y Marta, su hermana, representaba dicha decisión. Así, cumplidos ocho años al interior de la institución y con 26 años de edad, llegó la Toma de Miraflores en 1998, el motivo por el cual perdió su libertad.

"A él lo conocemos como 'El Mechudo' porque decidió no cortarse el pelo hasta que esté en el helicóptero que lo traiga a la libertad. Lo tiene larguísimo y, como cosa curiosa, es el peluquero de los demás. Es él quien más muestra una coraza, como si nada le importara, aunque esté sufriendo", recuerda el ex gobernador Alan Jara.

"Es una persona con una mística y una convicción a toda prueba, con decirle que de recortes de camiseta armó una bandera nacional y la iza de 6:00 am a 6:00 pm mientras los guerrilleros lo miran; no se lo tienen prohibido. Es muy hábil con las manos para reparar cualquier cosa, hasta un radio viejo. Improvisa una linterna, se inventa un morral y casi nunca esos implementos son para él, sino para quien lo necesita", agrega. 

"De Róbinson Salcedo supe que fue un sobreviviente de Armero y que él era casi un niño cuando se presentó la tragedia. Esa historia la sé porque en las clases de inglés él me las fue contando, en inglés", apunta el ex gobernador, tras explicar que de aquel hombre silencioso en demasía, oriundo de Ambalema (Tolima), no tiene referencia hace varios años, pues luego de compartir los primeros tres del secuestro, tiempo durante el cual supo de varios dolores en la espalda de su amigo, la guerrilla los dividió.

El hombre de la radio

A los 19 años de edad, William Donato Gómez decidió ser integrante de la Fuerza Pública. Amante del fútbol y velocista empírico, este hombre nacido en Sogamoso en 1966 muy rápido se fue destacando como oficial en la Escuela General Santander hasta que terminó en la base antinarcóticos de Miraflores, un sitio nada fácil para un uniformado teniendo en cuenta la amplia presencia guerrillera en el sur del país.

El día de la Toma estuvo a poco de salvarse del secuestro, pero la guerrilla prefirió llevárselo mal herido a pesar de lo que esa situación significaba para su traslado.

"Con el teniente William Donato Gómez, hoy en día teniente coronel, tengo un recuerdo muy bonito. La noche que yo llegué decidió regalarme su radio. Y la radio para el secuestrado lo es todo porque es el contacto con su familia. Él me preguntó: 'Doctor Jara, ¿usted tiene radio?'. Le pedí que no me dijera doctor, que me llamara Alan. Y de nuevo dijo: 'Doctor Jara, ¿usted tiene radio?' Yo no tenía radio. Entonces me dijo que mejor lo tuviera de manera que pudiera escuchar a mi familia. Ante un gesto de esos, de una persona que no lo conoce a uno, que está en peores circunstancias por llevar más tiempo secuestrado, queda uno asombrado. Construí con él una amistad muy sólida. Y con la familia, ahora que estoy libre, también tengo una relación muy cercana. Ese gesto que tuvo conmigo lo tuvo con todo aquel que iba llegando secuestrado".

El ex gobernador también recuerda que con él compartió todo el tiempo del secuestro, razón por la cual se conoce a la perfeccción las anécdotas del uniformado con María del Carmen o Jaqueline, su madre y su hermana, respectivamente. "Cuando empezó el proceso de liberaciones unilaterales él se alegraba muchísimo porque otros iban a salir, en lugar de estar triste porque no salía. Él, al igual que todos los militares y policías que siguen allí, tienen la consigna de que uno que salga es ganancia. Es una de las dos


personas, junto al general Luis Herlindo Mendieta, que decidió estudiar ruso e inglés, los demás optaron por estudiar un solo idioma, y le puedo decir que él hoy perfectamente entiende los dos idiomas".

