La vida de la familia Castiblanco ha transcurrido en la incertidumbre. La desaparición de uno de sus miembros hace treinta años cambió la forma en que veían la vida. También les dio otra familia: las personas que continúan buscando a los desaparecidos del Palacio de Justicia.
¿Cómo estaba conformada su familia?
Por ocho hermanos: Carlos, Clara, Carmen, Rosa, Ana, Inés, Flor y Manuel. Los últimos dos vivían en Anolaima y mi hermana, Ana Rosa, y yo en Bogotá.
¿Y la de su hermana?
Ella tuvo un hijo que se llama Raúl Oswaldo Lozano, tenía cuatro años en 1985. Lo había bautizado veinte días antes de desaparecer. Y en noviembre de ese año, cuando pasó lo del Palacio de Justicia, esperaba una niña; tenía ocho meses de embarazo.
¿Su hermana le comentó algo sobre los rumores que había de una toma del Palacio de Justicia?
Un día me dijo que se iban a tomar el Palacio de Justicia. Y me advirtió que, si iba a esperarla con Raúl y mi hija, Janeth, llevara la cédula, porque estaban molestando en la entrada. Ocho días después me dijo que ya habían quitado la guardia y ya no pasaba nada.
¿Cómo vivió el día de la toma?
Yo tenía el radio prendido y dijeron que se habían tomado el Palacio de Justicia. Así comenzó la búsqueda. Ella vivía en el barrio Carvajal, con su esposo y su hijo. Los teléfonos los interceptaron y no contestaban. Corrimos de un lado a otro. Recuerdo el ruido de las ambulancias. Desde el almacén Tía no dejaban pasar a nadie. Yo salí de trabajar a las cinco de la tarde y nos encontramos con otros familiares de personas que trabajaban en la cafetería; por ejemplo, yo conocía a Rosalbina, y desde ese momento nos empezamos a unir. Como a las once de la noche fue cuando las llamas empezaron a consumir el Palacio. Ya llevamos 30 años buscando saber qué pasó con los empleados de la cafetería.
¿Qué fue lo más reciente que supo de su hermana?
En el año 2002 nos entregaron unos restos que mi mamá y Raúl recibieron. Les dimos cristiana sepultura. Pero supuestamente dicen que todos los huesitos no eran de ella; además, ella estaba embarazada. Para mí no eran los huesos, pero dicen que los estudiaron, y que sí eran. Luego nos dieron un osario y allá los dejamos.
¿Su hermana estaba involucrada en política?
Nunca, y tampoco nuestra familia. No tenemos vínculos con nadie. Inclusive, cuando en un noticiero durante la toma dijeron que eran cómplices del M-19, eso me indignó. Nosotros nunca le hicimos ni le haremos daño a nadie. El Ejército fue el que tuvo que ver en la toma del Palacio de Justicia.
¿Cómo ha sido su relación con los demás familiares de los desaparecidos?
Hemos seguido la búsqueda de todos, nos hemos unido. En treinta años, las once familias ya somos una familia, y para donde van los unos, vamos los otros.
¿Qué espera de la justicia?
Que haya claridad, que se sepa qué pasó con ellos. Por otra parte, nos dijeron que la habían encontrado calcinada, y había otra versión en la cual salió viva del Palacio de Justicia, pero la encontraron muerta en una fosa común. Yo pido ante la justicia que se sepa la verdad. Todo esto nos ha afectado en muchos planos: psicológico, afectivo, moral y hasta económico, en el cual hemos estado muy mal. Mis padres murieron sin saber la verdad.
¿Y el perdón?
Yo no quiero que nos pidan perdón, si van mandar a terceros y no a quienes cometieron el hecho.
¿Qué ha pasado después del pronunciamiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en 2014?
El año pasado, ante la Corte Interamericana, quedamos muy contentos porque ese organismo nos escuchó, nos recibió muy bien y dijo que nos iban a indemnizar, pero hasta el presente no se ha visto nada.