De acuerdo con Jara, Donato no tiene hijos, no es casado, pero sus padres y sus hermanos son su mundo. "En cuanto a su estado de salud no teníamos la certeza de saber qué enfermedades tienen los militares secuestrados porque no hay un médico, pero a él se le inflaman las piernas y tiene dificultades para orinar, de manera que intuíamos que tiene alguna enfermedad renal".

El locutor

Aquel domingo 2 de agosto de 1998, el sargento Arbey Delgado no abordó el helicóptero que lo llevaría junto a Gladys Duarte, su esposa. Como era habitual, al otro día, cada primer lunes de mes algunos de ellos obtenían una licencia para irse de vacaciones, caso de este militar. Sin embargo, no tomó ese vuelo por razones que sólo él conoce. Al día siguiente vivió un infierno del cual nada que sale.

El ex gobernador del Meta explica que junto a él, nacido en San Agustín (Huila), al igual que con Donato, estuvo todo el tiempo en la manigua. "Es una persona humilde, del campo, dedicada tanto a sus cosas que terminó hablando el inglés a fondo. Me sorprendió que en unas de las extenuantes caminatas, de 12 horas tal vez, me decía que en qué me podía ayudar. Maneja muy bien el tema del secuestro en la medida que, al igual que los demás, se sobrepone a las dificultades con mucho espítitu y ánimo".

El suboficial cumplirá 40 años de edad este 2009 aguardando su turno por la libertad y por darse a conocer con sus hijos Féyer, Sharon y Dayana, que no lo recuerdan porque eran muy pequeños cuando pasó lo que pasó. Además, como nunca es tarde, no se descarta que Delgado Argote le dé rienda suelta a la intención que tenía antes de quedar cautivo: ser locutor. "No siempre puede oir a sus hijos. Y claro, eso lo afecta mucho, al igual que cuando no puede oir a su mamá o le dicen que su papá está enfermo", recuerda Jara. 

"Fueron tantas las charlas con ellos, con él, que llegué a conocer a sus familiares sin haberlos visto. Arbey Delgado tiene una familia numerosa, la mayoría de ellos están en una vereda de Pitalito (Huila). Con decirle que conozco perfectamente la ubicación de las cosas en las casas de ellos porque lo hablamos demasiado", según Jara.

En cuanto al estado de salud del sargento, el ex dirigente llanero manifiesta su preocupación. "A Arbey Delgado le salen como unos chichones en la cabeza, en el cuello, sufre de muchos espasmos en la espalda. De él y de Donato puedo dar fe porque estuve con ellos en el momento en que me sacaron del campamento rumbo a la libertad sin yo saberlo. Ni siquiera pude darles la mano".

El dibujante introvertido

"Desde el día de mi liberación quise mostrar que no se trata de unos policías o militares sino de unos seres humanos que en esa condición, de humanos más que de militares, llevan 11 años allá. Son angustias, dolores, tristezas que se sufren en esa condición humana más allá de ser teniente o sargento".

Es la consigna del ex dirigente político para explicar el caso del nariñense Luis Alfredo Moreno Chagüezá. "Es una persona muy callada, muy introvertida, Nunca quiso estudiar en mi 'Escuelita de inglés', pero sí en mi 'Escuelita de ruso'. Es muy bueno dibujando, además que su letra es casi de molde, le hace tarjeticas y detalles a los demás cuando está previsto enviar pruebas de supervivencia".

De acuerdo con Jara, fue de los alumnos más aplicados mientras duró la gran 'La escuelita de la selva'. "Al día siguiente de empezar mi cautiverio les pregunté en qué se gastaban el tiempo libre, que era eterno. Decían que daban conferencias sobre sus especialidades. Intercambiaban experiencias, así que me preguntaron yo qué les podía aportar. Cuando les ofrecí enseñar inglés y ruso arrancó la 'Escuelita de la selva', con alumnos que llevaban dos o tres años de secuestro. Eran con todas las de la ley: horario, tarea, composiciones, se hacía examen, se calificaba, se respetaban los días festivos, teníamos el receso a mitad de año y al final, como aquí, en la libertad. Asumimos en esos momentos de clase, de 8 a 12 de la mañana, que estábamos libres, a pesar de que muchas veces me tocó dictar y ellos escuchar con las cadenas puestas o suspenderlas cuando había aviones sobrevolando. Así se fueron tres años".

En ese ir y venir de clases, Jara recuerda los momentos más duros para Luis Alfredo Moreno, padre soltero. "Lo llama la mamá, en realidad le envía mensajes, pero uno termina confundiendo terminología estando allí, y es increíble cómo ella transmite ese dolor, todos lo sentíamos. Ha tenido paludismo, al igual que todos, y uno sabe que está sufriendo porque su hijo está creciendo sin él". Con Luis Alfredo perdió contacto en 2004, cuando hubo la división de grupos.

Un día más

Finalmente, Jara recuerda cuán difícil es un día en la selva y qué tan urgente es traerlos de vuelta a todos. "El día iniciaba a las 5 de la mañana porque hay un programa de mensajes que se llama La Carrilera de las 5, por Antena 2, dura una hora y era, sigue siendo para ellos, una manera de empezar el día con el pie derecho porque se escucha a la familia. A las 6 la guerrilla abría la jaula, el campamento donde nos tenían. O, si las circunstancias eran diferentes, por ejemplo si íbamos marchando, nos soltaban las cadenas. Estando en campamento ellos traían tinto, espacio durante el cual hablábamos de los mensajes que nos habían dejado. También de las noticias que escuchábamos del acuerdo humanitario. Y mirábamos ese tema como aquella montaña rusa con subidas y bajadas que a veces se quedaba meses, años, sin que produjera ningún resultado".

Y agrega: "Nos daban un desayuno y posteriormente las clases. Ahora supongo que cada uno estará estudiando de manera individual o se sientan y repasan. También les llegué a hablar de Napoleón, de Alejandro Magno, de la Segunda Guerra Mundial, mucha geopolítica. Hacia las once venía el almuerzo y luego de ello la guerrilla ordenaba el baño. Después teníamos espacios de esparcimiento, como cartas, dominó o ejercicios de memoria, con el fin de robarle tiempo al secuestro. De dos a cuatro de la tarde jugábamos parqués cuando se podía y escuchábamos programas tipo Luciérnaga o Cocuyo".

En lo referente a la comida llegan a su mente situaciones insólitas. "La guerrilla tiene un presupuesto que determina hasta cuánta azúcar hay que echarle al café. Por ejemplo, a mí me gusta el café sin azúcar y nunca logré que me lo dieran así porque así estaba previsto en las cuentas. También le aplicaban aceite a la sopa, nosotros decíamos que no era necesario. No obstante, ellos decían que el presupuesto decía que había que hacerlo. Pasamos mucho tiempo entre arroz y alberja un día y arroz y frijol al otro. Cuando uno se desubicaba respecto a saber qué día era, lográbamos orientarnos según cuál de las dos bandejas nos traían. Era arroz y pasta una noche y arroz y lenteja otra. En situaciones muy esporádicas, cuando se pudo, comimos pescado. Cuando no había marchas uno engordaba, de forma tal que alguno llegó a decir que los secuestrados lo que están es bien. Una vez me dijeron eso y le dije a esa persona que se amarrara a un árbol siete años y medio a comer de esa manera a ver si no engordaba. Y eso no significaba que estuviera bien. A las seis de la tarde venía la hora más difícil, la del encierro".

Su relato culmina con un llamado a la reflexión. "El tema se está moviendo y no estamos en la Patria boba, cuando no se hablaba nada. El poner en términos de no concederle nada a la contraparte es una posición equivocada. Creo que la pregunta es: ¿le damos gusto a las familias y a los secuestrados?".

arico@elespectador.com

Por Alfonso Rico Torres / Enviado especial a Villavivencio

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